martes, 2 de noviembre de 2010

Retos comunes para vivir juntos: La educación


La educación

 

Cada día se ponen en cuestión los sistemas educativos del mundo moderno siendo objeto de severas críticas, como si fueran responsables por sí mismos de todos los fallos sociales. Los profesores se convierten, de paso, en los chivos expiatorios de todas las frustraciones: la escuela ya no es lo que era. Los musulmanes, como los demás ciudadanos, están interesados en esta cuestión, en el sistema escolar en su conjunto, en los programas de enseñanza y en la vida en la escuela, pues son cuestiones que implican a todos los actores sociales.

Bien sea en las familias musulmanes o en las demás, las antiguas compartimentaciones (la familia que educa y la escuela que instruye) se han hecho trizas: los espacios de complementariedad ideales han dejado sitio hoy a una especie de nebulosa en el seno de la cual es difícil definir los respectivos roles. Y los debates suelen acabar con la responsabilización del otro: los padres han dimitido, dicen unos, los profesores son blandos, replican los otros. Mientras tanto, se crían generaciones de niños a quienes no se ofrece esperanza sino que se les transmite una curiosa o muy precoz desgana.


La educación es una de las construcciones más grandes de la época moderna. Para debatir sobre ella se necesita que el conjunto de los actores de nuestras sociedades occidentales, de todas las confesiones, espiritualidades, convicciones humanistas; trabajen juntos con el fin de determinar la vocación de la escuela y su lugar en nuestra sociedad a la luz de nuestro proyecto común.

Una comunidad o nación de seres responsables se valora por la inversión que hace en la formación y educación de los adultos del día de mañana. No se trata sólo de transmitir meros conocimientos y habilidades que hagan posible el control casi total del entorno y permitan a los individuos obtener un reconocimiento social con un buen salario como retribución. ¿Qué queremos exactamente? Sería tiempo de que entre todos nos planteáramos la pregunta: ¿qué queremos? ¿Formar seres dignos y responsables? ¿Vivir juntos en el respeto hacia los demás y hacia la pluralidad? ¿Defender el derecho y la justicia? ¿Conduce a esos objetivos nuestro proyecto educativo global? Lo menos que podemos decir es que se ejerce presión que pesa sobre la escuela para que a partir de la selección y de la competición a ultranza sean “producidos” los universitarios y la élite del mañana.

Los alumnos, colegiales y universitarios adivinan, más o menos, hacia dónde se les quiere llevar. Pero no saben quiénes están en el camino de su formación. La memoria, a menudo truncada en cuanto a su historia, y los horizontes particularmente confusos de su identidad cultural se unen a un analfabetismo religioso mayoritariamente extendido. Todos estos elementos son factores multiplicadores de temor y miedo: ¿cómo reconocer serena y respetuosamente al otro si no sé quién soy? La sociedad pluricultural necesita una educación exigente y adaptada para combatir la producción de las peores desviaciones racistas y xenófobas. La escuela hoy, más que ayer, debe formar el ser y contar con él, cuestionar el sentido, debatir los valores y no encerrarse en una simple y única gestión selectiva de las capacidades y aptitudes. Esta cuestión concierne a todos los ciudadanos responsables sean de la confesión que sean.


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