viernes, 10 de octubre de 2014

¡Falâh!

Cinco veces al día llama el almuédano a los adeptos. Esta vez su llamada enfatiza la invitación de “hayya `alâ al-falâh” con un grito que podría denotar la consecución del objetivo perseguido. Se suele dar a esta llamada el significado de “Acudid al éxito”, pero como veremos a continuación, podríamos trabajar por  uno que encajara más con el mensaje del Islam cuando se entiende como vía espiritual, y no como religión (con rituales y rezos exitosos).

Si vamos a la raíz del verbo utilizado, falaha, nos encontramos con que el primer significado de este verbo es el de “hender” seguido por “arar”. Es en su IV forma aflaha donde hallamos al fin la acepción de “tener éxito” (se entiende tras el trabajo o esfuerzo). Y de ahí que deriven de esta misma familia semántica palabras como hortelano (fal·lâh) o horticultura (filâha).

Pues en las lenguas semíticas las raíces verbales no remiten a un significado unívoco sino que tenemos que recurrir a toda una familia de significantes y atarearnos con elaborar uno que trate de reflejar la mayoría de los alcances que la raíz evoque. Al hacerlo de esta manera, nos percatamos de que el éxito al que nos exhorta la llamada a la oración tiene que pasar por un arado del nafs (ego, ser), ese labrado del terrero con la dedicación en la `ibâda (actos de oración) siendo precisamente a lo que la llamada a la oración prepara: “hayya `ala as·salât”, (Acudid a la oración) y “hayya `ala al-falâh” (para poder acceder al éxito, o facilitar nuestra orientación hacia él.) En el Islam el falâh es lo que encontramos en el campo de cultivo que es la salât.

Pero el trabajo de campo de la salât u oración no puede limitarse a meros actos de devoción con los que el musulmán manifiesta su dependencia de su Sustentador. Tendrá que tener un alcance necesario en la vida diaria de los musulmanes ya que el Islam no es una religión que exija dedicar tiempos diarios al rezo y a la contemplación sin más, sino que es una forma de vida que rige todos nuestros actos, haciéndolos derivar de esa misma reflexión inspirada al menos cinco veces al día.


Coincidiendo con el primer viernes del Ramadán, nos acercamos a sendas mezquitas a rezar en congregación. El almuédano prorrumpió haciendo uso de grandes arranques al llegar a esta parte de su llamada. Inspirando a quienes se encontraban en el lugar al hacerlo, complacencia por haber alcanzado ese perseguido falâh con el mero hecho de encontrarse en comunidad. 

Lo más grave del evento fueron los ejemplos que se le iban ocurriendo al in-sabio: “tenemos que
controlar el enfado, no nos podemos enfadar por ejemplo con la mujer al llegar a casa por la noche y encontrarla desordenada, o cuando no nos gusta la comida que nos ha preparado…” Acto seguido pensé en la infinidad de problemas (de entendimiento, sobre todo) que no son mencionados ni en este ni en otros encuentros, y la cantidad de guiños que les podía haber regalado a su público. Pues incluso poniendo el mismo y desafortunado ejemplo, podría haber dicho que se había enfadado consigo mismo al encontrarse incapaz de hacer lo que su mujer habría hecho, exasperándose por su nulidad, por ejemplo.

Pero no. Me sigue sacando de quicio que en estos encuentros todo el mundo se siga dando por satisfecho con la mera pertenencia al grupo, sin querer mutar en nada las dinámicas de menoscabo que se siguen dando ante mujeres mudas que afirman con una vaga oscilación de sus cabezas en asentimiento. Los jóvenes están desatendidos también, y cuando se les atiende se les da una instrucción arcaica que resulta caduca para los entornos donde se mueven. No encuentran el significado de su pertenencia a un sistema de valores que se ve reducido a sistema penal en la mayoría de los casos. Y vemos comportamientos caricaturescos por su parte que resultan de esa falta de coherencia permanente. Y que siguen sin esforzarse por un ejercicio que calmara su permanente intranquilidad.

El trabajo del ser que es la salât habrá de dirigirse hacia nuestras carencias, a las necesidades del este pequeño grupo que se considera Ummah y que no se verán satisfechas con la mera reiteración de las fórmulas. Tendría que enfrentarnos a nuestras insuficiencias con reformas que incluyan ideas tajantes, manifestadas de forma clara y concisa y que tengan por objeto irrumpir en esas necesidades y no problemas inventados para dejar de ver la realidad.

Por otro lado hay quien me dice: “el discurso tiene que ser este porque es lo que a la gente le es más cómodo, lo que entienden y les hace sentirse más seguros”. Y recuerdo ante este comentario una cita de Nietzsche en uno de sus relatos relatos: "No miente tan solo aquel que habla en contra de lo que sabe, sino ante todo aquel que habla en contra de lo que no sabe." (Así habló Zaratustra -Del amor al próximo-, 35). Por lo que llamemos a las cosas por su nombre: cuando vamos a una peña de suscritos, no estamos dirigiendo nuestros pasos necesariamente a Él y menos aún dejando que cualquiera pueda dirigir y hablar en nombre de esos suscritos solo en contemplación de su situación personal o familiar. No podemos aceptar cualquier persona de instructor sino que habremos de empezar a aplicar un mínimo de exigencia. Habrán de ser sinceros, respetuosos con los límites y contar con la competencia para estar donde están. Diciendo que lo importante no es encontrar respuestas sino abrir puertas. ¡Wa Al·lâhu a`lam!