sábado, 14 de julio de 2012

Reflexiones sobre el mes de Ramadán

El mes de Ramadán está a la vuelta de la esquina, y con él, las musulmanas y los musulmanes del mundo se inscriben en una de las mejores y más bellas escuelas de la vida. El mes de ayuno es una escuela de îmân, de espiritualidad, de conciencia; un mes de generosidad, de solidaridad, de justicia, de dignidad y unidad. Es el mes en el que debe darse la introspección más profunda a nivel personal pero entre los demás, y coincide con la mayor contribución de los musulmanes a la humanidad. El mes de Ramadân supone el ayuno más extendido del mundo, y sin embargo, sus enseñanzas se reducen al mínimo, hasta llegar al abandono (a través de la aplicación literal de normas que pasan por alto su objetivo final). No es de extrañar entonces que debamos volver a este tema, como vuelve el mes del ayuno cada año. Pues debemos repetir, ensayar y profundizar aún más nuestra comprensión de lo que nos enseñar este ayuno, esta escuela de cercanía de lo divino, de humanidad y dignidad. El ayuno es la búsqueda individual de lo divino y pide a cada uno de nosotros mirar más allá de sí mismo: Ramadân es, en esencia, un mes de espiritualidad humanista.

Durante los días de ayuno se nos llama a abstenernos de comer, beber y responder a nuestros instintos, para volver hacia adentro, a nuestro corazón y al sentido de nuestras vidas. Ayunar significa observar la sinceridad, para examinar nuestras deficiencias, contradicciones y fracasos, y dejar de ocultar lo que somos, para empezar a centrar nuestros esfuerzos en la búsqueda de nosotros mismos, de significado y de las prioridades de nuestras vidas. Más allá de la comida, el ayuno nos obliga a examinarnos a nosotros mismos, reconocer nuestras limitaciones con humildad, encarar nuestro ser (nafs)  con una reforma ambiciosa. Es un mes de renovación para hacer un balance crítico de nuestras vidas, de nuestras necesidades, de nuestros olvidos y de nuestras esperanzas. Tenemos que tener tiempo para nosotros mismos, para cuidarnos, meditar, contemplar, simplemente para reflexionar y amar. Desde esta perspectiva, el mes de Ramadân es la mejor expresión posible de la lucha contra el consumismo: ser y no sólo poseer, para liberarnos de las dependencias que nuestras sociedades, basadas en el consumo, estimulan y amplían tanto al Norte como al Sur. Al invitarnos a dominar nuestros instintos, el ayuno cuestiona la noción moderna de libertad. ¿Qué significa ser libre? ¿Cómo vamos a encontrar el camino hacia una libertad más profunda, yendo más allá de lo que anhelamos? Todo un mes, año tras año, para seguir siendo humano, para convertirse en un ser humano ante Dios y entre los hombres. Un verdadero ayuno, que contradice las apariencias.

La tradición del ayuno fue prescrita, como nos revela el Corán, por todas las tradiciones religiosas anteriores al Islam. Es una práctica que compartimos con todas las espiritualidades y religiones, y como tal, lleva la marca de la familia humana y de su fraternidad. Ayunar es participar en la historia de estas religiones, en una historia que posee un significado, que tiene sus propias demandas y que está conformada por rumbos y por objetivos finales. Una unidad de descendencia espiritual, de trascender de lo estrictamente humano, une a todos los sistemas de creencias, a todas las religiones. El Islam se sitúa en el sentido de unicidad de Dios (Tauhîd), para reconocerla en la diversidad humana, en virtud de cómo esta se vivió y vive. Entre los musulmanes las distintas formas de romper el ayuno, de las comidas, de la gestión que se hace de la noche,... son muy diversas. A pesar de que el tiempo y el ritmo de los ayunantes sean similares. Lo que evoca una unidad de significado, y una diversidad en la práctica. El mes de Ramadân trae consigo esta enseñanza fundamental, y recuerda a los propios musulmanes, con independencia de la escuela que siguen, que comparten el mismo camino y que deben aprender a conocerse y a respetarse entre sí. De la misma manera que lo deben hacer con otras tradiciones, ya que el propio Corán ordena el "conocerse".

Este mes que llega es un mes de dignidad. La Revelación nos recuerda que el ser humano es una criatura de nobleza y dignidad. "Hemos dado la dignidad a los hijos de Adán (la humanidad)." El ayuno está prescrito Sólo para ellos, con plena conciencia, sólo se les pide a ellos ascender a la altura de su noble objetivo. Debemos llevar a cabo el ayuno manteniéndonos en el espíritu de la búsqueda de proximidad a lo Único, de la igualdad y la nobleza entre los compañeros, mujeres y hombres por igual, y en solidaridad con los oprimidos. El eje de esta vida redescubierta por tanto es el que sigue: volver a nuestros corazones, reformar a la luz de lo esencial, y celebrar la vida en la solidaridad, para experimentar la privación y rechazar una pobreza impuesta y degradante. Nuestra tarea es el auto-dominio con nosotros mismos, debemos elevarnos, romper nuestros lazos, ser libres e independientes, por encima de las necesidades superficiales, siendo lo mejor para ocupar nuestras mentes con la Verdad, cerca de las necesidades de los pobres y los necesitados. El mes de Ramadân es, pues, un lugar para el exilio de la ilusión y de la moda, y una peregrinación profunda en uno mismo, peregrinación hacia el sentido, peregrinación en los demás. Para liberarnos de nosotros mismos, y servir al mismo tiempo a todos los recluidos por la pobreza, la injusticia o la ignorancia.

Los musulmanes pasan treinta días en compañía de este mes de luz. ¡Si tan sólo ensancharan la amplitud de sus ojos, sus corazones, y de su ser para recibir la luz y poder ofrecerla como el mayor regalo de su tradición espiritual a sus hermanas y hermanos en la humanidad! Han de ejercer el autocontrol y dar, meditar y llorar, rezar y amar, y todo ello al compás del Corán. En verdad que ayunar es orar, orar es amar.

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