viernes, 25 de marzo de 2011

Hacia una reforma de la educación: El nacimiento de un feminismo islámico

Ningún estudio que trate la reforma de la educación islámica en occidente estará completo sin una reflexión sobre el estatus de la mujer en las comunidades islámicas y el rol que se le ha asignado. Ya hemos dicho que numerosas mujeres de la segunda generación y de las posteriores, se han involucrado en las organizaciones islámicas, en las que tienen un papel de liderazgo creciente. Esto no quiere decir que las mentalidades hayan cambiado acorde a esta realidad, y muchos hombres musulmanes, y mujeres también, se sublevan contra estos desarrollos en vez de aceptarlos. En el interior de sus corazones no están convencidos de que “todo esto” sea realmente islámico. El tema de la mujer es un tema sensible en casi todas las comunidades islámicas de las sociedades occidentales, y a veces parece que la cuestión de nuestra fidelidad al Islam se centra en él. Más aún, las menciones y preguntas repetitivas de nuestros conciudadanos, de los intelectuales y de los medios de comunicación sobre “la mujer en el Islam” causan una especie de presión psicológica que lleva a los musulmanes a adoptar una posición defensiva y una postura ensalzadora, que no es siempre objetiva. Creer que no hay nada en el Islam que justifique la violencia contra las mujeres es una cosa, y decir que no sufren ningún tipo de discriminación en las comunidades islámicas occidentales (y orientales) es otra. Cualquier observación objetiva de estas comunidades revelaría que nos encontramos lejos del ideal de la igualdad ante Dios, de la complementariedad en las relaciones familiares, y de la independencia económica. Muchos ulemas e intelectuales se esconden detrás de ello, al citar versículos y tradiciones del Profeta. Esto no refleja la realidad y decir otra cosa sería mentir.

Hay distintas formas para la categorización de los fundamentos de la ley y de la jurisprudencia (usûl al-fiqh), formas que nos enseñan a diferenciar entre los principios y mandamientos universales y la apariencia que adquiere su implementación en una cultura determinada. El principio de integración nos permite considerar islámico todo lo que no se opone al Islam, sin embargo es erróneo y metodológicamente incorrecto confundir un principio islámico con la forma en que éste se expresa, a posteriori, en una cultura determinada. El principio debe ser siempre la fuente última, y debe estar basado en las fuentes escriturarias. Es evidente que hay mucha confusión sobre el tema de la mujer y su estatus y es en esta área donde debemos recordar estos principios metodológicos. En las mentes de muchos musulmanes, serles fiel a la enseñanzas del Islam en lo relativo a la educación de la mujer, el acceso a las mezquitas, el matrimonio y el divorcio, la independencia social y económica, y la participación política significa hacer lo que se hacía por costumbre en sus países de origen o lo que los ulemas acostumbran a decir “desde allí.” Por lo que encontramos a padres que justifican el trato desigual que les dan a sus hijos e hijas (discriminando claramente a éstas últimas), en lo que atañe a la permisividad, al hecho de salir, y de más. Algunos no les permiten a las mujeres entrar a las mezquitas, y esto sucede en Europa y América, y si por una feliz coincidencia, hay sitio para ellas, ese sitio suele estar a menudo en mal estado y carecer de un sistema de sonido adecuado. Los imames encuentran justificaciones “islámicas” a matrimonios “acelerados” que carecen de la preparación de procesos administrativos oficiales, dejando a la mujer sin ningún tipo de seguridad y sin derechos para enfrentarse a la opresión de los hombres. De hecho, observamos una dinámica distinta: los eruditos, los intelectuales y las mujeres están aunándose para la creación de un movimiento para la liberalización de las mujeres, un movimiento desde y dentro del mismo Islam. Distanciándose de las interpretaciones más restrictivas, declaran, junto con muchos hombres y en nombre del Islam, su oposición a las prácticas culturales discriminatorias, a la falsa identidad islámica de algunas regulaciones, a la violencia en el matrimonio... y exigen respeto por los derechos de la mujer en los temas del divorcio, de la propiedad, de la custodia y demás. La primera vez que se utilizó el término “feminismo islámico” para describir este movimiento, muchos hombres y mujeres musulmanes lo criticaron, y algunos críticos no musulmanes no se convencieron de la idea: pero está en marcha un estudio del terreno en Europa, América, en África y en otras partes del mundo musulmán; y expresa claramente una reafirmación del lugar de la mujer en las sociedades islámicas y la afirmación de una liberación que se reivindica con la fidelidad absoluta a los principios del Islam.

Lo que vemos en realidad en occidente, a modo de reforma (y habrá necesariamente casos similares en el mundo musulmán) gira en torno a tres ejes esenciales. El primero tiene que ver con el concepto de la mujer en sí misma: si hasta el momento los textos clásicos se han concentrado en el rol de la mujer como “niña,” “esposa” o “madre,” ahora se empieza a hablar de la mujer como “mujer.” Este cambio de perspectiva no es un mero detalle: se está trabajando en una transformación real de la percepción de la mujer, y se está haciendo con la revisión de nuestra forma de hablar de ella. Ahora nos interesamos por su psicología y espiritualidad, y leemos el Corán con una mirada renovada. Aún nos encontramos lejos del final de nuestro trabajo en esta área, pero hay muchos hombres y mujeres trabajando en este campo en España, Gran Bretaña, Francia, Alemania y en los Estados Unidos, por nombrar sólo un pequeño número de países. Muchas conversas están realizando un trabajo influyente, estando a menudo exhaustivamente versadas en los instrumentos legales y cuestionando cuidadosamente la herencia legal islámica, a la que se han añadido disimuladamente, numerosas características árabes y asiáticas. Según vaya avanzando este trabajo, la discusión se desplazará a los derechos de las mujeres, a las decisiones que las parejas toman (distintas de las de confrontación entre los derechos y las responsabilidades de los cónyuges), a la participación social, y a la participación femenina en los debates académicos y políticos.

El segundo eje de reforma que está en proceso es la consecuencia directa de lo que acabamos de describir. La aparición de un discurso nuevo, que se sujeta firmemente en las fuentes islámicas y que está abierto al mismo tiempo, a las perspectivas femeninas originales. Lo que resulta particularmente nuevo es que son las mujeres las que dirigen este discurso, porque estudian, se expresan y, cada vez con más frecuencia, enseñan. Se etiquetan a sí mismas como musulmanas, critican las interpretaciones erróneas y utilizan la amplitud de la interpretación que los textos proporcionan y las opiniones variadas de los ulemas y de la tradición reformista, para construir un discurso de las mujeres musulmanas que les reclama una fidelidad activa, inteligente y justa—una fidelidad islámica que las coloca en posición de libertad ante Dios y que no las somete al imaginario masoquista masculino, tanto de oriente como de occidente.

El último eje es la consecuencia de los primeros dos, porque es el reconocimiento de la necesaria visibilidad de las mujeres. Su presencia es cada vez más considerable tanto en las mezquitas, como en las conferencias y seminarios, en las organizaciones islámicas, en los espacios públicos y en las universidades y lugares de trabajo. Y esta visibilidad es una clara reivindicación tanto de su derecho de estar, y de estar allí; como del derecho que tienen de expresarse por sí mismas. Muchas mujeres en occidente demuestran su derecho a ser respetadas en su fe al llevar el velo y dando signos visibles de la modestia en la que quieren que la gente se aproxime a ellas: pero su fidelidad a las reglas del Islam no les priva del derecho de tener gustos totalmente occidentales, cuando hablamos del color y estilo de su vestimenta. Están involucradas en movimientos de liberación dentro y a través del Islam, y promocionan un “feminismo islámico” que no significa la aceptación acrítica de las modas y del comportamiento de sus conciudadanos occidentales. Están luchando por el reconocimiento de su estatus, por la igualdad, por el derecho al trabajo y por los sueldos igualitarios (entre hombres y mujeres), pero esto no quiere decir que quieran desatender lo que su fe les demanda. Las musulmanas occidentales respetan el principio de su religión vistiéndolos al estilo y gusto de su cultura. Es interesante apuntar que muchas mujeres musulmanas, tanto las que llevan velo como las que no lo hacen, trabajan juntas en varias organizaciones respetando las decisiones que cada una de ellas ha tomado: este desarrollo es importante porque supone un paso hacia la aceptación de la opinión del otro y hacia la promoción de un diálogo interno necesario.

El feminismo está en marcha, aunque en occidente sea difícil aceptar que una mujer musulmana se libere desde los confines de las referencias islámicas o que una mujer que lleva velo pueda ser verdaderamente libre y estar liberada de alguna manera. La visibilidad de las mujeres y de sus elecciones, que se escuchan cada vez más, deberán eventualmente cambiar estas imágenes. Esperamos y proponemos otro modelo de mujer moderna, autónoma, occidental y profundamente musulmana. Esto no se corresponde con el modelo clásico de “liberalización de la mujer occidental,” pero hemos dicho antes que lo que crea la libertad no es una forma de expresión particular en un momento histórico determinado, o de una población especifica, sino que es la existencia verdadera de los principios en los que esa libertad se basa: una conciencia autónoma que realiza sus elecciones basándose en sus convicciones. La gente en occidente hace lo posible para respetar esta otra forma de libertad.

Para las mujeres y hombres musulmanes queda negociar algunos desafíos compartidos que son de importancia primordial en las sociedades occidentales y que no deben relativizarse o minimizarse en nombre de la promoción del feminismo. Los hombres, así como las mujeres, deben recordar que los mandamientos del Islam enfatizan la centralidad de la familia, el papel de las madres, así como el de los padres, la educación y el apoyo de los niños, la transmisión de conocimiento, y todo lo discutido en las publicaciones anteriores. El deseo de libertad y de derechos, tanto de hombres como de mujeres, no puede suponer el olvido de las responsabilidades que cada uno tiene respecto de sí mismo como individuo, de su familia, y de su sociedad. Todo nos lleva a pensar que de no estar más vigilantes, los musulmanes occidentales experimentarán dificultades similares a las de sus conciudadanos: divorcio, violencia, abandono de los niños, brechas generacionales, abandono de mayores, y de más. Aún no hemos llegado a ese estado, pero todos los índices estadísticos indican que las familias musulmanas tienden hacia el peor de los resultados. Este estado de cosas debería hacerles despertar y dirigirles hacia la necesidad de un compromiso social atento, considerado y efectivo.

Volvemos a decir, al final de esta sección, que hay que escuchar y entender las reservas sobre el término “feminismo islámico” que expresan algunas mujeres y hombres musulmanes, tanto por razones históricas (la memoria del colonialismo) como por las ideológicas (miedo a que la frase sea occidentalizada). De hecho,  el movimiento intelectual y social al que se aspira con la realización de una nueva lectura de las fuentes escriturarias y el establecimiento de un estatus independiente para las mujeres es, en realidad, de naturaleza feminista (en el sentido de la reivindicación de derechos) dentro y a través del Islam. Sólo será una etapa en la afirmación de la mujer y de su rechazo a la discriminación en las comunidades musulmanas tanto si en las occidentales como en las orientales. Más allá de esta lucha debemos hablar y promocionar la “feminidad islámica” y abarcar todos los aspectos de este asunto: la dignidad y autonomía del ser femenino, la igualdad ante la ley y su complementariedad natural. Esta “feminidad islámica” debe definir cierta manera de ser y de sentirse a sí misma, —queriendo permanecer— una mujer ante Dios y entre los demás seres humanos, en las esferas espirituales, sociales, políticas y culturales. Libre, autónoma y comprometida, como los Textos piden y como las sociedades deberían garantizar.

sábado, 19 de marzo de 2011

Hacia una reforma de la educación: ¿Cuáles son las alternativas?

Los objetivos y el contenido de un programa de educación en occidente se hacen particularmente exigentes cuando intentamos ponerlos en práctica respetando la universalidad y la integridad del mensaje del Islam. Pues éste no trata sólo, como hemos dicho antes, del traspaso de conocimiento de las fuentes escriturarias, conocimiento que iluminaría los corazones con la fe y constituiría una mente con acceso al conocimiento del yo, de la humanidad, y de la creación; sino que también tiene que ver con la provisión de un conocimiento intenso y riguroso de los entornos culturales y sociales, de la historia y de los seres humanos, y más ampliamente, de las disciplinas generales y las ciencias que proveerían a los musulmanes con los medios que necesitan para vivir en este entorno, sintiéndose en casa. Éstos son los requisitos necesarios para que haya armonía entre la fe, la moral, la razón y la vida en el mundo. La pregunta más relevante que nos tenemos que hacer llegado este momento, es si los musulmanes cuentan con los medios que les permiten desarrollar tal programa. ¿Tienen los recursos económicos y son lo suficientemente competentes en el desarrollo de una aproximación contextualizada a las fuentes islámicas, sin dejar de lado un entendimiento profundo de las sociedades occidentales?; ¿cuentan con los desarrollos científicos necesarios para ofrecer un plan educativo completamente autónomo y alternativo, desde dentro de las sociedades occidentales y para el mundo occidental? Aparte de la pregunta que surge al decidir si un sistema paralelo totalmente separado es, en sí mismo, deseable (y creemos que no lo es), es importante calcular si los musulmanes, como algunas personas esperan, tienen los medios para lograr estas ambiciones, basándose en sus propios recursos intelectuales y humanos.

Desde nuestro punto de vista, la aproximación más realista, y la más coherente en estas circunstancias, sería trabajar en una doble iniciativa: por un lado, construir un marco de aproximación a la educación complementario y no paralelo; y por otro, concentrarse en establecer conexiones tan activas y positivas como sea posible, entre la educación que se ofrece en occidente y el conjunto de la filosofía del mensaje del Islam.

La mayoría de los niños musulmanes van a escuelas públicas, que prestan una educación bastante completa y, en ocasiones, bien pensada en la mayoría de las zonas (aunque algunas ciudades sufran una clara discriminación a nivel educativo.) ¿Por qué debemos reinventar algo con lo que el sistema público ya nos ha proporcionado? ¿Por qué debemos invertir tantas energías y dinero en establecer, en la mayoría de los casos, los mismos programas con los mismos resultados y que llevan a los mismos exámenes? (la diferencia en las escuelas islámicas radica, esencialmente, en la estructura, el ritmo y en las pocas asignaturas de religión adicionales que incorporan.) ¿No sería más inteligente pensar en una aproximación que proponga una “complementariedad” entre lo que la sociedad les presta a todos los niños y lo que los musulmanes quieran transmitir por su cuenta? La primera ventaja de este plan es que reduciría la inversión económica y sería más efectivo al destacar lo que requiere esta educación en términos de recursos humanos; esto le haría posible llegar a un número más significativo de jóvenes. La segunda ventaja, y en realidad la más importante, es que permitiría a los niños vivir, teniendo a otros a su alrededor, en medio de las realidades cotidianas de sus sociedades: el entorno, los amigos, y los desafíos morales a los que se encararían y con los que construirían sus vidas y su futuro. Si esta educación consigue mantener la interacción con su contexto situacional, conseguirá más solidez y también será más impredecible. Finalmente, este tipo de educación complementaria nos obligaría a estudiar en profundidad la sociedad en que vivimos, aunque sólo sea para descubrir a lo que ésta ha llegado y el cómo. Ésta no es su ventaja más insignificante porque: ¿Cuántos padres y líderes de organizaciones están totalmente desinteresados por los temas que se enseñan en la escuela, como si no tuvieran una importancia real y no fueran asunto de los musulmanes?

Una aproximación contemporánea requiere la posición exactamente opuesta e nos incita a involucrarnos en la vida de las escuelas públicas de maneras diversas. La primera es con el estudio de los variados programas para averiguar lo que contienen y cuáles son los niveles de conocimiento que se exigen en las diferentes etapas. Esta información será esencial cuando intentemos establecer una educación complementaria (ya sea religiosa, moral o incluso cívica) que, obviamente, deberá estar adaptada a los niveles de entendimiento que se establecen de forma natural con las pautas de las escuelas. Otro aspecto crucial es animar a los padres a estar interesados en la escuela y en todas las facetas de la vida escolar. Facetas como pueden ser establecer el contacto con los profesores, ser miembros de los consejos escolares, y participar en las actividades que se lleven a cabo en la escuela; pues son todas oportunidades para entender, entablar diálogo, y jugar un rol real en la educación de los hijos. Es imperativo que todo proyecto educacional en occidente se esfuerce por involucrar a los padres y madres de una manera u otra: las asociaciones islámicas que trabajan por establecer una educación complementaria para los niños, deben sugerir (y requerir a veces como condición para aceptar la matrícula de los niños), la asistencia de los padres a las reuniones regulares, a las actividades, y a cada reunión que tenga como objetivos la discusión y el diálogo. Podríamos incluso contemplar que se estableciera una “escuela para los padres,” como las que existen hoy en día en algunos pueblos, con cursos que proporcionan información básica pero también para familiarizar a las madres y padres en el área de la educación.

Desde otro punto de vista, interesarse por la escuela pública conlleva participar y ser parte de las polémicas y debates que son objeto de discusión en la sociedad. La mayoría de los sistemas educativos del mundo sufren crisis, y las autoridades llevan a cabo reformas estructurales e intentan ajustar los programas según la evolución de sus sociedades. Estas cuestiones conciernen a todos los ciudadanos y no son prerrogativas sólo de políticos y profesores. ¿Qué condición para el asentamiento dice que los musulmanes europeos y americanos no pueden contribuir en estas discusiones y que simplemente deben seguir lo ya estipulado? Es de vital importancia involucrarse en la escuela de la ciudad, la razón por la que se está desprestigiando a los profesores, en los exámenes, en los métodos de selección, y en los horarios y contenido de los programas. En el último punto, en lo que tiene que ver con los programas por ejemplo, los ciudadanos de origen inmigrante y/o musulmán deben hacer sus sugerencias. Cuando revisamos la historia (y a veces la geografía), encontramos que necesita revisiones serias porque incluyen representaciones del mundo que están abiertas al debate. Hablamos concretamente de la historia del colonialismo, la experiencia de exilio de los padres, la nueva y plural naturaleza de las sociedades occidentales, y algunas de las informaciones que se ofrecen sobre otras civilizaciones tal y como se presentan en la mayoría de los programas educativos occidentales. Estar interesado en el colegio del hijo es estar preocupado por el hijo mismo. En esta conexión, es constructiva la experiencia de Shabbir Mansuri, fundador del Consejo de Educación Islámica en California: un día se dio cuenta de lo que se le decía a su hija sobre la religión y decidió dedicarse en cuerpo y alma a un estudio crítico de los programas de historia y geografía y a sugerir planes de estudio alternativos. Su tesis, que no se ocupaba sólo de la enseñanza del Islam y de su civilización, es que es necesario un “cambio de paradigma” en el estudio de estas dos asignaturas y que hay que revisar el enfoque etnocéntrico que se hace de ellas. Se concentró en esta tarea, apoyándose en el trabajo de un equipo de especialistas sólido, que llegó a estudios muy interesantes sobre la presentación de la historia mundial, particularmente en lo que concierne a la historia china, a la islámica y a la historia de la civilización africana. Hoy en día y gracias a la seriedad de su trabajo, los organismos académicos oficiales consultan a su organización, y los editores de los libros de texto se los mandan antes de su publicación, y lo hacen tanto en su estado como a lo largo del país. Este interés en el sistema escolar público y la participación que deriva de ello de forma consecuente, es un requisito necesario a la hora de pensar en una educación complementaria, y el punto de partida deberían ser las realidades que los jóvenes viven.
Debemos revisar y reformar todo este enfoque a la educación islámica que se desarrolla junto a la escuela. Primero, estaría bien tomarse un tiempo en escuchar a los jóvenes y analizar, como sea posible, sus expectativas, sus necesidades, y sus dificultades. Al tener en cuenta tanto esta información, como los objetivos que queremos alcanzar en lo que respecta a la educación islámica, y la necesidad de una vida equilibrada (en los ámbitos intelectuales, sociales, atléticos); se hace posible crear la imagen de un enfoque complementario coherente. Las organizaciones islámicas que se impliquen en este trabajo deberían caracterizarse de fuerza, de competencia, y de seriedad, porque este es un trabajo de los corazones y de las mentes, y el caleidoscopio de contribuciones y experimentos salvajes no ha sido consecuente, como hemos visto demasiado a menudo, y es completamente inaceptable. La propuesta de crear una “escuela después de la escuela” necesita pensarse de manera seria a varios niveles, porque es un desarrollo que debería adaptarse al entorno. Teniendo en cuenta la edad de los niños, los programas escolares, y los patrones de vida (tras haberles escuchado); debería ser posible pensar en un programa de educación religiosa contextualizado. Aparte del entrenamiento tradicional que se ejecuta al enseñar la recitación del Corán; el estudio de sus pasajes y los cometarios que de ellos se hagan deben estar relacionados con la realidad, igual que con la presentación de la vida y la tradición del Profeta. Debemos darles vida a las fuentes (teniendo siempre en cuenta a los jóvenes y a los adolescentes) y lo debemos hacer dando prioridad a su dinámica y a sus aspectos prácticos, que deberían estar por la encima de la sola acumulación de información seca y teórica. La enseñanza de la moral resulta más profunda cuando se compone de ejercicios basados en situaciones de la vida real. Por lo que no se trata sólo de proponer programas de estudio exhaustivamente intelectuales, sino de complementarlos con actividades sociales, culturales y deportivas. Es imperativo integrar la educación islámica en las dimensiones de la vida real: en el centro de nuestros pueblos y ciudades, en relación con las mujeres, con los hombres y con la naturaleza, ya que son lo que constituye nuestro entorno. De este modo, se puede inculcar una verdadera “pedagogía de la solidaridad” al organizar actividades para apoyar a los enfermos, los mayores, los discapacitados, y, para que la gente joven que haya alcanzado cierta edad, trabajen con presos y adictos a las drogas. Las visitas a las instituciones políticas y sociales ayudarían en la construcción de una conciencia civil e involucrarían a los jóvenes en la vida de su ciudad. Y, finalmente, sugerir varias actividades culturales que estén en línea con el universo de referencia occidental y conectados con la vida de la gente que participa en esas actividades. Esto les demostraría a nuestros conciudadanos, que ser musulmanes no supone tener una cultura oriental y extranjera, sino que consiste en ser de aquí y aprender a distinguir entre lo que es consistente con nuestros valores y lo que no lo es.

Las escuelas públicas enseñan las asignaturas básicas; les corresponde a los musulmanes encontrar maneras complementarias, alternativas y originales para proporcionar los conocimientos que consideran esenciales para cumplir con los requisitos del mensaje del que se consideran seguidores. En la convicción de que este mensaje es universal, deben encontrar los medios para serle fiel en occidente. Está claro que no funciona el hecho de crear una serie de “cursos” tradicionales donde los jóvenes se sientan y aprendan en teoría los principios ideológicos de su religión. Las sesiones de dos horas por ejemplo, que se ofrecen por las tardes dos veces a la semana, con el medio día del fin de semana, deberían ser suficientes, junto con el resto de clases del curso, para proveer de una educación islámica apropiada con esa serie de actividades innovadoras que sugerimos antes. Los niños pueden y deben involucrarse en estas actividades; primero, porque al haber nacido y seguir viviendo en el mismo contexto, saben mejor que nadie lo que necesitan y cómo les sería posible interactuar con la sociedad. Además, un programa como éste es una excelente experiencia en “la escuela de vida,” una experiencia para los jóvenes mismos, quienes bajo ninguna circunstancia deberían olvidar su obligación de ser solidarios. Si no tienen dinero, tienen conocimientos y tiempo, que deberían compartir como cualquier otra posesión. Este es exactamente el significado del la frase del Corán que define a los creyentes: "(aquellos) que dan de los regalos con los que (Dios) les ha bendecido."

Las organizaciones islámicas que se interesan por la educación en occidente y que querían tomar la ruta de una acción complementaria, deben por tanto decidir quiénes son sus compañeros y cuáles son sus recursos humanos (escuela, padres, estudiantes); cuáles son sus objetivos específicos para cada edad; y cuál el ámbito de actividades que se pueda cubrir de forma equilibrada (la educación religiosa, comunitaria, cívica, cultural y deportiva); teniendo siempre en cuenta la necesidad de integrar su proyecto de educación con la vida de la ciudad. Lo central aquí es entender la importancia crucial de darle el sentido y el valor que tiene: educar es darle a toda persona el sentido tanto, de sus valores como del valor de lo que hace. Las juventudes musulmanas que viven en la ciudad y a quienes se enseña que deben mantenerse fieles a sus principios y vivir de lleno en sus sociedades; deben sentir que esa sociedad les reconoce, les respeta y que valora su participación. Los actos de solidaridad y el servicio a la comunidad y el comportamiento ético son, en sí mismos, un tipo de expresión pública que les debería, en última instancia, transmitir el reconocimiento del valor que tienen.

En el inicio de esta sección, nos referimos a la necesidad de establecer conexiones que operen entre las distintas educaciones que se ofrecen en occidente y el conjunto de la filosofía del mensaje del Islam. Tenemos que ser veraces, y esto atañe en particular a la educación en la universidad y a las actividades profesionales. Muchos estudiantes no saben cómo encontrar el enlace entre el propósito de su estudio y su pertenencia al Islam: aquí, también, parece que encontramos una división de la personalidad, y vemos a mujeres y hombres musulmanes que están muy satisfechos con su trabajo y desempeño académico pero repentinamente incómodos e incluso inconsistentes cuando se trata de su contexto islámico y el enlace entre estas dos áreas de su vida. Podríamos decir lo mismo de muchos profesionales, cuyas aptitudes y competencias en un terreno particular (medicina, ingeniería, ciencias políticas, todo tipo de trabajo manual y técnico) les parecen totalmente desconectadas de las enseñanzas islámicas y de su moralidad, hecho por el que las rechazan. Esto resulta en un doble empobrecimiento: por un lado, las comunidades islámicas no se pueden beneficiar de las habilidades excepcionales de estos estudiantes y profesionales, y por otro, estos últimos, aunque se encuentren en medio de una sociedad que se debería beneficiar de sus recursos religiosos y éticos, no tienen nada original que ofrecer por la forma en que utilizan sus conocimientos y talento. Lo que necesitamos aquí es infundir una agitación de las mentes, una forma de participar en el estudio, manteniendo en mente las tres preguntas principales de las que ya hemos hablado: ¿Cuál es mi intención? ¿Cuáles son los límites que me impone mi tradición en lo que atañe a la utilización del conocimiento? ¿Cuáles son los resultados de esta última y de mi profesión? Esta concienciación está formada tanto por la humildad (“la necesidad de Él” en todo), como por el precepto fundamental del Islam: el servicio de los demás seres humanos. El Profeta dijo: “el mejor de entre vosotros es aquél que es el mejor para la gente.” (Transmitido por Bayhaqi) No dijo sólo “para los musulmanes” sino que habló de todas las personas, de la humanidad. Encontramos aquí la base de la enseñanza universal del Islam que tiene que ver con la adquisición y el uso del conocimiento y que propugna el establecimiento de una armonía virtuosa entre el conocimiento, la competencia y la ofrenda. Serles fiel a los principios y servir a la comunidad y a la sociedad cualesquiera que sean las asignaturas de estudio y la profesión que se sigue. Esto exige querer alcanzar los más altos niveles de competencia y maestría en el campo de cada cual, un sentido fino de los límites éticos a la hora de utilizarlos, y una conciencia constante de que se utilizan en beneficio de la sociedad. En este sentido, la presencia musulmana en occidente puede llegar a la normalización sin rozar lo trivialno por adherirse de forma voluntaria a la Alteridad o por la justificación de la diferencia, sino ofreciendo principios morales y solidarios emparejados con la competencia confiada en el campo de uno. Se valora a las personas porque tengan contribuciones visibles, y no por ser diferentes.


viernes, 18 de marzo de 2011

Hacia una reforma de la educación: Las escuelas islámicas, ¿la panacea?

Muchos musulmanes creen que la única solución para conseguir una educación comprehensiva, es la creación de “escuelas islámicas” privadas, que estarían subvencionadas por el estado casi en su totalidad, parcialmente o sin ningún tipo de subvención; dependiendo de los sistemas en vigor en los diferentes países. La solución que baraja la gente que no está satisfecha con la atmósfera de las escuelas públicas, que consideran faltas de moral, parece ser la consideración de un sistema paralelo que integraría los fundamentos de la educación islámica y sus estándares morales con las asignaturas tradicionales obligatorias y seculares de los planes de estudio nacionales. Ha habido escuelas de este tipo desde hace más de veinte años en Gran Bretaña, Canadá, Estados Unidos, Suecia, y los Países Bajos, así como números más reducidos en otros países. ¿Cómo podemos evaluar estos experimentos, cuyos logros en lo relativo a los métodos y planes de estudio han experimentado una evolución considerable en los últimos años?

Aquí no tenemos la intención de oponernos a las escuelas islámicas, sino de observar lo que se ha conseguido con estas instituciones y lo que les falta. Ni que decir tiene que es positivo ofrecerles a los niños una enseñanza en la que sientan su identidad islámica a través de la vivencia de una formación conforme al ritmo de sus rezos diarios y a los eventos del calendario islámico (por ejemplo el ayuno en Ramadán y los festivos), mientras que se les sumerge en un programa escolar en el que su educación religiosa ---aprender el Corán, la Tradición y el árabe--- se integran obteniendo un efecto extremadamente positivo. En una escuela islámica, los niños aprenden lo esencial de su identidad musulmana y las prioridades de su educación a través de las relaciones que establecen con sus profesores y compañeros de clase, y también adquieren las herramientas que les ayudarán a tener éxito en otras disciplinas. A juzgar por los índices de rendimiento, la mayoría de las escuelas islámicas alcanzan resultados excelentes y están, a menudo, a la cabeza de las clasificaciones de los colegios a nivel regional y nacional.

Sin embargo, esto no constituye la imagen al completo. El primer comentario a esta realidad es que, tomando a la comunidad islámica que vive en occidente como un todo, estas escuelas acogen a un número limitado de niños, por lo que en este sentido no se pueden considerar como “la solución” para la educación en occidente. Tendremos que encontrar otros enfoques para el resto de los niños. También debemos señalar que en la mayoría de los casos (aquéllos en los que los colegios no son subvencionados por el estado), sólo los hijos de padres acaudalados pueden inscribirse debido a que la matrícula suele ser cara, y suele estar por encima de las limitadas becas que se conceden. Y más allá de estas realidades apreciables, debemos estudiar las motivaciones que han estado detrás de la creación de estas escuelas. En la mayoría de los casos, el propósito es el de proteger a los niños de un entorno malsano y hacerles vivir “entre musulmanes.” Estas motivaciones se dejan a menudo sentir en la forma en que se gestionan estas escuelas, ya que dirigen los programas y las actividades educativas sólo a nivel interno. El resultado es que se crean espacios “artificialmente islámicos” y cerrados dentro de Occidente, y éstos están completamente desconectados de la sociedad circundante. Nos consolamos al asegurar que esos programas están acorde a los requerimientos nacionales, pero lo que no es menos real es que estos jóvenes viven en una sociedad donde se hallan rodeados de adolescentes que no comparten su fe y con los que no se encuentran nunca. Esta escuela, propone una forma de vida, un espacio, y una realidad paralela que prácticamente no establece ninguna relación con la sociedad de la que es parte. Algunas escuelas islámicas están en occidente pero, a parte de las disciplinas obligatorias, viven en otra dimensión: mientras que no están completamente “aquí,” tampoco son completamente de “allí.” Y nos gustaría que nuestros hijos supieran quiénes son y dónde están…

Más aún, los contenidos de la enseñanza no están, a menudo, bien preparados, y muchos profesores no tienen bases pedagógicas: las prácticas en algunas disciplinas dejan mucho que desear. Hay profesores de árabe por ejemplo que no están formados siempre de la forma más adecuada.

Respecto a la llamada educación islámica, merece la pena plantearse algunas preguntas. Les damos realmente a los alumnos las herramientas que necesitan para vivir aquí, de forma piadosa, autosuficiente y siendo conscientes de sus responsabilidades; por el mero hecho de añadir disciplinas “islámicas” (como el aprendizaje del Corán y de las tradiciones) y la enseñaza al estilo clásico (por lo común como se hacía “allí”). La dispersión de enseñanzas islámicas, versículos que se aprenden de memoria, y el traspaso de valores de forma idealizada, no forjan necesariamente una personalidad de fe profunda, de conciencia despierta y de mentalidad activa y crítica. Se suelen citar los indicadores del rendimiento escolar como una forma de auto-complacencia: pero el “éxito” de una escuela islámica no se puede medir con el éxito de los resultados en los exámenes. De ser esta la medida, no habría lugar para invertir tanto esfuerzo en estos proyectos: pues sería suficiente acudir a “buenos” colegios públicos. La legitimidad de una escuela islámica debería evaluarse por su habilidad al responder a las exigencias de los objetivos globales a los que nos hemos referido en las publicaciones precedentes y al proveer de un programa escolar coherente con éstos. En la mayoría de los casos, seguimos estando lejos de haber alcanzado ni una mínima parte de estos objetivos, y algunas escuelas siguen empujando a los niños hacia el desarrollo de dos personalidades contradictorias –una dentro de la escuela que intenta proveerles de un ambiente feliz donde se le les inculcan las enseñanzas y comportamiento islámicos; y otra fuera de ella donde terminan perdidos al no saber cómo usar los referentes morales para constituir sus propias guías éticas, porque no se les ha enseñado a afrontar la vida en sociedad y a interactuar con los demás dentro de ésta. Al haberles transmitido una educación sólida en un entrono artificial, los estudiantes son extremadamente frágiles en la vida real: ¿cuántos jóvenes viven en la franja que queda entre los dos mundos?, ¿cuántos se sienten “mal” o “culpables” porque aunque hayan recibido mucha educación en la escuela, se sienten faltos de mérito al no saber cómo vivir su vida cotidiana de manera íntegra? ¿De quién es la culpa? Se les ha instruido en el ideal, pero se sienten mal educados y mal equipados para la vida real.
 
Aunque no hayamos encontrado una alternativa “islámica” a la crisis de los sistemas educativos occidentales, nos vemos obligados a mencionar algunos desarrollos e iniciativas interesantes: se han creado algunas escuelas islámicas (una pequeña minoría), en Gran Bretaña, Suecia y en los Estados Unidos, y se han hecho con un espíritu totalmente renovado. Están abiertas a profesores cualificados cualesquiera que sea su origen y pensadas como escuelas desde dentro de la sociedad, por lo que no les parece suficiente transmitir enseñanzas islámicas fosilizadas en un entorno protector y artificial. Están en contacto con el mundo exterior y, les hacen fácil a sus alumnos llegar a una asimilación del mundo que los rodea al interactuar con los niños de su edad y con sus conciudadanos, a través de actividades variadas en las que ponen en práctica sus enseñanzas éticas a través de actos visibles de solidaridad encallados en la sociedad en que viven. Sus programas han experimentado una evolución considerable y permiten una enseñanza contextualizada que marcha al paso de occidente. Estos desarrollos son extremadamente interesantes y nos permiten pensar que las escuelas islámicas serán capaces de presentar parte de la solución a los problemas de la educación en occidente. Y lo harán de evitar los errores que hemos mencionado y de alzar los criterios de apertura, de la contextualización, y de la interacción con la sociedad que nos rodea. Es un camino largo, porque las mentalidades aún tienen que pasar por una evolución exhaustiva: pues a menudo nos sentimos inclinados a rechazar algunos proyectos para establecer escuelas islámicas porque están demasiado lejos de ese espíritu aperturista y no están preparadas para reformar y fomentar el desarrollo en el campo de la educación, donde demasiados musulmanes se comportan de manera rígida y se esconden tras el copiado de modelos antiguos de manera consciente, para demostrar su fidelidad a los principios. Pero, como hemos visto, hay una gran diferencia entre los modelos históricos y los principios universales, y hoy todo indica que la imitación formalista de los modelos de una edad distinta de la que vivimos, es, de hecho, una traición hacia esos mismos principios. Esto tiene consecuencias muy serias en el área de la educación. La inversión de tiempo y de dinero que se necesita para establecer una escuela islámica es enorme, y como mucho acoge a pocos centenares de niños. ¿No se pueden utilizar estas sumas astronómicas para beneficiar a más niños? ¿No deberíamos ser más creativos al sugerir nuevas iniciativas? Como hemos dicho antes, en principio esto no persigue marcar una oposición a la idea de las escuelas islámicas, pero sería mejor no involucrarse en este tipo de proyectos si no se está seguro de que se vayan a respetar las condiciones que hemos mencionado. Y, en cualquier caso, la pregunta permanece: ¿qué hacemos con los otros niños?


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domingo, 13 de marzo de 2011

Hacia una reforma de la educación: Contenido y alcance

Antes de empezar con la presentación de propuestas educativas concretas y realistas, debemos preguntarnos sobre cómo podemos descubrir el alcance y contenido básico de esta “educación islámica,” a la que nos seguimos refiriendo sin explicar exactamente lo que quiere decir. Si el verdadero objetivo es dejar de importar métodos pedagógicos y planes de estudio de los países de origen, para pensar en un proyecto adaptado a las realidades de nuestras sociedades; aún tenemos que conocer los objetivos de esta educación.

El corazón del mensaje islámico descansa sobre la afirmación de la fe en Dios y la difusión de la espiritualidad, que se entienden como conceptos necesarios. Poder tener una práctica sana presupone que se tiene cierto conocimiento básico del Corán, de la tradición Profética y de los fundamentos del ritual, la ley y la jurisprudencia. La universalidad y el “carácter global” de este mensaje también requieren de un conocimiento del contexto en el que los individuos actúan, para vivir de forma consistente tanto con las exigencias de la ética, como con las de su religión. Este conocimiento del medio debe acompañarse del ejercicio constante de un espíritu crítico capaz de entender, seleccionar, reformar, y finalmente innovar para establecer una conexión fidedigna entre los principios fundamentales del Islam y las contingencias de la sociedad en la que los musulmanes viven.

Si consideramos todas estas áreas e intentamos extrapolar las que conciernen a la “educación islámica,” deberemos decir que su primer objetivo tiene que ser la educación del corazón, que vincula la conciencia con Dios y que debería despertarnos hacia una conciencia de nuestras responsabilidades para con nosotros mismos, nuestros cuerpos, nuestra familia, nuestras comunidades, y la familia humana en general.

El segundo objetivo es la educación de la mente, que debería ser capaz de entender tanto el mensaje de las fuentes escriturarias, como el conocimiento del entorno y de los seres humanos que viven en él, para permitirle a la razón encontrar el camino de la fidelidad en su vida diaria.

El tercer objetivo aúna la educación del corazón con la de la mente para hacernos posible la iniciación en el crecimiento personal, y como consecuencia, hacernos autónomos en nuestras vidas, nuestras elecciones, y a un nivel más general, en la gestión de nuestra libertad. La educación espiritual debería llevar al individuo a una conciencia consciente de “la necesidad original de Él,” necesidad que se asienta en las profundidades de su ser. Y al mismo tiempo, debe inculcarles a esos mismos seres la necesidad de ser completamente independientes de la gente. La fe en Dios no puede justificar ningún tipo de alienación: es al contrario, reivindica una libertad inalienable y una búsqueda de la completa libertad tanto del corazón como del espíritu.

Esta reflexión sobre las exigencias del mensaje del Islam, posibilita establecer los tres objetivos fundamentales que esta educación debe tener, tal y como la entendemos. Pero tenemos que ir más allá y establecer el contenido de ésta. Si establecemos dentro de esta educación el aprendizaje del Corán, la tradición, la ley y la jurisprudencia conforme al modelo que las mezquitas, y las organizaciones afines a éstas han propuesto hasta el momento; no podemos dejar de completarlo con un conocimiento profundo del entorno, adaptado a los diferentes grupos de edad: dominio del idioma, conocimiento de la historia del país, de las instituciones, estudio de la cultura, de las dinámicas sociales, del panorama político, y un largo etcétera. Es imposible prosperar de forma independiente sin tener los medios espirituales e intelectuales para saber quién es uno, dónde vive, y cómo proyectar su camino hacia la fidelidad. La universalidad del mensaje del Islam no se cumple con una mezcolanza intelectual en la que se supone que los alumnos adquieren las herramientas que necesitan para encarar las dificultades y saber, por ellos mismos, cómo utilizar esos medios. Educar es habilitar los medios que les harán posible a los individuos crecer hacia una independencia al adquirir las capacidades individuales para buscar soluciones a los problemas tanto individuales como colectivos. Esto es lo que debería ser central para los programas que proponemos como musulmanes occidentales. El estudio del entorno y de la gente es una parte esencial del proceso de enseñanza, y es la única manera de evitar esa supuesta educación islámica que está totalmente desconectada de la realidad y en total contradicción con los principios que dice defender. Sin embargo, debe tenerse en cuenta que este conocimiento y el de la psicología colectiva, presionará inevitablemente a los profesores hacia la revisión de la metodología de enseñanza del Corán, la Sunna y del Islam en general. De estar las cosas en la misma situación que lo están en los países de origen de los estudiantes, los métodos de enseñanza y la presentación de los temas tendrían en cuenta, como es natural, el medio en el que esa educación se daba. Aquí no estamos hablando de enseñar un “nuevo Islam,” es cuestión de conocer los objetivos y fuentes y leerlos con una mirada nueva, para serles leales tanto en occidente y como en oriente.

 

No obstante, está claro que los contenidos y el alcance de lo que llamamos “educación islámica” son extensos, exigentes y operan a varios niveles. ¿Cómo debemos proceder? ¿Tenemos siquiera los medios para lograr estos objetivos? ¿Está el entrono dispuesto a aceptar este proyecto, o debemos rediseñarlo todo y pensar en un sistema escolar paralelo? Hay gente que ha optado por esta última solución, creando escuelas islámicas privadas; otros están intentando trabajar desde el interior del sistema escolar público. Estudiaremos estas alternativas.





viernes, 11 de marzo de 2011

Hacia una reforma de la educación: Introducción

La transmisión de los valores islámicos a los niños produce la misma preocupación y miedo; tanto en las familias, como en las organizaciones, y en general, dentro de las comunidades de musulmanes occidentales. Cómo se pueden preservan la llama de la fe, la luz de la vida espiritual y la fidelidad a las enseñanzas del Islam en un entrono que ha dejado de referirse a Dios y estando inmersos en sistemas educativos que tienen poco que decir sobre la religión. Toda madre y padre que se preocupen sobre la fe, se enfrentan tarde o temprano a esta difícil pregunta. La primera generación de inmigrantes, que eran en general, familias de recursos limitados, tuvieron un éxito asombroso al transmitir la fe: sin tener demasiados conocimientos religiosos de los que hablar, les transmitieron a sus hijos un entendimiento intuitivo de la fe y un respeto incondicional a ella. Llegaron de países donde se refería a Dios en todos sitios –tanto en el vocabulario como en la vida diaria–, y a veces de forma inconsciente, fueron capaces de transmitir el “sentimiento de Dios” de forma consciente. La segunda generación es la que ha expresado la necesidad de saber más, tras sentir la urgencia de trasladarse desde el solo sentimiento al verdadero conocimiento. Los inmigrantes educados entendieron pronto que aquí habría que estructurar la “educación islámica”, y hacer de ella una educación para los jóvenes. Naturalmente, se inspiraron en lo que habían conocido en sus países de origen, donde se enseñaba El Corán, la Tradición Profética (ahâdîz), la vida del Profeta (Sira) y un poco de ley y jurisprudencia relacionadas con las regulaciones religiosas (fiqh al-ibâdât). Empezaron a organizar clases de árabe y religión en mezquitas, y empezaron a aparecer patrones tipo madrasa en las comunidades de musulmanes occidentales. Estas estructuras informales, que actuaban esencialmente en los fines de semana y por las tardes, jugaron un papel decisivo para el establecimiento de los musulmanes. Con el tiempo, se establecieron estructuras más elaboradas, hasta llegar al nivel de escuelas islámicas privadas, que se han extendido respondiendo a una necesidad cada vez más aguda.

No obstante, persiste la impresión de que la educación islámica necesita aportaciones importantes y esto se confirma a través de numerosos indicadores. Las soluciones que se han propuesto, aunque resulten satisfactorias para una muy pequeña minoría dentro de la comunidad, se quedan a menudo cortas a la hora de responder a las necesidades de los musulmanes. La insatisfacción es de varios tipos: aunque el mensaje del Islam sea universal y “global”, y aunque tenga que dar los medios que todos necesitamos para afrontar los desafíos del entorno, vemos que lo que llamamos hoy “educación islámica” queda reducida a la memorización técnica de versículos coránicos, la Tradición del Profeta y a las reglas sin llegar a una dimensión espiritual real. El aprendizaje del ritual se derrama sobre un ritual mecánico y la enseñanza que se ofrece está totalmente desconectada de las realidades europeas y americanas. Es como si los niños siguieran viviendo “allí”, y como si nuestras referencias al “aquí” fueran para enfatizar la oposición que los jóvenes deberían manifestar respecto de una sociedad que no es ni nuestra, ni suya. Por lo que encontramos en esta educación los dos defectos de los que el mensaje del Islam nos ha advertido: la reducción de la espiritualidad a rituales técnicos y la adopción de una visión dualista y maniquea, que se basa en “nosotros” frente a “ellos.” Esto llega a extenderse al estudio de la vida del Profeta (de la que nos hubiera gustado que se desarrollara una aproximación humana), pero que se reduce a una serie de datos y eventos sin una substancia real: nos hubiera gustado que los jóvenes llegaran a amar el “modelo,” pero éste ha sido deshumanizado casi por completo, deshumanizado por el contenido de la enseñanza.

Los métodos educativos no son mucho mejores que esto. Mientras que las escuelas públicas les enseñan a los niños cómo expresarse, dar su opinión y articular sus dudas y esperanzas; en las mezquitas y en las organizaciones islámicas encontramos todo lo contrario. Aquí, uno debe mantenerse callado y escuchar: pues no hay lugar para la discusión, el intercambio o el debate. Se les pide a muchos jóvenes hacer frente a una doble personalidad, una esquizofrenia insensata, en la que aprenden a expresarse en todas las áreas y sobre todos los temas de la vida con los “no musulmanes,” y cuando tienen que hablar del Islam o interactuar con sus profesores de religión: hacerse mudos (aparentando algo de “religiosidad” al respetar todo lo que se les dice). Juegan al juego de una educación que ha perdido su vía. Cuando consideramos lo que se les ofrece a las generaciones de jóvenes musulmanes en occidente, nos convencemos de que lo que se llama “educación” (que debería consistir en el traspaso de conocimiento para saber cómo ser), es al fin y al cabo una “instrucción” mal administrada, una simple entrega de un conocimiento basado en principios, reglas, obligaciones y prohibiciones; que se presentan a menudo, de manera fría y austera, sin animosidad ni humanidad. Algunos jóvenes se saben de memoria extensas suras (capítulos) del Corán y un vertiginoso número de hadices que, sin embargo, no tienen ningún impacto en su comportamiento cotidiano. Es al contrario, se quedan con la forma externa sin establecer ningún contacto con la base. Más aún, se les enseña para que asientan sus “divergencias” con discursos críticos y desaprobadores, hacia el “otro,” el occidental “al que nunca deberían parecerse.” Este valor externo, que se alimenta en los fines de semana con el fomento de una alteridad absoluta, cambia durante la semana en la vida diaria, y lo hace precisamente por los contactos que se establecen con ese “otro.” Los valores se convierten en una inquietud, en desazón y complejos de inferioridad con los que es casi imposible vivir. La educación religiosa y espiritual que se les da y que debería ofrecer a los jóvenes y no tan jóvenes los medios para hacer frente a los desafíos de sus sociedades, les termina empujando hacia una de estos tres caminos: fingir, perderse a sí mismos en silencio o rechazarlo todo alzándose en rebelión. Es verdad que hay muchas excepciones que evidencian un éxito notable de la educación islámica (excepciones que deberían estudiarse), sin embargo también debemos observar la realidad y pensar en pasos que podamos tomar hacia una reforma profunda.