miércoles, 10 de noviembre de 2010

Entre religión y tradición

Las nuevas generaciones se encuentran aturdidas por la información tan divergente sobre sus ideales y pertenencias que reciben a diario, tanto a través de sus familiares como por los medios de comunicación.

Cuando preguntan, se puede caer en el error de dar una explicación acudiendo a toda una serie de reglas y prohibiciones, cuya totalidad pretende explicar la religión islámica pero en el marco de una relación de protección frente al contexto, percibido como demasiado permisivo y, por tanto, hostil. Esta actitud nos puede convertir en portadores de un conocimiento islámico bastante “modesto” que va encaminado a no perder las tradiciones, porque por lo general, quien responde no ha nacido en Europa o no comparte todos sus valores porque no se siente de aquí. Esto suele hacerse sin realizar la necesaria distinción entre los aspectos tradicionales y los religiosos.

De este modo el Islam se entiende como una tradición que engloba muchos aspectos culturales que no tienen nada que ver, en su origen, con sus enseñanzas. La “paquistanización”, si se nos permite el neologismo, de muchos musulmanes sería un ejemplo de este fenómeno. Un ejemplo porque parece que la indumentaria y la onomástica “islámicas” y de más símbolos culturales, prevalecen sobre otros valores que tienen más que ver con la esencia del pensamiento islámico. Nos olvidamos de que lo esencial es invisible para los ojos. Lo más peligroso de estos fenómenos es que se convierten en un soporte “oficial” y legítimo de discriminaciones evidentes al hacer vida fuera de casa, dentro de un contexto que no comparte esos mismos valores. De esta manera, los musulmanes se tienen que enfrentar a las imágenes que moran en el imaginario colectivo europeo, independientemente de los derechos que las constituciones contemplen para ellos. Pues se incurre con indeseada frecuencia, en el error de juzgar a las personas únicamente por su aspecto sin llegar siquiera a escuchar y valorar sus ideas.
Da la impresión (trasladándonos a la propia comunidad islámica) de que ser musulmán no es compatible con el sentir europeo o universal y que para ser un buen musulmán, tenemos que ser muy severos y poco permisivos respecto de la aplicación de al-usûl (principios fundamentales) independientemente del contexto en el que esta aplicación tenga lugar. Esta aproximación a las fuentes hace difícil la compenetración entre vida europea y un respecto concienzudo a las creencias y valores que compartimos dentro del marco religioso. ¿Acaso los valores que el Islam defiende no son conciliables con los occidentales?

Algunos musulmanes, actuando —o mejor dicho, reaccionando— bajo el efecto de la cultura permisiva occidental más que a la luz de una comprensión profunda de la ciencia islámica, presentan el marco jurídico islámico como si ya estuviera fijado, o como si todo lo que contiene fuera totalmente inamovible, dado que procede de Dios y nuestros ulemas precedentes ya han formulado todo lo que debemos saber y seguir. Tal actitud revela una profunda falta de conocimiento y, sobre todo, tiende a definir lo que es el Islam, no en sí mismo, sino por oposición a lo que no es, esto es, «la civilización occidental». Si esta última progresa, innova, tiene la libertad como estandarte, lógicamente, razonablemente y por oposición, el Islam no lo hace. Este tipo de posicionamiento no encuentra ninguna justificación en las fuentes islámicas fundamentales.

Tomar esta última alternativa supondría que estamos viviendo en un sitio, sin estar del todo en él. Hay muchas manifestaciones de esta realidad, un ejemplo sería la vida comunitaria: siendo una forma instintiva de protección de la identidad de los países en que se ha nacido, una prueba de esto es que no están faltas de símbolos culturales autóctonos de esos países. Este acercamiento es peligroso porque entiende que el Islam es lo que se vivía allí, en otro contexto geográfico y quizás  temporal. Se tiende a la reducción de su mensaje a lo meramente cultural. Este sentimiento está tan acentuado que cualquier adaptación amenaza la identidad musulmana, olvidándonos de que esa adaptación o puesta al lugar (parafraseando la expresión), es necesaria para vivir en un contexto secularizado, sin que eso suponga abandonar las fuentes. Simplificaciones absurdas que pueden hacer que la religión pierda su valor universal que une a todas las personas, cualesquiera que sean sus culturas y tradiciones bajo la Shahâda (que engloba el cómo ser musulmán) de “no hay dioses, ha Al·lâh y Muhammad es su profeta.”
Dejar claro que no defendemos ningún tipo de discriminación cultural, respetamos las culturas paquistaníes, las argelinas,… la distinción que queremos marcar es que no se puede vivir en España, Suecia o Argentina como se vivía en esos u otros países y que cambiar o adaptar ciertos símbolos no supone cambiar en lo más mínimo el mensaje del profeta Muhammad, que la paz y las bendiciones de Allah sean con él.

Caer en ese error hace que seamos superficiales, que perdamos argumentos para las nuevas generaciones y transmitamos un mensaje poco conciliador entre la IDEA en su conjunto y su aplicación en el terreno pragmático. Nuestra cultura, enmarcada en occidente, está formada por valores e ideas heterogéneos que no tienen porqué chocarse sino que pueden coexistir si se plantea un cambio de perspectiva. En la mayoría de las veces, estar aquí ofrece una serie de derechos de los que careceríamos en otro lugar y todo dependerá del prisma con el que se quiera ver: la obligatoriedad de la educación en Occidente corresponde a la incitación al saber en el Islam, por lo que los valores occidentales están apremiando un valor de nuestra religión de forma implícita. Este sería un solo ejemplo de todas las posibilidades que se pueden aprovechar sin llegar a amenazar nuestra identidad.

La tarea que nos compete es llegar a considerar las diferentes pertenencias como hechos que esculpen una identidad enriquecida en base a las múltiples perspectivas que se puedan tomar al valorar un asunto. Esto puede ayudar a que nos tomemos el tema de nuestras múltiples identidades como una baraka que nos ayuda a prosperar tanto en el terreno espiritual como en el social o colectivo.

sábado, 6 de noviembre de 2010

Retos comunes para vivir juntos: Las fracturas sociales

Las fracturas sociales

Las sociedades europeas atraviesan profundas crisis en los planos social y económico. El problema del paro es obsesivo y se desarrollan más bolsas de marginalidad, exclusión y delincuencia. La violencia y la inseguridad son el destino de muchas ciudades, barriadas y suburbios de toda Europa. Como es bien sabido, estos factores son proclives a aumentar el racismo y la xenofobia, ya que la población más afectada por esas plagas es, con frecuencia, la minoritaria. Es urgente desarrollar acuerdos para luchar contra todo tipo de desviaciones sociales: el trabajo en proximidad es una primera etapa indispensable, pero debe estar acompañada de estrategias de intervención más amplias en la elección de políticas sociales y urbanas.

Todos los ciudadanos, de todas las obediencias, deben participar en el esfuerzo de reforma y justicia sociales que hay que distinguir del mero trabajo benévolo y solidario. Este último es necesario, pero debe ser considerado un complemento, una ayuda y no la única implicación en el campo político.

La lucha contra el paro, el compromiso contra la discriminación en el empleo, la acción social, la intervención contra la violencia en las ciudades o el cuidado de las personas marginadas son otros tantos retos que hemos de plantearnos juntos, como vecinos, como conciudadanos.

Hay hoy gran necesidad de promover un mejor conocimiento mutuo entre los musulmanes y la sociedad en la que viven. Alejarse de la pasividad y del enorme obstáculo de los prejuicios no será posible con simples discursos o testimonios sinceros llenos de buenas intenciones. El conflicto está tan exacerbado y tenso que el proceso que lleve a establecer la confianza entre la minoría musulmana y el resto, tomará su tiempo. Deberá apoyarse en una mejor comprensión surgida de un verdadero diálogo, de actividades emprendidas a partir de un esfuerzo común y de una coexistencia necesariamente dinámica. Desde el punto de vista de los musulmanes, eso significa que tienen que admitir que están en su casa y que deben implicarse más en las sociedades europeas, desde los asuntos estrictamente religiosos hasta las preocupaciones sociales en un sentido más amplio. La postura reactiva, expresada, bien sea fundiéndose completamente en el entorno, bien oponiéndose violentamente a él, no puede ir de la mano del proyecto de construcción de un futuro basado en la confianza, el respeto y la colaboración.

 

El Islam es ante todo la expresión fundamental de los vínculos esenciales de la vida del corazón con Dios. La imagen hoy negativa del Islam ha ocultado completamente el aspecto espiritual de sus enseñanzas. Los musulmanes, debido a su reacción, muchas veces únicamente emocional, están lejos de expresar esta dimensión de su religión. El Islam es una concepción de la vida que orienta a los creyentes hacia la espiritualidad y la meditación sobre el sentido de la vida. Es un modo de vida simple y muy exigente a la vez, que necesita que el musulmán dé lo mejor de sí para ser mañana mejor de lo que ha sido hoy y para elegir, a toda costa, la vía de la generosidad, la justicia y la honestidad.

 

Los musulmanes en Europa deben superar la puesta al día asiática o africana tradicional de los principios de su religión y desempeñar su papel en las sociedades donde viven. Deben participar en el necesario debate sobre la fe, la espiritualidad y los valores en la época moderna con los miembros de otras comunidades religiosas y los hombres y las mujeres de buena voluntad. Su presencia podría ser un espejo positivo considerado algo revelador más que una agresión, ya que los musulmanes, desde ese momento, no deberán debatir las cuestiones solos, ni contra toda la sociedad, sino con sus conciudadanos, a través de una preocupación común sincera y verdadera, lo que significa que debe promoverse un amplio compromiso a favor del diálogo sobre las cuestiones tanto religiosas como éticas, desde el origen hasta las instituciones dirigentes y especialistas en los países occidentales. El Corán anima a las gentes al conocimiento mutuo “Hombres, ¡Os hemos creado de un varón y de una hembra y hemos hecho de vosotros pueblos y tribus, para que os conozcáis los unos a los otros.” Corán 49/13.

El sentido explícito de este versículo invita a los miembros de naciones o grupos específicos a hacer todo lo posible para conocer a sus semejantes. El sentido implícito, sin embargo, es que ya se conocen, lo que parece claro y debería ser asumido. Ahora bien, eso está lejos de ser la realidad de hoy, y los miembros de las naciones pluralistas occidentales, musulmanes y no musulmanes deben esforzarse para acceder a ese estado aparentemente evidente y en todo caso esencial.

La escasez de conocimientos cívicos es notoria entre los jóvenes de casi todos los países europeos. Ya no se interesan por la política y a penas conocen el funcionamiento de las instituciones nacionales y de los diversos organismos ejecutivos y legislativos. Lo que conduce, de paso, a una grave disfunción del proceso democrático en las sociedades modernas. La débil tasa de participación en las elecciones o decisiones de interés público o nacional, que a menudo no sobrepasa el 30 o 40 por ciento, resulta muy preocupante para el porvenir de las sociedades democráticas occidentales. Es como si se hubiera cavada un foso entre las clases políticas y económicas, que deciden el destino de la nación, y una mayoría de la población se interesa más por sus problemas inmediatos y cotidianos y por una obsesión permanente por el fenómeno Gran Hermano, que parece acaparar toda la atención y el interés de los televidentes.

A fin de cuentas, esta actitud pasiva ante los problemas reales que pueda padecer una sociedad, es la misma en el caso de un gran número de musulmanes, pues consideran extrañas a las instituciones políticas y sociales. La mayor parte pecan de ignorancia en lo que concierne a las leyes o a las distintas instituciones o esferas de decisión del país en el que viven. Algunos de ellos ya son ciudadanos —o son residentes desde hace más de veinte años, pero no conocen nada del marco constitucional general del país en el que viven pero nunca han pensado en una participación activa. Podemos contemplar los ejemplos del profeta Yusuf y Mohammad, que la paz y las bendiciones de Al·lah sean con ellos. El primero no sólo vivió en Egipto sino que le ofreció sus servicios a un rey politeísta (el Faraón del momento), de hecho fue el mayor responsable de la economía del país. El segundo, mensajero entre su pueblo, quiso permanecer el máximo tiempo posible en la Meca. Requirió y obtuvo el apoyo de politeístas, en particular el de su tío Abû Tâleb, quien nunca renegó de las antiguas creencias árabes. Estos ejemplos como otros tantos, les permiten a los musulmanes comprometerse en una sociedad con mayoría de población no musulmana. Y esa actitud debe ser impulsada en occidente. En otras palabras, hay que promover todas las formas de institución cívica entre los musulmanes; la instrucción versaría sobre el panorama legal y político, el funcionamiento de las instituciones, el significado de las diferentes consultas y el papel del ciudadano a los niveles local y nacional.

A la luz de sus fuentes islámicas, los dirigentes de las organizaciones musulmanas deben promover primero el compromiso social y político a nivel local con el fin de familiarizar a los jóvenes musulmanes con el compromiso sociopolítico en la proximidad. Trabajar con otras organizaciones locales, organizar sesiones de instrucción cívica para los musulmanes y los no musulmanes juntos, o reunirse con las autoridades locales son algunos de los medios que pueden encauzar un verdadero encuentro, basado en un sentimiento compartido de responsabilidad mutua. La consecuencia natural del proceso sería un compromiso más efectivo en el plano social.

La fe en el Islam está vinculada al principio de justicia, que, como hemos dicho, debe ser defendido bajo cualquier circunstancia. Si ser musulmán es actuar, entonces ser activo en las sociedades occidentales es un deber y una responsabilidad.
La participación musulmana es el medio más apropiado para desarrollar una mejor relación entre los musulmanes y los trabajadores sociales o las instituciones a las que están vinculados. Hasta el día de hoy los musulmanes tenían la costumbre de trabajar solos y de creer que, como era imposible contar con la sociedad en el ámbito de los asuntos religiosos, la situación sería la misma cuando se tratase de resolver los problemas sociales más amplios. Tal confusión, que mezcla la educación religiosa en occidente con el compromiso social, ha llevado a aislar a las organizaciones musulmanas a todos los niveles, desde la base hasta la esfera universitaria. De forma más grave, ese encierro ha privado a las asociaciones musulmanas de una valoración social más acertada. Pues las imágenes con las que se quedan conforman una anécdota caricaturesca, que en muchas ocasiones se lleva al extremo para acabar convirtiéndose en un tema de estado. Una mujer o un hombre, joven, adolescente o adulto, tiene necesidad de ser reconocido por sus iguales y una sociedad no valora más que a los que conoce, a los que reconoce.

El estado de ánimo que puede aconsejar el encierro ha de ser reformado de inmediato y como musulmanes debemos compartir preocupaciones comunes con el resto de las sociedades incidiendo sobre las cuestiones importantes que hemos presentado en publicaciones anteriores de este blog. Nuestra religión nos manda obrar para lograr más justicia. Más justicia para desembocar en una elevación espiritual (tazkiyat an-nafs) deseada por todos. Pero eso no significa que tengamos que preocuparnos únicamente por nosotros mismos sino colaborar con todos aquellos que se esfuerzan por transformar la sociedad a mejor, en nombre de la dignidad humana y del respeto.

 

Concluimos con esto la serie de Retos comunes para vivir juntos, inspirada en la obra del profesor Tariq Ramadan El Islam minoritario.


martes, 2 de noviembre de 2010

Retos comunes para vivir juntos: La educación


La educación

 

Cada día se ponen en cuestión los sistemas educativos del mundo moderno siendo objeto de severas críticas, como si fueran responsables por sí mismos de todos los fallos sociales. Los profesores se convierten, de paso, en los chivos expiatorios de todas las frustraciones: la escuela ya no es lo que era. Los musulmanes, como los demás ciudadanos, están interesados en esta cuestión, en el sistema escolar en su conjunto, en los programas de enseñanza y en la vida en la escuela, pues son cuestiones que implican a todos los actores sociales.

Bien sea en las familias musulmanes o en las demás, las antiguas compartimentaciones (la familia que educa y la escuela que instruye) se han hecho trizas: los espacios de complementariedad ideales han dejado sitio hoy a una especie de nebulosa en el seno de la cual es difícil definir los respectivos roles. Y los debates suelen acabar con la responsabilización del otro: los padres han dimitido, dicen unos, los profesores son blandos, replican los otros. Mientras tanto, se crían generaciones de niños a quienes no se ofrece esperanza sino que se les transmite una curiosa o muy precoz desgana.


La educación es una de las construcciones más grandes de la época moderna. Para debatir sobre ella se necesita que el conjunto de los actores de nuestras sociedades occidentales, de todas las confesiones, espiritualidades, convicciones humanistas; trabajen juntos con el fin de determinar la vocación de la escuela y su lugar en nuestra sociedad a la luz de nuestro proyecto común.

Una comunidad o nación de seres responsables se valora por la inversión que hace en la formación y educación de los adultos del día de mañana. No se trata sólo de transmitir meros conocimientos y habilidades que hagan posible el control casi total del entorno y permitan a los individuos obtener un reconocimiento social con un buen salario como retribución. ¿Qué queremos exactamente? Sería tiempo de que entre todos nos planteáramos la pregunta: ¿qué queremos? ¿Formar seres dignos y responsables? ¿Vivir juntos en el respeto hacia los demás y hacia la pluralidad? ¿Defender el derecho y la justicia? ¿Conduce a esos objetivos nuestro proyecto educativo global? Lo menos que podemos decir es que se ejerce presión que pesa sobre la escuela para que a partir de la selección y de la competición a ultranza sean “producidos” los universitarios y la élite del mañana.

Los alumnos, colegiales y universitarios adivinan, más o menos, hacia dónde se les quiere llevar. Pero no saben quiénes están en el camino de su formación. La memoria, a menudo truncada en cuanto a su historia, y los horizontes particularmente confusos de su identidad cultural se unen a un analfabetismo religioso mayoritariamente extendido. Todos estos elementos son factores multiplicadores de temor y miedo: ¿cómo reconocer serena y respetuosamente al otro si no sé quién soy? La sociedad pluricultural necesita una educación exigente y adaptada para combatir la producción de las peores desviaciones racistas y xenófobas. La escuela hoy, más que ayer, debe formar el ser y contar con él, cuestionar el sentido, debatir los valores y no encerrarse en una simple y única gestión selectiva de las capacidades y aptitudes. Esta cuestión concierne a todos los ciudadanos responsables sean de la confesión que sean.


lunes, 1 de noviembre de 2010

Retos comunes para vivir juntos: La espiritualidad

La espiritualidad

En esta segunda parte de los retos comunes que tenemos que asumir para la convivencia en una sociedad occidental, trataremos el tema de la espiritualidad.

Según las enseñanzas del Islam, vivir la relación con Dios en el crisol de la energía y del aliento de la evocación y de la proximidad, es la finalidad de toda vida humana. El Islam es, ante todo, una fe en un solo Dios a quien el creyente está vinculado a través de una vida espiritual permanente. Su vida debería ser, idealmente, una total manifestación de la fe. Así pues, cualesquiera que sean el entrono, el testimonio y la vida del corazón; la espiritualidad debe ser protegida y respetada porque para un musulmán, la vida espiritual es la esencia misma de la existencia en la tierra. La protección de la fe y del modo de vida están naturalmente unidos a su expresión (ad-din), que conforma la libertad de conciencia.

La espiritualidad es la luz a la que las normas morales sirven de jalones y marcas. Todas las religiones y todas las espiritualidades del mundo desean proteger la energía íntima que permite el equilibrio, la armonía, la humanidad de los hombres y su dignidad. Ni siquiera los agnósticos se abstienen de hablar de su deseo de vivir y de dar sentido a una espiritualidad, un aliento de vida, a la conciencia de un sentido que hay que preservar. Todos hablamos: y todos nos damos cuenta de la dificultad casi insuperable de vivir una espiritualidad coherente con el modo de vida en que estamos sumergidos. ¿Cómo vivir la espiritualidad? ¿Cómo protegerla? ¿Cómo transmitirla cuando es tan difícil de vivir?, ¿cómo transmitir su saber y su fuerza a las nuevas generaciones cuando se desea vivir juntos en conciencia? ¿Cómo educarles a la luz del aliento, del sentido? ¿Cómo acompañar a su corazón? ¿Cómo alimentar nuestras conciencias?

Vivir y proteger su espiritualidad en una sociedad materialista es difícil, un verdadero reto que debemos afrontar juntos. La espiritualidad, el sentido y los valores son otros tantos ámbitos que nos deben preocupar si no queremos que mañana, a fuerza de haber descuidado o evitado los debates de fondo, tengamos la obligación de reconocer que hemos dejado el campo libre a todas las desviaciones sectarias y generadoras de exclusiones. Se plantean cuestiones que deben volver a cubrir el ámbito de reflexión de las sociedades industrializadas y ricas. Preocuparnos por la espiritualidad y el corazón es plantear la cuestión del lugar que ocupa nuestra fe en nuestras vidas cotidianas, del papel de las conciencias en nuestras elecciones y negligencias, del valor y del sentido de las cosas más allá de su cuantificación económica. ¿Cómo estar hoy con Dios? ¿Cómo vivir con los hombres? Preguntas inquietantes; un terremoto, a veces, para quien acompaña a sus hijos en su camino y se pone de repente a reflexionar.

La imagen hoy negativa del Islam ha ocultado completamente el aspecto espiritual de sus enseñanzas. Los musulmanes, debido a su reacción, muchas veces únicamente emocional, están lejos de expresar esta dimensión de su religión. El Islam es una concepción de la vida que orienta a los creyentes hacia la espiritualidad y la meditación sobre el sentido de la vida. Es un modo de vida simple y muy exigente a la vez, que necesita que el musulmán dé lo mejor de sí para ser mañana mejor de lo que ha sido hoy y para elegir, a toda costa, la vía de la generosidad, la justicia y la honestidad.