domingo, 11 de enero de 2015

Tolerancia activa

Observar los horizontes de la vida de uno y la infinitud de sus finalidades. Buscarle sentido, armonía y paz. Esta necesidad es personal pero la búsqueda universal. Partimos en nuestro caravasar a la par que nuestra conciencia, nuestras convicciones, nuestras preguntas, amores y esperanzas. También tenemos satisfacciones, placeres, lágrimas, sufrimiento y bastantes dudas acerca el sentido de la vida, de los signos, las ausencias y la muerte. Si empezásemos a mirar a nuestro alrededor, a observar a los individuos y las sociedades, a estudiar las filosofías y las religiones, comprenderíamos que nuestra soledad es compartida. Que se trata de una soledad plural. Nuestra singularidad nos habría de servir entonces de recuerdo puesto que los caminos son múltiples y las voces infinitas. Tras lo que, los tiempos se terminarían aunando justo en el nuestro, en las poblaciones, calles, muy cerca de nosotros: esta solitaria humanidad se distingue por su diversidad y diferencias. Y no tenemos elección, al fin y al cabo.

¿Nos permite esta disposición intelectual acceder a la aceptación de lo real y de su diversidad? ¿Nos es suficiente con observarla sabiendo que nuestras búsquedas y necesidades son las mismas? ¿Nos tenemos que formar con nuestras diferencias para poder, de forma eficaz,  reconocer nuestras similitudes y gestionar nuestras diferencias de forma positiva? En una mesa o escritorio, delante de un café o una comida en los debates universitarios, en nuestros salones, comedores o conferencias y convenciones… Se da la bienvenida a la grandeza de las almas de los seres humanos cuando su vida cotidiana o riquezas no conllevan la marginación de uno. Pero esta postura nada nos dice acerca de esta ni resuelve las dificultades de la diversidad. Elaborar filosofías magnánimas y bellas para la tolerancia y el pluralismo cuando nuestras formas de vida nos terminan enfermando dentro de un universo cerrado a amigos que no nos sirven de recuerdo, es una declaración de generosidad y de buenas intenciones demasiado virtual. Es el equivalente a hacer alarde de antirracismo intelectualmente, cuando en la vida diaria no nos cruzamos, o lo hacemos demasiado poco, con negros, árabes o asiáticos (o a la inversa: con blancos cuando se es negro, árabe o asiático). Condenar el antisemitismo o la islamofobia, de forma intencionada o no, manteniéndose a cierta distancia de los judíos y musulmanes será ciertamente respetable, pero no descubre nada de las disposiciones personales del ser humano, que teoriza de esta manera. El gueto tiene sus características y sus consecuencias: físicas, sociales, intelectuales o mentales, y nutre permanentemente a cada uno de sus miembros con las proyecciones reales o imaginarias del mundo que hay alrededor de uno mismo. En los guetos de la inteligencia y de las teorías idealistas, se halla un montículo de intolerantes y racistas inconscientes.


Observar el horizonte para aprehender, con consecuencia e inteligencia, la diversidad necesaria entre los seres humanos. Las rutas y caminos no son mas que el inicio del desafío. No son suficientes, y nunca lo serán. Afrontar y gestionar la diversidad exige salir de la belleza de esas ideas, teóricas e idealistas, y reflejarlas en la vida real; consiste en liberarse del gueto de la inteligencia noble y segura para penetrar en el universo de las emociones crudas, tenaces, a veces descabelladas y peligrosas; consiste en pasar del orden controlado del espíritu a las tensiones y desórdenes caóticos del corazón y de las entrañas, de las “tripas” por utilizar un lenguaje más común y por tanto más expresivo. Existir y reencontrarse con el otro, con sus diferencias en el color de la piel, sus modales, vestimenta, credos, costumbres, hábitos, su psicología  y lógica intelectual… nos remite a nosotros mismos, a nuestros horizontes interiores, a nuestras intimidades. Nuestra mente no lo puede controlar todo: nuestras certidumbres y hábitos pueden verse sacudidos, pero nuestras emociones reaccionan y también se expresan. Más allá de las salas de conferencias, pueden fácilmente tomar posesión de nosotros. El “otro”, todos “los otros” y todas sus diferencias visibles y/o supuestas son la revelación de dimensiones más luminosas que las sombras de nuestra humanidad. Si “los otros” parecen confiados y serenos, mientras que nosotros no estamos seguros de nuestras verdades, perturban nuestro espacio vital con su visibilidad o alteran nuestros hábitos con su presencia y nos parece que roban el poco trabajo que haya. Cuando su riqueza nos recuerda nuestras dificultades, incluso nuestra pobreza, despiertan en nosotros emociones que para los seres humanos equivalen al instinto de supervivencia en los animales. La reacción apenas es controlable: todos los buenos discursos se los lleva el viento. Nos despedimos de nuestra humanidad más cruda para lidiar con las emociones, las disposiciones del corazón y con nuestras “tripas” puesto que colonizan nuestro espíritu inundándolo de  miedo, suspicacia, y prejuicioso revhazo. El racismo puramente intelectual es minoritario, a menudo marginal. Lo que alimenta el rechazo de los demás –consiente o inconscientemente- es siempre una mezcla de duda, temor, inseguridad, hábitos desgobernados añadidos a esos informes enriquecidos de números, datos reales o fantaseados: los problemas cotidianos, la inmigración, el paro, la pobreza, la sensación de estar privados, invadidos, etc. Están en el corazón de la humanidad y de la vida. Podemos despreciar y condenar el dogmatismo y racismo en las salas de reuniones y diálogos universitarios, pero sería injusto no hacer una evaluación precisa de nuestros temores y dudas -a menudo muy instintivos- que, en realidad, producen los peores rechazos del otro. Esto no pretende minimizar o justificar el racismo, la intolerancia y la xenofobia, sino comprender de dónde emergen, cómo toman cuerpo y cómo, por último pueden estar alimentados e instrumentalizados. La fuerza de los discursos populistas de rechazo tiene exactamente esta capacidad de revelar y atender las emociones más brutas, los miedos, las “tripas” y de dotarlas de razones y explicaciones simplificadas. Y los discursos idealistas y teóricos deberían reconciliarse con la vida y dejar de despreciar las dimensiones realistas de lo humano. 

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