En su isla desierta en el Océano Índico, Hayy Ibn Yaqzân descubre la vida, la Naturaleza y los elementos, y aprende a entender tanto su destino como el universo. Criado por una gacela, establece las etapas del conocimiento por sí mismo, y emprende su camino, armado únicamente con su razón. Inspirándose en el trabajo de Avicena, la novela de Ibn Tufayl del siglo XII es probablemente la primera de las novelas filosóficas. Trata del acceso al conocimiento y a la verdad, pero también de la experiencia, del determinismo y de la libertad humana. Se tradujo al latín (Philosophus autodidactus) a principios del siglo XVII y después al inglés (The Improvement of Human Reason). La sustancia de sus argumentos se hace clara de manera inmediata: ¿quiénes somos cuando estamos solos? ¿Qué podemos llegar a saber? ¿Cuál es la naturaleza de nuestras relaciones con los demás? ¿Cuáles son los medios que rigen y regulan nuestra librtad?... A pesar de las lagunas de la memoria europea, la influencia del trabajo de Ibn Tufayl persiste en muchos libros que se producen a nivel mundial, especialmente en occidente. En Defoe, con su Robinson Crusoe, quien desembarcó en una isla desierta, en al-Gazâlî y Descartes, con sus aproximaciones a la duda, a Locke y Hume con su teoría empirista, incluso con Marx, Engels y el materialismo histórico, trabajos que vuelven todos, directa o indirectamente, a los temas de esta novela seminal. De hecho, trata del conocimiento y del entendimiento, pero también pretende determinar lo que puedo hacer, lo que quiero… y lo que yo soy en aquello que quiero.
En el corazón de la naturaleza, solo y viviendo entre los animales y sus instintos, el ser humano persigue entender las fuerzas reales de su mente y la esencia de su libertad (el sentimiento, o incluso la ilusión, de libertad). Las leyes naturales que descubre, y las reglas que establece después, le remiten a las condiciones de su propia existencia: está atrapado en un cuerpo y gobernado por necesidades e instintos, y son éstos los que deciden por él, dentro de él y ante él. Pues, paradójicamente, las leyes externas le hacen consciente tanto de su libertad como de sus limitaciones. Mi naturaleza decide por mí, pero es cuando yo me enfrento a la ley externa cuando me hago consciente de lo que puedo decidir y de lo que la ley revela sobre lo que puedo y/o quiero emprender. Tiempo después, Rousseau y Kant afirmarán que no existirá algo como la libertad sin el establecimiento de la ley… y la experiencia imaginaria de Hayy Ibn Yaqzân o de Robinson tiende a demostrar que la ley (del instinto, de la Naturaleza, o incluso del orden social) es lo primero, y que es la ley que nos permite determinar si existe algo llamado libertad o no. En otras palabras, y en ambos casos, la libertad humana solo existe en relación a aquello que la limita y/o la permita: solo es y existe cuando se puede medir. La ley y el orden natural, como el instinto, generan la esencia de la libertad de la misma manera que la necesidad de una ley expresa la aspiración al orden y a la libertad. El novelista Michel Tournier comprende de forma instintiva esta aparente paradoja de una forma original en su Viernes y Robinson: vida en isla Esperanza: solo y libre, Robinson siente de repente que es preso del orden de la naturaleza y del inmenso cosmos, y es su decisión de establecer leyes para sí y para su sirviente Viernes (leyes sociales) lo que le da acceso al significado de su libertad. Por tanto, cualquier reflexión sobre la libertad plantea preguntas difíciles, complejas, paradójicas y contradictorias: toda conciencia sabe que está determinada, hasta cierto punto, por su cuerpo, sus instintos, sus padres, su pasado o incluso, por sus sentimientos… aún así, cada mente está inspirada y guiada por una libertad que tiene la habilidad de entender el mundo gracias a la fuerza de la razón, y de repintarlo gracias al poder de la imaginación. No podemos decidirlo todo, pero sí sabemos que podemos decidir muchas cosas.