lunes, 29 de agosto de 2011

Diálogo interreligioso: La necesaria diversidad

Los individuos, inocentes y libres, deben tomar una decisión (aceptar o rechazar  la Revelación); habrá diversidad necesaria entre las personas, por lo que los tres versículos que siguen y que son aparentemente similares, contienen enseñazas que se complementan: "(...) Al·lâh, si hubiera querido, les habría congregado a todos para dirigirles. ¡No seas, pues, de los ignorantes! (6/35); "Si tu Señor hubiera querido, todos los habitantes de la tierra, absolutamente todos, habrían creído. Y ¿vas tú a forzar a los hombres a que sean creyentes!” (10/99); "(...) Al·lâh, si hubiera querido, habría hecho de vosotros una sola comunidad, pero quería probaros en lo que os dio. ¡Rivalizad en buenas obras!” (5/48). El primer versículo nos enseña que la diversidad es deseo del Trascendental, el segundo deja claro que, en nombre de ese deseo, la coacción en la religión queda prohibida y el Corán así lo confirma "No cabe coacción en religión.” (2/256), y la Revelación nos enseña que el propósito de estas diferencias es ponernos a prueba para descubrir lo que vamos a hacer con lo que se nos ha revelado: la última orden es usar estas diferencias para “rivalizar en hacer el bien.” La diversidad de las religiones, naciones y la de los pueblos es un examen porque requiere que aprendamos a manejar la diferencia, que es algo esencial en sí misma: "Si Al·lâh no hubiera rechazado a unos hombres valiéndose de otros, la tierra ya se habría corrompido. Pero Al·lâh dispensa Su favor a todos." (2/251); "Si Al·lâh no hubiera rechazado a unos hombres valiéndose de otros, habrían sido demolidas ermitas, iglesias, sinagogas y mezquitas, donde se menciona mucho el nombre de Al·lâh." (22/40). Estas dos aleyas ofrecen una información complementaria que es de importancia primordial: si no hubiera diferencias entre las personas, si el poder estuviera en las manos de un solo grupo (nación, etnia o religión), la tierra estaría corrompida porque los seres humanos necesitan de otros que limiten su deseo impulsivo de expansión y dominio. La última aleya es más precisa para nuestra discusión presente; hace referencia a lugares de culto indicando que habrá, necesariamente, diversidad de religiones, y su propósito es salvaguardarlas a todas: el hecho de que la lista de lugares comience con ermitas, sinagogas y capillas antes de hacer referencia a las mezquitas muestra reconocimiento por todos estos lugares de culto, por su inviolabilidad y, por supuesto, respeto por quienes rezan en ellos. Por tanto, de la misma manera que la diversidad es la fuente de nuestro examen, el equilibrio de poder es un requisito de nuestro destino.  

Está claro que la diferencia puede llevar a conflicto; por tanto la responsabilidad del género humano es hacer uso de la diferencia estableciendo relaciones basadas en la rivalidad a la hora de hacer el bien, al margen de cualquier aspiración de poder. Es vital que el equilibrio del poder no se base en la tensión que surge del rechazo o de la ignorancia mutua sino, y ante todo, del conocimiento: “¡Hombres! Os hemos creado de un varón y de una hembra y hemos hecho de vosotros pueblos y tribus, para que os conozcáis unos a otros." (49/13) Conocer al otro es un proceso inevitable a la hora de superar el miedo a la diferencia y lograr el respeto mutuo. Por lo que los seres humanos pasan una prueba necesaria para su naturaleza pero que pueden –y deben– vencer llevando a cabo el esfuerzo de conocer y reconocer a aquellos que no pertenecen a su tribu, a su país, a su etnia o a su religión. El diálogo, y particularmente el diálogo interreligioso, se hace indispensable.

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sábado, 27 de agosto de 2011

Diálogo interreligioso: Introducción

Existe una tradición bastante antigua de diálogo interreligioso. En distintas épocas a lo largo de la historia y en contextos muy diversos, las gentes que pertenecían a religiones distintas han llevado a cabo intercambios religiosos intentando entenderse mejor; han tenido éxito a la hora de ganarse el respeto del otro y se las han arreglado para no sólo vivir sino trabajar juntos compartiendo esfuerzos y empeño. Hoy en día, palpamos la necesidad de participar aún más en este proceso ya que el pluralismo religioso de las sociedades occidentales hace del conocimiento mutuo algo esencial. Al mismo tiempo, los desarrollos técnicos han cambiado nuestra visión del mundo, y las imágenes diarias de sociedades y costumbres distintas de las nuestras despiertan nuestra curiosidad. De manera más drástica, se perpetran actos de violencia en nombre de la religión, lo que desafía nuestra conciencia: ¿cómo se puede justificar tal horror en nombre de la religión? ¿Cómo lo podemos entender? ¿Cómo lo debemos prevenir?

En la historia reciente, se han formado muchos grupos de especialistas. Éstos se suelen encontrar en coloquios, conferencias y seminarios intentando construir puentes, discutir temas sensibles y prevenir conflictos. Con el tiempo, los especialistas en el diálogo han llegado a conocerse y a disfrutar de relaciones excelentes fundadas en la cortesía y el respeto. Se trata de un logro importante. Sin embargo, subyace el problema de que los círculos que existen están cerrados de forma  casi hermética y sus miembros no están siempre en contacto ni tan siquiera con los miembros de sus propios grupos, lo que hace difícil comunicar dentro de cada comunidad religiosa los avances que se logran en los numerosos encuentros. Más aún, secciones enteras de estas comunidades no están preocupadas ni tienen contacto con los varios diálogos que se están llevando a cabo. Aquellos que se encuentran no representan las distintas denominaciones, escuelas de pensamiento, o las tendencias de las personas que se adhieren a su religión. Los que mantienen las opiniones más cerradas, que son la causa de los verdaderos problemas en la vida diaria, no se encuentran nunca. Por tanto, encontramos tanto a nivel nacional como internacional, una imagen muy irregular: el diálogo es bueno cuando se pone en marcha entre los especialistas de cada religión de mente más o menos abierta; mientras que los creyentes corrientes se encuentren en muy raras ocasiones, dejando de dar voz a las visiones más estrechas y radicales. El sentido común y la lógica nos animaría a esperar todo lo contrario: los especialistas no necesitan del diálogo, o no lo necesitan por más tiempo, y el debate debe tener lugar dentro de las comunidades religiosas y entre aquellos que sustentan las visiones más radicales. Es un círculo vicioso: el diálogo es imposible precisamente porque la gente no se conoce, o porque niega a los demás.

De hecho, la responsabilidad de las personas que participan en el diálogo entre religiones es de una importancia doble: tanto si son especialistas o simples miembros de un grupo religioso, es vital que jueguen el rol de mediadores entre sus compañeros de diálogo y sus correligionarios. Se trata de escuchar a la otra parte, de desafiar y cuestionar dentro de la comunidad propia, informando, explicando, llegando a enseñar, si es necesario. Al mismo tiempo, los participantes en el diálogo deben expresar sus propias convicciones, clarificar el lugar de su propio sentido de religión entre las otras visiones que se sostienen dentro de su familia religiosa, y responder, como les sea posible, a las preguntas de sus compañeros de diálogo. Crean, al actuar de este modo, áreas de confianza entre las distintas tradiciones, que se sustentan a través de convicciones compartidas y valores que, aunque no consigan acercar los extremos, sí que abren horizontes reales para vivir juntos y permitir al menos que las rupturas se eviten y que los conflictos se manejen mejor.

No dudamos de la necesidad de diálogo interreligioso, pero hay gente que aún no entiende su utilidad y propósito reales. ¿De qué va exactamente? ¿Quiero convertir al otro? ¿Me puedo involucrar con una conciencia clara? ¿Cuáles es  el impacto real de estas buenas palabras sobre el respeto y el vivir juntos cuando vemos el comportamiento de los creyentes de las distintas religiones? ¿No hay lugar para la duda o la sospecha sobre las intenciones de uno u otro lado si nos tomamos un tiempo en leer las fuentes escriturarias? Estas preguntas no se pueden esconder. Son de una importancia primaria porque, a no ser que se respondan sucinta y claramente, corremos el riesgo de mantener un diálogo aparentemente afable pero que no elimina las desconfianzas y sospechas que, a fin de cuentas, no llevan a ningún lado. Intentaremos desde el interior de la tradición Islámica, sugerir posibles respuestas a estas preguntas.

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viernes, 5 de agosto de 2011

Grito de humildad

Vivimos en un mundo donde nos falta confianza. Confianza en nosotros mismos, en los otros, en el hombre y/o en Dios, en el futuro… En un mundo como este, nuestras comunidades de fe se convierten, muchas veces, en el espejo que refleja esa imagen nuestra que nos desagrada y asusta, por lo que las diferencias respecto del otro nos permiten definirnos, “identificarnos” a nosotros mismos y, básicamente, darnos algún tipo de seguridad que nos hace falta.   

Tenemos que viajar hacia nosotros mismos para redescubrir el gusto por las preguntas, por la crítica constructiva y por la complejidad de los asuntos.  

Pero tendremos que hacerlo con humildad, que será una de las palabras clave en nuestro recorrer. La humildad que debe sentir el ser humano ante la magnanimidad de la creación, ante su debilidad frente los acontecimientos más mundanales e intranscendentes, ante su pequeñez frente a Su Grandeza… debemos admitir, con humildad, que no contamos mas que con puntos de vista, en el sentido literal de la expresión, y que éstos dan forma a nuestras ideas, a nuestras percepciones y a nuestras imaginaciones.

El pluralismo que vivimos es tal, que nos vemos en la necesidad de plantearnos si estamos hablando del mismo mundo, de las mismas preguntas o de la misma humanidad. Entretanto, en esta “villa global,” nuestro cada vez más pronunciado individualismo nos induce incluso a dudar del hecho de que haya cosas tales como la filosofía y el pensar meditado o a cuestionar los fragmentos de reflexión que hay tras los cálculos de nuestros anhelos de poder e intereses personales. ¿Y qué otra cosa podría hacer el ego del egoísmo si no? 

Cuando salimos de nosotros hacia el otro, encontramos muchas similitudes, muchas cosas en común y muchos valores compartidos. El hombre es vulnerable cuando está perdido y encuentra rara vez satisfacción en su pérdida. Pero es bueno que el viajero se pierda de vez en cuando, que encuentre su camino de nuevo, que piense que ha entendido para percatarse finalmente de que no entiende, o que no entiende suficiente.  

El objetivo de nuestro viaje ha de ser el viaje mismo… dicho de manera poética, se trata de un viaje que nos lleva lejos, hacia nosotros mismos. 

Es una introducción necesariamente larga, porque apreciamos que hemos perdido una cualidad que el mismo universo impone sobre nosotros… hablamos de esa humildad que siente el hombre al contemplarse vulnerable, nimio respecto de la creación. Pero es esa misma humildad que debe hacer de esa persona responsable respecto de los demás elementos de la naturaleza. Entes vivos como lo son los animales, las plantas,… ¿limitamos nuestra reflexión y meditación sólo a “las cosas” que entendemos conscientes o ésta debería incluir lo aparentemente inerte y falto de consciencia? 

El hombre actual ha perdido la capacidad para la reflexión, quienes hoy en día reflexionan sobre el orden que rige la vida de un árbol, o sobre si esta forma de vida se percata de mi presencia están, según los valores que nos rigen en sociedad y los psicólogos, extraviados y han de recurrir a una de las estratagemas que la sociedad ha ideado para “curarles”.  

Encontramos en el Corán ejemplos varios que indican esta preocupación por que el ser humano reflexione sobre el valor que Dios le ha dado al resto de entes creados y sobre cómo nos los ha ofrecido de ejemplo para quienes saben contemplar y reflexionar:

“Al·lâh no se avergüenza de proponer la parábola que sea, aunque se trate de un mosquito. Los que creen saben que es la Verdad, que viene de su Señor. En cuanto a los que no creen, dicen: «¿Qué es lo que se propone Alá con esta parábola?» Así extravía Él a muchos y así también dirige a muchos. Pero no extravía así sino a los perversos.”  (Corán: 2/26)

Esta aleya se reveló en los albores de la negación en la época de la revelación profética. Negación que se debía a la poca humildad por parte de los incrédulos. Pues éstos dudaban de la credibilidad del mensaje y argumentaban sus justificadas dudas con la supuesta falta de solidez de las parábolas que se le revelaban al profeta, SAAWS. 

Esas parábolas fueron de esta manera porque perseguían curar la altivez y el orgullo de quienes no contemplaban la coherente lógica de las imágenes y relatos que le fueron revelados al profeta del Islam. No se percatan de que Al·lâh es el Dios del pequeño y del grande, Creador del mosquito y del elefante, porque tanto en éstos como en los demás seres creados, habita el secreto sellado del milagro de la vida. Fue un secreto indescifrable y lo sigue siendo para las mentes de quienes saben reflexionar.

La moraleja de las parábolas se halla en que son instrumentos que persiguen alumbrar para que, a través de ellas, seamos capaces de conocer y reconocer. La enseñanza de la parábola no está en su volumen o forma. Sería inútil quedarnos con la pequeñez del insecto, comparando ésta con la envergadura de la enseñanza que nos transmite, desenmascarando la arrogancia y nuestra presuntuosa superioridad.

La aleya empieza afirmando que Al·lâh “no siente vergüenza” al elegir determinados ejemplos. Lo que podemos adivinar tras este tipo de elecciones es que, con ellos, pretende curar la autocomplacencia, el deseo de superioridad y el orgullo que perseguimos en nuestras vidas, llegando a la justificación de cualquier tipo de acto infame para tal fin.
Otra enseñanza sería que no hay, como no hubo nunca, obligatoriedad en la creencia para los que no quieran creer. Ahora bien, quienes creen firman un pacto a través del cual se comporten en todas las áreas de sus vidas, y también en contra de este tipo de complacencias, orgullos injustificados y cultivos del ego en todas las esferas de la vida. 

Quiere también con esto retar los corazones y probar las conciencias. Las gentes del momento de la revelación no sabían a qué se estaba haciendo referencia, en este versículo árabe, al citar: {y lo que hay sobre él –el mosquito-} (parte obviada en la traducción del Corán que utilizamos, de ahí que no aparezca más arriba; sin embargo sí que se ha conservado en la traducción inglesa). No sabemos con exactitud a qué hace referencia esta parte de la aleya, pero todo apunta a un parásito minúsculo que habita en la espalda del mosquito y cuya existencia no ha podido descubrirse hasta hace poco. La mayoría de los ulemas coinciden al afirmar que “y lo que habita sobre él” coincidiría con este parásito.

Una muestra más de la omnisapiencia del Más Sabio y del desacierto del humano que peca de arrogancia aún cuando es incapaz de sentirse confiado al intentar explicar su sola existencia.