domingo, 12 de abril de 2015

La alternativa cultural: Despertar la mente crítica y la creatividad

Los ulemas hacen uso de enfoques muy normalizados para abordar el tema de la cultura. A través de éstos, tenemos que considerar por un lado las costumbres y el ocio (que se consideraban aceptables en la medida en que respetaran los principios islámicos) y por otro las artes, de las que se permitieron algunas y se prohibieron otras sin tener en cuenta las consideraciones locales. Conocemos los debates que se han desarrollado entre eruditos de las diferentes escuelas de pensamiento en el debate sobre la música, el dibujo, la fotografía y la escultura. Es difícil llevar a cabo la distinción entre las formas de arte permitidas y prohibidas en occidente, donde la expresión cultural mezcla, a menudo, ambos tipos haciendo difícil trazar una línea de demarcación entre lo que se permite y lo que se prohíbe. Por lo que necesitamos un enfoque más holístico.

Nuestras fuentes nos han enseñado que se deberían evitar los enfoques maniqueos y dualistas: lo que los musulmanes producen es “islámico” y lo que nos llega del occidente no musulmán es “anti-islámico.” En la cultura, como en las demás áreas, los criterios para evaluar una acción, producción o costumbre no se pueden encontrar en la identidad de su promotor o en sus orígenes, sino en su respeto por los principios éticos que guardamos. Nuestra pauta invita a la mente a estudiar, a entender y a elegir cuando se encuentra en un entrono nuevo. Esto es lo que los musulmanes occidentales necesitan hoy: desarrollar una visión más completa y tener un enfoque selectivo.

Algunos eruditos han utilizado argumentos sacados del Corán y de la Sunna para prohibir la música y, a veces, el dibujo y la fotografía (y por tanto la televisión y el cine). Esta es una de las varias opiniones que existen, y hay que respetarla. Otros han permitido estas artes, con la imposición de ciertas condiciones que conciernen el respeto de nuestros valores éticos. Los que siguen la opinión de los primeros, deben desconectarse del mundo occidental: la música, la fotografía, la televisión dejan de formar parte de su vida diaria. Los otros, entre los que nos incluimos, deben encontrar un enfoque selectivo para aplicar tanto a estos temas, como a otros. No todo lo que se produce en occidente: la literatura, la pintura, la música, la televisión, el cine… es de buena calidad o se rige por la moral; pero es erróneo y básicamente falso, pensar que todo es perverso e inútil. La honestidad consiste en ser exigente y no en confundirlo todo. Aquí es donde el enfoque crítico y selectivo se presenta por sí mismo. La literatura española, francesa, inglesa, alemana, por citar unas pocas, son inmensamente ricas, y no tiene sentido ignorarlas con el pretexto de que no son “islámicas.” El principio de integración nos ha enseñado a integrar en nuestra identidad y cultura todo lo que la humanidad produzca y que no esté en contradicción con una prohibición: podemos encontrar montañas de trabajos que cumplen este criterio. Es imposible ser un musulmán europeo o americano sin integrar, al menos, parte del mundo de la imaginación de esta cultura. No todo vale igual, tenemos que elegir, pero debemos recorrer este camino. Por lo que con el paso del tiempo, las librerías “islámicas” tendrán que ofrecer a sus clientes nuevos horizontes literarios: novelas, cuentos, poesía –pero también trabajos de humanidades y trabajos filosóficos que alimentan y tallan la mente, olvidándonos del sentido de “perderse a sí mismo” en la literatura, o el de la literatura como refugio.

Se debería seguir el mismo enfoque para la música, el cine y los programas de televisión. No podemos ignorar nuestro entorno pero tampoco podemos perder nuestra conciencia crítica: siempre tenemos que discernir entre el extraordinario volumen de “cultura” con que se nos bombardea a diario. Tenemos que cumplir con una ética de consumo, y no debería haber sanciones inconscientes de las producciones musicales o cinematográficas, que se han convertido en el producto de una industria cuyos promotores carecen de gusto y de escrúpulos y donde las ventas son el único criterio para el éxito. Los musulmanes no son los únicos que critican el cine de grandes presupuestos, las grandes producciones, las producciones musicales ordinarias y la “televisión basura”: lo que se necesita es desarrollar un sentido crítico, y controlar la inclinación personal hacia las atracciones menos dignas. En occidente, educarse a sí mismo o a otros es enseñar este enfoque crítico, esta espiritualidad activa, este sentido de control; es innegablemente difícil, pero este camino se debe tomar. Sería erróneo minimizar tanto estas realidades como la educación tan pormenorizada que demandan: tener éxito al enfrentarse a las presiones del mundo de la televisión, de la música y del cine, con todas sus pervertidos y deshumanizados aspectos, presupone no sólo una ética bien infundada sino también el acceso a alternativas que vienen ellas solas a nosotros a través de la televisión, del cine y de algunas producciones musicales. Mecanismos que resultan inteligentes, dignos y humanos. Es tanto un entrenamiento como una lucha: nos entrenamos para adquirir un atisbo cultural y artístico y por el buen gusto, y tenemos que luchar para rechazar ser consumidores pasivos, complacientes y dóciles. Es triste ver lo que sucede con frecuencia: que los que se muestran más de acuerdo con los discursos más violentos y extremistas sobre la música y el cine en las mezquitas, son los primeros en ver programas de televisión por la tarde y películas que carecen de toda inteligencia e imaginación, y casi sin darse cuenta de la contradicción. Una cosa es anatematizar en palabras y otra es comprometerse en la vida.

El manejo emocional de nuestros conflictos internos está en sí mismo lleno de contradicciones. Los escalones y etapas necesarias para la gestión de nuestra relación con la cultura y las artes pasan por: la educación para el desarrollo de una mente crítica, para tener la facultad de observar y entender (tanto el mensaje explícito como el implícito de las actitudes y de los mensajes) y para saber cómo tomar decisiones conscientes y en completa independencia. El auto-aislamiento y la prohibición absoluta son imposibles y solo el desarrollo selectivo tiene alguna posibilidad de éxito. La comunidad de fe debería, en este mundo lleno de desafíos, aunar sus recursos para forjar esta nueva personalidad musulmana – una espiritualidad profunda e inteligente, una mente crítica e independiente, una voluntad decidida, libre y humilde, cada vez más confiada en sus elecciones. Este desarrollo nos exige conocer nuestras fuentes y conocer este entorno desde dentro, con su lógica, su psicología, y sus dinámicas. En otras palabras, nos exige estar aquí, que de verdad existamos aquí, y que, desde el mismo corazón de la cultura occidental, encontremos los medios para sostenernos, para superarnos, y llegar a ser capaces de hacer nuestra propia contribución.

Y según vaya avanzando ese trabajo crítico en la selección al que nos hemos referido, es importante que los autores musulmanes vayan expresando su talento y que produzcan trabajos originales que se inspiren en sus percepciones y en su ética, pero que sean genuinamente “europeos” o “americanos” en calidad, estilo y gusto. Deberíamos dejar de importar trabajos extranjeros, pensando que el toque oriental es lo que marca la “islamidad” del producto. O, como otra alternativa, imitar los trabajos occidentales, con distintos grados de éxito, salpicándoles frases (con frecuencia en árabe) para “islamizarlos.” Tenemos una urgente necesidad de artistas que piensen por sí mismos, en su propio idioma, con un gusto personal, y con su propia psicología. Necesitamos creatividad y nuevos compromisos, cometidos. “Al·lâh es bello y ama la belleza” dice un hadîz muy conocido, y el arte islámico ha podido expresar su excelencia en varias partes del mundo y a lo largo de los años. Hoy en día, los musulmanes están en occidente; son europeos y americanos, y su responsabilidad es escudriñar los horizontes de su imaginación y dar vida a las artes que unirán su ética a su percepción de la forma más armoniosa. En la literatura, la música, la pintura y también en el cine, el camino está abierto para la experimentación con nuevas formas de expresión, con nuevos significados, con colores nuevos, con palabras nuevas. Carecemos de esta creatividad.

El pensamiento reformista tiene como principio no hacer de los musulmanes de hoy meros imitadores de los musulmanes de ayer. Deben averiguar (y seguir guardando fidelidad a sus principios) cómo vivir en su propio tiempo, cómo ser contemporáneos. De la misma manera, los musulmanes de hoy no deben convertirse en imitadores de las modas o darse por satisfechos con la postura de la mínima resistencia al contentarse con la “islamización” de todo lo que “se lleva” en el terreno comercial. El que sigamos arrastrando esta primera etapa de adaptación, se debe a nuestra pereza y a nuestra falta de imaginación. Los indicadores de esta tendencia a imitar son innumerables: los numerosos encuentros de los musulmanes, los grupos musicales, las variedades de la música, y las presentaciones que uno puede ver en la televisión o en fiestas juveniles. Los eventos se han “islamizado,” es decir, se han hecho permisibles (halâl), sin preocuparse de los mensajes implícitos que se transmiten por las llamadas culturas alternativas (badîl). Queremos grupos musicales para nuestras fiestas (iguales a los de las fiestas a las que no deberíamos ir). Y se pone la música alta, iluminación tenue, ejecuciones improvisadas, porque eso es lo que los jóvenes quieren. Se reproduce de forma inconsciente un tipo de relación con el consumismo y una atención por las personas famosas (igual que sucede en los sitios a los que no deberíamos ir), derivando en una relación con la noche, con el ruido y con el entretenimiento. Existe, detrás del entretenimiento que se nos ofrece, una psicología particular del silencio y del ruido, de la noche y del día, la relación con uno mismo y con el otro, que se traduce como un todo a una psicología de existencia, del ser. El mensaje del Islam nos hace estar vigilantes con el silencio, con el timbre de lo que lo remplaza o importuna. También nos hace ser conscientes de que hay otra manera de enfrentarnos a la noche, haciendo uso del silencio a manera de reconciliación con esta. En última instancia, guía nuestro entretenimiento hacia la exploración de aquel estado en el que uno se olvida del mundo sin llegar a olvidarse de sí mismo, al seguir siendo humano y al salvaguardar su dignidad. Estas incitaciones deberían posibilitar, incluso en occidente, la opción de no desatender la idiosincrasia que debería consolidar el arte y el entretenimiento dentro de la filosofía islámica de la vida, no para aislarse o prohibirlo todo, sino al contrario, para comprometerse –para desarrollar una mente crítica, para tomar decisiones, para contribuir, para renovar y para no imitar ni el pasado ni el presente. Ser musulmanes occidentales consiste en afrontar la realidad con todos sus desafíos y asumir todas nuestras responsabilidades, sustentados, apoyados, por la permanente “necesidad de Él.”

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lunes, 6 de abril de 2015

La alternativa cultural: ¿Es la solución aislarse y prohibir?

El universo cultural occidental resultaba perturbador para las primeras generaciones de inmigrantes. Parecía que ninguna costumbre, gusto, o afición correspondían a aquellas que habían seguido en sus culturas originarias y, lo que es peor, parecía que apenas había respeto por las reglas tradicionales de la moral islámica. No se reconocía, por ejemplo, la prohibición del alcohol y de la usura, y todo parecía estar permitido en nombre de la libertad. La primera, y muy natural reacción fue la de aislarse, ya sea como individuos, como familias, o como comunidades donde podían reconocerse en los demás en un lugar determinado. Se convirtió en cuestión de vivir de forma casi paralela protegiéndose a sí mismo y a los hijos de un contexto considerado religiosa y culturalmente peligroso. La ecuación que se importaba normalmente, se concebía en términos muy simples: cuanto menos cultura occidental, más Islam.

Con la llegada de generaciones más jóvenes, la situación tuvo inevitablemente que cambiar pero la mentalidad de las personas siguió siendo la misma: uno tiene primero y antes de nada que protegerse. Además de la imposición del aislamiento, la “prohibición” se hizo necesaria ya que los jóvenes estaban cada vez más en contacto con la sociedad circundante. Se consideraba peligroso, incluso malsano, todo lo que pareciera más o menos característico de occidente, tanto en lo que tiene que ver con sus formas como con su estilo. Por lo que la gente intentó prohibirlo o evitarlo como les fuera posible. Las familias y organizaciones musulmanas intentaron encontrar soluciones como mejor pudieron, pero se trataba de una situación difícil, debido a las diversas contradicciones que había: por ejemplo, salir estaba prohibido, pero se tenía acceso libre a la televisión (la gente creía estar mejor protegida si se encontraba en casa): se permitía a los chicos practicar muchos tipos de actividades que se les prohibían a las chicas, mientras que las organizaciones seguían proyectando actividades ¡sólo para chicos!

Para los musulmanes, mantener una vida espiritual, llevar a cabo las obligaciones rituales (oración, azacate, y ayuno) y seguir un camino ético en la vida, era una situación bastante mala y lo siguió siendo. Hecho que los musulmanes comprometidos con su religión siguen sufriendo. Se ha aconsejado a la gente que, para seguir siendo ellos mismos, deberían distanciarse de la sociedad y no estar solo vigilantes, sino ser radicales con las prohibiciones: algunos – una pequeña minoría – practican esto, mientras que otros, tras repetidos intentos frustrados, o bien siguen estando profundamente divididos o han renunciado tras fracasar en el intento de desconectar totalmente de la sociedad. ¿Qué podemos hacer? Tomando en consideración las comunidades islámicas occidentales, nos damos cuenta de que se encuentran todas en los márgenes de la sociedad. Hay numerosas evidencias de esta cuasi reclusión en la forma en que se organizan, en la forma en que se comportan, e incluso en la forma en que intentan emerger de su aislamiento. La gente vive dentro de su propio círculo, y su enfoque a la hora de invitar a sus conciudadanos a encuentros o conferencias es inapropiado resultando a veces completamente torpe. No saben cómo emprenderlo. Hay que decir que se sienten mejor en su aislamiento: al fin y al cabo, es la manera más fácil y segura de sobrevivir. La confrontación con el otro es peligrosa y está casi siempre constreñida. Disfrutamos pláticas que nos afirman en estos sentimientos: en las mezquitas y en las conferencias y en los seminarios, los ponentes se refieren vigorosamente a las prohibiciones, insisten en “nuestra imprescindible diferencia,” en “nuestra peculiaridad por la excelencia de nuestra religión,” en “nuestra necesaria distancia” y encuentran a una audiencia que es emocionalmente receptiva y respaldadora. La primera reacción de conciencia moral cuando se enfrenta una dificultad es aislarse y prohibirlo todo sin medias tintas: todo esto es, en principio, la reacción emocional de un corazón que anhela la paz. Y como tal, merece todo nuestro respeto.

Sin embargo, la vida diaria no es tan clarividente como nuestros discursos, y aunque los principios del Islam sean en su esencia sencillos, nuestra presencia en occidente nos recuerda que la vida es muy compleja. La emoción, que deriva de forma natural en el distanciamiento o el rechazo, no es suficiente para resolver nuestros inquietantes dilemas: pues estos, acaban haciéndose, más tarde o más temprano, más inquietantes si cabe y nos obligan a confrontarlos, y a encontrar las soluciones apropiadas. Esto es lo que nos dicen todos los jóvenes musulmanes que han nacido en occidente: podemos darnos por satisfechos con discursos claros que no hacen ningún tipo de concesión, pero alrededor de las mezquitas y después de las conferencias, los jóvenes musulmanes tienen amigos en su lugar de estudio, escuchan música, van al cine… Entonces, ¿quién es el que se está equivocando? ¿Los padres que se engañan a sí mismos o los jóvenes que simplemente intentan vivir en su realidad? Estos temas se deben encarar y se les debe dar ese carácter urgente que tienen. Tenemos que dejar de ser incoherentes y evasivos. Si el mensaje del Islam es en verdad universal, si, como aclamamos, uno tiene que ser capaz de encontrar soluciones apropiadas para cada tiempo y sociedad, entonces, tanto en esta área como en otras, los musulmanes deben aceptar sus responsabilidades y proponer alternativas.

Todavía tenemos un largo camino por recorrer, y hasta ahora la mayoría de las estructuras sociales musulmanas se desarrollan en redes completamente paralelas. En Europa y en los Estados Unidos las librerías le ponen la etiqueta de “islámico” solamente a libros escritos por musulmanes (seleccionados, normalmente, según las preferencias del propietario), los publican los musulmanes, para el lectorado musulmán en un sitio patrocinado por los musulmanes casi en su totalidad. La universalidad del mensaje, su carácter holístico, y el principio de integración se reducen y empobrecen en una triste realidad. En las mezquitas y asociaciones, las actividades se conciben al margen de la sociedad y se presentan en una lengua extranjera como resultado de la tendencia desafortunada de confundir la importancia de aprender árabe para entender el Corán, con la necesidad de cantarlo todo en árabe para seguir siendo “un buen musulmán.” Las actividades culturales mantienen, de forma imperceptible, un pronunciado sabor oriental.

Para proteger a los jóvenes, sugerimos a menudo actividades de ocio cuyo impacto deberá considerarse con mucho cuidado. Se ofrecen casi en exclusiva para los chicos (¿Por qué? ¿En nombre de qué principio islámico?), estas actividades están a veces totalmente inconexas con la experiencia que los jóvenes viven. Nos tranquilizamos porque pensamos que les protegemos al ofrecerles actividades infantiles, persuadiéndonos rápidamente de que los jóvenes de dieciocho años se darán por satisfechos con actividades que la sociedad en general ofrece a niños de doce y trece años. Las alusiones tales como canciones “islámicas”, el tipo de excursiones y juegos, incluso las discusiones organizadas, tienen todas la misma orientación: el deseo antinatural de que los adolescentes sigan siendo niños, impermeables para la sociedad occidental. Por tanto, los límites de su mundo abarcan la casa, la mezquita o el local de la asociación, la “librería islámica” (cuando la hay) y las relaciones con la familia y otros jóvenes musulmanes. Algunos padres se consideran afortunados si pueden añadir una “escuela islámica” a este conglomerado “musulmán”. Este mundo “fuera del mundo” es una ficción: el entorno cultural, la televisión, Internet y sus jóvenes contemporáneos acaban tocando, inevitablemente, el corazón y la mente de aquellos que viven en Europa y en América. La respuesta yace más bien en aprender a manejar este impacto en vez de negarlo o rechazarlo. Los indicadores muestras que cada vez más padres y organizaciones han entendido el significado de estos factores y están buscando nuevas aproximaciones. Estas iniciativas siguen siendo pocas y aisladas pero hay una buena posibilidad de que el movimiento se desarrolle con el paso del tiempo, haciéndonos posible reformar nuestra forma de ocuparnos de las cuestiones de cultura y entorno.