Ningún estudio que trate la reforma de la educación islámica en occidente estará completo sin una reflexión sobre el estatus de la mujer en las comunidades islámicas y el rol que se le ha asignado. Ya hemos dicho que numerosas mujeres de la segunda generación y de las posteriores, se han involucrado en las organizaciones islámicas, en las que tienen un papel de liderazgo creciente. Esto no quiere decir que las mentalidades hayan cambiado acorde a esta realidad, y muchos hombres musulmanes, y mujeres también, se sublevan contra estos desarrollos en vez de aceptarlos. En el interior de sus corazones no están convencidos de que “todo esto” sea realmente islámico. El tema de la mujer es un tema sensible en casi todas las comunidades islámicas de las sociedades occidentales, y a veces parece que la cuestión de nuestra fidelidad al Islam se centra en él. Más aún, las menciones y preguntas repetitivas de nuestros conciudadanos, de los intelectuales y de los medios de comunicación sobre “la mujer en el Islam” causan una especie de presión psicológica que lleva a los musulmanes a adoptar una posición defensiva y una postura ensalzadora, que no es siempre objetiva. Creer que no hay nada en el Islam que justifique la violencia contra las mujeres es una cosa, y decir que no sufren ningún tipo de discriminación en las comunidades islámicas occidentales (y orientales) es otra. Cualquier observación objetiva de estas comunidades revelaría que nos encontramos lejos del ideal de la igualdad ante Dios, de la complementariedad en las relaciones familiares, y de la independencia económica. Muchos ulemas e intelectuales se esconden detrás de ello, al citar versículos y tradiciones del Profeta. Esto no refleja la realidad y decir otra cosa sería mentir.
Hay distintas formas para la categorización de los fundamentos de la ley y de la jurisprudencia (usûl al-fiqh), formas que nos enseñan a diferenciar entre los principios y mandamientos universales y la apariencia que adquiere su implementación en una cultura determinada. El principio de integración nos permite considerar islámico todo lo que no se opone al Islam, sin embargo es erróneo y metodológicamente incorrecto confundir un principio islámico con la forma en que éste se expresa, a posteriori, en una cultura determinada. El principio debe ser siempre la fuente última, y debe estar basado en las fuentes escriturarias. Es evidente que hay mucha confusión sobre el tema de la mujer y su estatus y es en esta área donde debemos recordar estos principios metodológicos. En las mentes de muchos musulmanes, serles fiel a la enseñanzas del Islam en lo relativo a la educación de la mujer, el acceso a las mezquitas, el matrimonio y el divorcio, la independencia social y económica, y la participación política significa hacer lo que se hacía por costumbre en sus países de origen o lo que los ulemas acostumbran a decir “desde allí.” Por lo que encontramos a padres que justifican el trato desigual que les dan a sus hijos e hijas (discriminando claramente a éstas últimas), en lo que atañe a la permisividad, al hecho de salir, y de más. Algunos no les permiten a las mujeres entrar a las mezquitas, y esto sucede en Europa y América, y si por una feliz coincidencia, hay sitio para ellas, ese sitio suele estar a menudo en mal estado y carecer de un sistema de sonido adecuado. Los imames encuentran justificaciones “islámicas” a matrimonios “acelerados” que carecen de la preparación de procesos administrativos oficiales, dejando a la mujer sin ningún tipo de seguridad y sin derechos para enfrentarse a la opresión de los hombres. De hecho, observamos una dinámica distinta: los eruditos, los intelectuales y las mujeres están aunándose para la creación de un movimiento para la liberalización de las mujeres, un movimiento desde y dentro del mismo Islam. Distanciándose de las interpretaciones más restrictivas, declaran, junto con muchos hombres y en nombre del Islam, su oposición a las prácticas culturales discriminatorias, a la falsa identidad islámica de algunas regulaciones, a la violencia en el matrimonio... y exigen respeto por los derechos de la mujer en los temas del divorcio, de la propiedad, de la custodia y demás. La primera vez que se utilizó el término “feminismo islámico” para describir este movimiento, muchos hombres y mujeres musulmanes lo criticaron, y algunos críticos no musulmanes no se convencieron de la idea: pero está en marcha un estudio del terreno en Europa, América, en África y en otras partes del mundo musulmán; y expresa claramente una reafirmación del lugar de la mujer en las sociedades islámicas y la afirmación de una liberación que se reivindica con la fidelidad absoluta a los principios del Islam.
Lo que vemos en realidad en occidente, a modo de reforma (y habrá necesariamente casos similares en el mundo musulmán) gira en torno a tres ejes esenciales. El primero tiene que ver con el concepto de la mujer en sí misma: si hasta el momento los textos clásicos se han concentrado en el rol de la mujer como “niña,” “esposa” o “madre,” ahora se empieza a hablar de la mujer como “mujer.” Este cambio de perspectiva no es un mero detalle: se está trabajando en una transformación real de la percepción de la mujer, y se está haciendo con la revisión de nuestra forma de hablar de ella. Ahora nos interesamos por su psicología y espiritualidad, y leemos el Corán con una mirada renovada. Aún nos encontramos lejos del final de nuestro trabajo en esta área, pero hay muchos hombres y mujeres trabajando en este campo en España, Gran Bretaña, Francia, Alemania y en los Estados Unidos, por nombrar sólo un pequeño número de países. Muchas conversas están realizando un trabajo influyente, estando a menudo exhaustivamente versadas en los instrumentos legales y cuestionando cuidadosamente la herencia legal islámica, a la que se han añadido disimuladamente, numerosas características árabes y asiáticas. Según vaya avanzando este trabajo, la discusión se desplazará a los derechos de las mujeres, a las decisiones que las parejas toman (distintas de las de confrontación entre los derechos y las responsabilidades de los cónyuges), a la participación social, y a la participación femenina en los debates académicos y políticos.
El segundo eje de reforma que está en proceso es la consecuencia directa de lo que acabamos de describir. La aparición de un discurso nuevo, que se sujeta firmemente en las fuentes islámicas y que está abierto al mismo tiempo, a las perspectivas femeninas originales. Lo que resulta particularmente nuevo es que son las mujeres las que dirigen este discurso, porque estudian, se expresan y, cada vez con más frecuencia, enseñan. Se etiquetan a sí mismas como musulmanas, critican las interpretaciones erróneas y utilizan la amplitud de la interpretación que los textos proporcionan y las opiniones variadas de los ulemas y de la tradición reformista, para construir un discurso de las mujeres musulmanas que les reclama una fidelidad activa, inteligente y justa—una fidelidad islámica que las coloca en posición de libertad ante Dios y que no las somete al imaginario masoquista masculino, tanto de oriente como de occidente.
El último eje es la consecuencia de los primeros dos, porque es el reconocimiento de la necesaria visibilidad de las mujeres. Su presencia es cada vez más considerable tanto en las mezquitas, como en las conferencias y seminarios, en las organizaciones islámicas, en los espacios públicos y en las universidades y lugares de trabajo. Y esta visibilidad es una clara reivindicación tanto de su derecho de estar, y de estar allí; como del derecho que tienen de expresarse por sí mismas. Muchas mujeres en occidente demuestran su derecho a ser respetadas en su fe al llevar el velo y dando signos visibles de la modestia en la que quieren que la gente se aproxime a ellas: pero su fidelidad a las reglas del Islam no les priva del derecho de tener gustos totalmente occidentales, cuando hablamos del color y estilo de su vestimenta. Están involucradas en movimientos de liberación dentro y a través del Islam, y promocionan un “feminismo islámico” que no significa la aceptación acrítica de las modas y del comportamiento de sus conciudadanos occidentales. Están luchando por el reconocimiento de su estatus, por la igualdad, por el derecho al trabajo y por los sueldos igualitarios (entre hombres y mujeres), pero esto no quiere decir que quieran desatender lo que su fe les demanda. Las musulmanas occidentales respetan el principio de su religión vistiéndolos al estilo y gusto de su cultura. Es interesante apuntar que muchas mujeres musulmanas, tanto las que llevan velo como las que no lo hacen, trabajan juntas en varias organizaciones respetando las decisiones que cada una de ellas ha tomado: este desarrollo es importante porque supone un paso hacia la aceptación de la opinión del otro y hacia la promoción de un diálogo interno necesario.
El feminismo está en marcha, aunque en occidente sea difícil aceptar que una mujer musulmana se libere desde los confines de las referencias islámicas o que una mujer que lleva velo pueda ser verdaderamente libre y estar liberada de alguna manera. La visibilidad de las mujeres y de sus elecciones, que se escuchan cada vez más, deberán eventualmente cambiar estas imágenes. Esperamos y proponemos otro modelo de mujer moderna, autónoma, occidental y profundamente musulmana. Esto no se corresponde con el modelo clásico de “liberalización de la mujer occidental,” pero hemos dicho antes que lo que crea la libertad no es una forma de expresión particular en un momento histórico determinado, o de una población especifica, sino que es la existencia verdadera de los principios en los que esa libertad se basa: una conciencia autónoma que realiza sus elecciones basándose en sus convicciones. La gente en occidente hace lo posible para respetar esta otra forma de libertad.
Para las mujeres y hombres musulmanes queda negociar algunos desafíos compartidos que son de importancia primordial en las sociedades occidentales y que no deben relativizarse o minimizarse en nombre de la promoción del feminismo. Los hombres, así como las mujeres, deben recordar que los mandamientos del Islam enfatizan la centralidad de la familia, el papel de las madres, así como el de los padres, la educación y el apoyo de los niños, la transmisión de conocimiento, y todo lo discutido en las publicaciones anteriores. El deseo de libertad y de derechos, tanto de hombres como de mujeres, no puede suponer el olvido de las responsabilidades que cada uno tiene respecto de sí mismo como individuo, de su familia, y de su sociedad. Todo nos lleva a pensar que de no estar más vigilantes, los musulmanes occidentales experimentarán dificultades similares a las de sus conciudadanos: divorcio, violencia, abandono de los niños, brechas generacionales, abandono de mayores, y de más. Aún no hemos llegado a ese estado, pero todos los índices estadísticos indican que las familias musulmanas tienden hacia el peor de los resultados. Este estado de cosas debería hacerles despertar y dirigirles hacia la necesidad de un compromiso social atento, considerado y efectivo.
Volvemos a decir, al final de esta sección, que hay que escuchar y entender las reservas sobre el término “feminismo islámico” que expresan algunas mujeres y hombres musulmanes, tanto por razones históricas (la memoria del colonialismo) como por las ideológicas (miedo a que la frase sea occidentalizada). De hecho, el movimiento intelectual y social al que se aspira con la realización de una nueva lectura de las fuentes escriturarias y el establecimiento de un estatus independiente para las mujeres es, en realidad, de naturaleza feminista (en el sentido de la reivindicación de derechos) dentro y a través del Islam. Sólo será una etapa en la afirmación de la mujer y de su rechazo a la discriminación en las comunidades musulmanas tanto si en las occidentales como en las orientales. Más allá de esta lucha debemos hablar y promocionar la “feminidad islámica” y abarcar todos los aspectos de este asunto: la dignidad y autonomía del ser femenino, la igualdad ante la ley y su complementariedad natural. Esta “feminidad islámica” debe definir cierta manera de ser y de sentirse a sí misma, —queriendo permanecer— una mujer ante Dios y entre los demás seres humanos, en las esferas espirituales, sociales, políticas y culturales. Libre, autónoma y comprometida, como los Textos piden y como las sociedades deberían garantizar.
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