viernes, 5 de agosto de 2011

Grito de humildad

Vivimos en un mundo donde nos falta confianza. Confianza en nosotros mismos, en los otros, en el hombre y/o en Dios, en el futuro… En un mundo como este, nuestras comunidades de fe se convierten, muchas veces, en el espejo que refleja esa imagen nuestra que nos desagrada y asusta, por lo que las diferencias respecto del otro nos permiten definirnos, “identificarnos” a nosotros mismos y, básicamente, darnos algún tipo de seguridad que nos hace falta.   

Tenemos que viajar hacia nosotros mismos para redescubrir el gusto por las preguntas, por la crítica constructiva y por la complejidad de los asuntos.  

Pero tendremos que hacerlo con humildad, que será una de las palabras clave en nuestro recorrer. La humildad que debe sentir el ser humano ante la magnanimidad de la creación, ante su debilidad frente los acontecimientos más mundanales e intranscendentes, ante su pequeñez frente a Su Grandeza… debemos admitir, con humildad, que no contamos mas que con puntos de vista, en el sentido literal de la expresión, y que éstos dan forma a nuestras ideas, a nuestras percepciones y a nuestras imaginaciones.

El pluralismo que vivimos es tal, que nos vemos en la necesidad de plantearnos si estamos hablando del mismo mundo, de las mismas preguntas o de la misma humanidad. Entretanto, en esta “villa global,” nuestro cada vez más pronunciado individualismo nos induce incluso a dudar del hecho de que haya cosas tales como la filosofía y el pensar meditado o a cuestionar los fragmentos de reflexión que hay tras los cálculos de nuestros anhelos de poder e intereses personales. ¿Y qué otra cosa podría hacer el ego del egoísmo si no? 

Cuando salimos de nosotros hacia el otro, encontramos muchas similitudes, muchas cosas en común y muchos valores compartidos. El hombre es vulnerable cuando está perdido y encuentra rara vez satisfacción en su pérdida. Pero es bueno que el viajero se pierda de vez en cuando, que encuentre su camino de nuevo, que piense que ha entendido para percatarse finalmente de que no entiende, o que no entiende suficiente.  

El objetivo de nuestro viaje ha de ser el viaje mismo… dicho de manera poética, se trata de un viaje que nos lleva lejos, hacia nosotros mismos. 

Es una introducción necesariamente larga, porque apreciamos que hemos perdido una cualidad que el mismo universo impone sobre nosotros… hablamos de esa humildad que siente el hombre al contemplarse vulnerable, nimio respecto de la creación. Pero es esa misma humildad que debe hacer de esa persona responsable respecto de los demás elementos de la naturaleza. Entes vivos como lo son los animales, las plantas,… ¿limitamos nuestra reflexión y meditación sólo a “las cosas” que entendemos conscientes o ésta debería incluir lo aparentemente inerte y falto de consciencia? 

El hombre actual ha perdido la capacidad para la reflexión, quienes hoy en día reflexionan sobre el orden que rige la vida de un árbol, o sobre si esta forma de vida se percata de mi presencia están, según los valores que nos rigen en sociedad y los psicólogos, extraviados y han de recurrir a una de las estratagemas que la sociedad ha ideado para “curarles”.  

Encontramos en el Corán ejemplos varios que indican esta preocupación por que el ser humano reflexione sobre el valor que Dios le ha dado al resto de entes creados y sobre cómo nos los ha ofrecido de ejemplo para quienes saben contemplar y reflexionar:

“Al·lâh no se avergüenza de proponer la parábola que sea, aunque se trate de un mosquito. Los que creen saben que es la Verdad, que viene de su Señor. En cuanto a los que no creen, dicen: «¿Qué es lo que se propone Alá con esta parábola?» Así extravía Él a muchos y así también dirige a muchos. Pero no extravía así sino a los perversos.”  (Corán: 2/26)

Esta aleya se reveló en los albores de la negación en la época de la revelación profética. Negación que se debía a la poca humildad por parte de los incrédulos. Pues éstos dudaban de la credibilidad del mensaje y argumentaban sus justificadas dudas con la supuesta falta de solidez de las parábolas que se le revelaban al profeta, SAAWS. 

Esas parábolas fueron de esta manera porque perseguían curar la altivez y el orgullo de quienes no contemplaban la coherente lógica de las imágenes y relatos que le fueron revelados al profeta del Islam. No se percatan de que Al·lâh es el Dios del pequeño y del grande, Creador del mosquito y del elefante, porque tanto en éstos como en los demás seres creados, habita el secreto sellado del milagro de la vida. Fue un secreto indescifrable y lo sigue siendo para las mentes de quienes saben reflexionar.

La moraleja de las parábolas se halla en que son instrumentos que persiguen alumbrar para que, a través de ellas, seamos capaces de conocer y reconocer. La enseñanza de la parábola no está en su volumen o forma. Sería inútil quedarnos con la pequeñez del insecto, comparando ésta con la envergadura de la enseñanza que nos transmite, desenmascarando la arrogancia y nuestra presuntuosa superioridad.

La aleya empieza afirmando que Al·lâh “no siente vergüenza” al elegir determinados ejemplos. Lo que podemos adivinar tras este tipo de elecciones es que, con ellos, pretende curar la autocomplacencia, el deseo de superioridad y el orgullo que perseguimos en nuestras vidas, llegando a la justificación de cualquier tipo de acto infame para tal fin.
Otra enseñanza sería que no hay, como no hubo nunca, obligatoriedad en la creencia para los que no quieran creer. Ahora bien, quienes creen firman un pacto a través del cual se comporten en todas las áreas de sus vidas, y también en contra de este tipo de complacencias, orgullos injustificados y cultivos del ego en todas las esferas de la vida. 

Quiere también con esto retar los corazones y probar las conciencias. Las gentes del momento de la revelación no sabían a qué se estaba haciendo referencia, en este versículo árabe, al citar: {y lo que hay sobre él –el mosquito-} (parte obviada en la traducción del Corán que utilizamos, de ahí que no aparezca más arriba; sin embargo sí que se ha conservado en la traducción inglesa). No sabemos con exactitud a qué hace referencia esta parte de la aleya, pero todo apunta a un parásito minúsculo que habita en la espalda del mosquito y cuya existencia no ha podido descubrirse hasta hace poco. La mayoría de los ulemas coinciden al afirmar que “y lo que habita sobre él” coincidiría con este parásito.

Una muestra más de la omnisapiencia del Más Sabio y del desacierto del humano que peca de arrogancia aún cuando es incapaz de sentirse confiado al intentar explicar su sola existencia.

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