
Durante
los días de ayuno se nos llama a abstenernos de comer, beber y responder a
nuestros instintos, para volver hacia adentro, a nuestro corazón y al sentido
de nuestras vidas. Ayunar significa observar la sinceridad, para examinar
nuestras deficiencias, contradicciones y fracasos, y dejar de ocultar lo que somos,
para empezar a centrar nuestros esfuerzos en la búsqueda de nosotros mismos, de
significado y de las prioridades de nuestras vidas. Más allá de la comida, el
ayuno nos obliga a examinarnos a nosotros mismos, reconocer nuestras
limitaciones con humildad, encarar nuestro ser (nafs) con una reforma ambiciosa. Es un mes de
renovación para hacer un balance crítico de nuestras vidas, de nuestras
necesidades, de nuestros olvidos y de nuestras esperanzas. Tenemos que tener
tiempo para nosotros mismos, para cuidarnos, meditar, contemplar, simplemente
para reflexionar y amar. Desde esta perspectiva, el mes de Ramadân es la mejor
expresión posible de la lucha contra el consumismo: ser y no sólo poseer, para
liberarnos de las dependencias que nuestras sociedades, basadas en el consumo, estimulan
y amplían tanto al Norte como al Sur. Al invitarnos a dominar nuestros
instintos, el ayuno cuestiona la noción moderna de libertad. ¿Qué significa ser
libre? ¿Cómo vamos a encontrar el camino hacia una libertad más profunda, yendo
más allá de lo que anhelamos? Todo un mes, año tras año, para seguir siendo humano,
para convertirse en un ser humano ante Dios y entre los hombres. Un verdadero
ayuno, que contradice las apariencias.

Este mes que llega es un mes de dignidad. La Revelación nos recuerda que el ser humano es una criatura de nobleza y dignidad. "Hemos dado la dignidad a los hijos de Adán (la humanidad)." El ayuno está prescrito Sólo para ellos, con plena conciencia, sólo se les pide a ellos ascender a la altura de su noble objetivo. Debemos llevar a cabo el ayuno manteniéndonos en el espíritu de la búsqueda de proximidad a lo Único, de la igualdad y la nobleza entre los compañeros, mujeres y hombres por igual, y en solidaridad con los oprimidos. El eje de esta vida redescubierta por tanto es el que sigue: volver a nuestros corazones, reformar a la luz de lo esencial, y celebrar la vida en la solidaridad, para experimentar la privación y rechazar una pobreza impuesta y degradante. Nuestra tarea es el auto-dominio con nosotros mismos, debemos elevarnos, romper nuestros lazos, ser libres e independientes, por encima de las necesidades superficiales, siendo lo mejor para ocupar nuestras mentes con la Verdad, cerca de las necesidades de los pobres y los necesitados. El mes de Ramadân es, pues, un lugar para el exilio de la ilusión y de la moda, y una peregrinación profunda en uno mismo, peregrinación hacia el sentido, peregrinación en los demás. Para liberarnos de nosotros mismos, y servir al mismo tiempo a todos los recluidos por la pobreza, la injusticia o la ignorancia.
Los
musulmanes pasan treinta días en compañía de este mes de luz. ¡Si tan sólo ensancharan la amplitud de sus ojos, sus corazones, y de su ser para recibir la luz y poder
ofrecerla como el mayor regalo de su tradición espiritual a sus hermanas y
hermanos en la humanidad! Han de ejercer el
autocontrol y dar, meditar y llorar, rezar y amar, y todo ello al compás del Corán. En verdad que ayunar es
orar, orar es amar.
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¡Gobiérnese ayunando señor gobernador!
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