viernes, 11 de marzo de 2011

Hacia una reforma de la educación: Introducción

La transmisión de los valores islámicos a los niños produce la misma preocupación y miedo; tanto en las familias, como en las organizaciones, y en general, dentro de las comunidades de musulmanes occidentales. Cómo se pueden preservan la llama de la fe, la luz de la vida espiritual y la fidelidad a las enseñanzas del Islam en un entrono que ha dejado de referirse a Dios y estando inmersos en sistemas educativos que tienen poco que decir sobre la religión. Toda madre y padre que se preocupen sobre la fe, se enfrentan tarde o temprano a esta difícil pregunta. La primera generación de inmigrantes, que eran en general, familias de recursos limitados, tuvieron un éxito asombroso al transmitir la fe: sin tener demasiados conocimientos religiosos de los que hablar, les transmitieron a sus hijos un entendimiento intuitivo de la fe y un respeto incondicional a ella. Llegaron de países donde se refería a Dios en todos sitios –tanto en el vocabulario como en la vida diaria–, y a veces de forma inconsciente, fueron capaces de transmitir el “sentimiento de Dios” de forma consciente. La segunda generación es la que ha expresado la necesidad de saber más, tras sentir la urgencia de trasladarse desde el solo sentimiento al verdadero conocimiento. Los inmigrantes educados entendieron pronto que aquí habría que estructurar la “educación islámica”, y hacer de ella una educación para los jóvenes. Naturalmente, se inspiraron en lo que habían conocido en sus países de origen, donde se enseñaba El Corán, la Tradición Profética (ahâdîz), la vida del Profeta (Sira) y un poco de ley y jurisprudencia relacionadas con las regulaciones religiosas (fiqh al-ibâdât). Empezaron a organizar clases de árabe y religión en mezquitas, y empezaron a aparecer patrones tipo madrasa en las comunidades de musulmanes occidentales. Estas estructuras informales, que actuaban esencialmente en los fines de semana y por las tardes, jugaron un papel decisivo para el establecimiento de los musulmanes. Con el tiempo, se establecieron estructuras más elaboradas, hasta llegar al nivel de escuelas islámicas privadas, que se han extendido respondiendo a una necesidad cada vez más aguda.

No obstante, persiste la impresión de que la educación islámica necesita aportaciones importantes y esto se confirma a través de numerosos indicadores. Las soluciones que se han propuesto, aunque resulten satisfactorias para una muy pequeña minoría dentro de la comunidad, se quedan a menudo cortas a la hora de responder a las necesidades de los musulmanes. La insatisfacción es de varios tipos: aunque el mensaje del Islam sea universal y “global”, y aunque tenga que dar los medios que todos necesitamos para afrontar los desafíos del entorno, vemos que lo que llamamos hoy “educación islámica” queda reducida a la memorización técnica de versículos coránicos, la Tradición del Profeta y a las reglas sin llegar a una dimensión espiritual real. El aprendizaje del ritual se derrama sobre un ritual mecánico y la enseñanza que se ofrece está totalmente desconectada de las realidades europeas y americanas. Es como si los niños siguieran viviendo “allí”, y como si nuestras referencias al “aquí” fueran para enfatizar la oposición que los jóvenes deberían manifestar respecto de una sociedad que no es ni nuestra, ni suya. Por lo que encontramos en esta educación los dos defectos de los que el mensaje del Islam nos ha advertido: la reducción de la espiritualidad a rituales técnicos y la adopción de una visión dualista y maniquea, que se basa en “nosotros” frente a “ellos.” Esto llega a extenderse al estudio de la vida del Profeta (de la que nos hubiera gustado que se desarrollara una aproximación humana), pero que se reduce a una serie de datos y eventos sin una substancia real: nos hubiera gustado que los jóvenes llegaran a amar el “modelo,” pero éste ha sido deshumanizado casi por completo, deshumanizado por el contenido de la enseñanza.

Los métodos educativos no son mucho mejores que esto. Mientras que las escuelas públicas les enseñan a los niños cómo expresarse, dar su opinión y articular sus dudas y esperanzas; en las mezquitas y en las organizaciones islámicas encontramos todo lo contrario. Aquí, uno debe mantenerse callado y escuchar: pues no hay lugar para la discusión, el intercambio o el debate. Se les pide a muchos jóvenes hacer frente a una doble personalidad, una esquizofrenia insensata, en la que aprenden a expresarse en todas las áreas y sobre todos los temas de la vida con los “no musulmanes,” y cuando tienen que hablar del Islam o interactuar con sus profesores de religión: hacerse mudos (aparentando algo de “religiosidad” al respetar todo lo que se les dice). Juegan al juego de una educación que ha perdido su vía. Cuando consideramos lo que se les ofrece a las generaciones de jóvenes musulmanes en occidente, nos convencemos de que lo que se llama “educación” (que debería consistir en el traspaso de conocimiento para saber cómo ser), es al fin y al cabo una “instrucción” mal administrada, una simple entrega de un conocimiento basado en principios, reglas, obligaciones y prohibiciones; que se presentan a menudo, de manera fría y austera, sin animosidad ni humanidad. Algunos jóvenes se saben de memoria extensas suras (capítulos) del Corán y un vertiginoso número de hadices que, sin embargo, no tienen ningún impacto en su comportamiento cotidiano. Es al contrario, se quedan con la forma externa sin establecer ningún contacto con la base. Más aún, se les enseña para que asientan sus “divergencias” con discursos críticos y desaprobadores, hacia el “otro,” el occidental “al que nunca deberían parecerse.” Este valor externo, que se alimenta en los fines de semana con el fomento de una alteridad absoluta, cambia durante la semana en la vida diaria, y lo hace precisamente por los contactos que se establecen con ese “otro.” Los valores se convierten en una inquietud, en desazón y complejos de inferioridad con los que es casi imposible vivir. La educación religiosa y espiritual que se les da y que debería ofrecer a los jóvenes y no tan jóvenes los medios para hacer frente a los desafíos de sus sociedades, les termina empujando hacia una de estos tres caminos: fingir, perderse a sí mismos en silencio o rechazarlo todo alzándose en rebelión. Es verdad que hay muchas excepciones que evidencian un éxito notable de la educación islámica (excepciones que deberían estudiarse), sin embargo también debemos observar la realidad y pensar en pasos que podamos tomar hacia una reforma profunda.


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