Las fracturas sociales
Las sociedades europeas atraviesan profundas crisis en los planos social y económico. El problema del paro es obsesivo y se desarrollan más bolsas de marginalidad, exclusión y delincuencia. La violencia y la inseguridad son el destino de muchas ciudades, barriadas y suburbios de toda Europa. Como es bien sabido, estos factores son proclives a aumentar el racismo y la xenofobia, ya que la población más afectada por esas plagas es, con frecuencia, la minoritaria. Es urgente desarrollar acuerdos para luchar contra todo tipo de desviaciones sociales: el trabajo en proximidad es una primera etapa indispensable, pero debe estar acompañada de estrategias de intervención más amplias en la elección de políticas sociales y urbanas.
Todos los ciudadanos, de todas las obediencias, deben participar en el esfuerzo de reforma y justicia sociales que hay que distinguir del mero trabajo benévolo y solidario. Este último es necesario, pero debe ser considerado un complemento, una ayuda y no la única implicación en el campo político.
La lucha contra el paro, el compromiso contra la discriminación en el empleo, la acción social, la intervención contra la violencia en las ciudades o el cuidado de las personas marginadas son otros tantos retos que hemos de plantearnos juntos, como vecinos, como conciudadanos.
Hay hoy gran necesidad de promover un mejor conocimiento mutuo entre los musulmanes y la sociedad en la que viven. Alejarse de la pasividad y del enorme obstáculo de los prejuicios no será posible con simples discursos o testimonios sinceros llenos de buenas intenciones. El conflicto está tan exacerbado y tenso que el proceso que lleve a establecer la confianza entre la minoría musulmana y el resto, tomará su tiempo. Deberá apoyarse en una mejor comprensión surgida de un verdadero diálogo, de actividades emprendidas a partir de un esfuerzo común y de una coexistencia necesariamente dinámica. Desde el punto de vista de los musulmanes, eso significa que tienen que admitir que están en su casa y que deben implicarse más en las sociedades europeas, desde los asuntos estrictamente religiosos hasta las preocupaciones sociales en un sentido más amplio. La postura reactiva, expresada, bien sea fundiéndose completamente en el entorno, bien oponiéndose violentamente a él, no puede ir de la mano del proyecto de construcción de un futuro basado en la confianza, el respeto y la colaboración.
El Islam es ante todo la expresión fundamental de los vínculos esenciales de la vida del corazón con Dios. La imagen hoy negativa del Islam ha ocultado completamente el aspecto espiritual de sus enseñanzas. Los musulmanes, debido a su reacción, muchas veces únicamente emocional, están lejos de expresar esta dimensión de su religión. El Islam es una concepción de la vida que orienta a los creyentes hacia la espiritualidad y la meditación sobre el sentido de la vida. Es un modo de vida simple y muy exigente a la vez, que necesita que el musulmán dé lo mejor de sí para ser mañana mejor de lo que ha sido hoy y para elegir, a toda costa, la vía de la generosidad, la justicia y la honestidad.
Los musulmanes en Europa deben superar la puesta al día asiática o africana tradicional de los principios de su religión y desempeñar su papel en las sociedades donde viven. Deben participar en el necesario debate sobre la fe, la espiritualidad y los valores en la época moderna con los miembros de otras comunidades religiosas y los hombres y las mujeres de buena voluntad. Su presencia podría ser un espejo positivo considerado algo revelador más que una agresión, ya que los musulmanes, desde ese momento, no deberán debatir las cuestiones solos, ni contra toda la sociedad, sino con sus conciudadanos, a través de una preocupación común sincera y verdadera, lo que significa que debe promoverse un amplio compromiso a favor del diálogo sobre las cuestiones tanto religiosas como éticas, desde el origen hasta las instituciones dirigentes y especialistas en los países occidentales. El Corán anima a las gentes al conocimiento mutuo “Hombres, ¡Os hemos creado de un varón y de una hembra y hemos hecho de vosotros pueblos y tribus, para que os conozcáis los unos a los otros.” Corán 49/13.
El sentido explícito de este versículo invita a los miembros de naciones o grupos específicos a hacer todo lo posible para conocer a sus semejantes. El sentido implícito, sin embargo, es que ya se conocen, lo que parece claro y debería ser asumido. Ahora bien, eso está lejos de ser la realidad de hoy, y los miembros de las naciones pluralistas occidentales, musulmanes y no musulmanes deben esforzarse para acceder a ese estado aparentemente evidente y en todo caso esencial.
La escasez de conocimientos cívicos es notoria entre los jóvenes de casi todos los países europeos. Ya no se interesan por la política y a penas conocen el funcionamiento de las instituciones nacionales y de los diversos organismos ejecutivos y legislativos. Lo que conduce, de paso, a una grave disfunción del proceso democrático en las sociedades modernas. La débil tasa de participación en las elecciones o decisiones de interés público o nacional, que a menudo no sobrepasa el 30 o 40 por ciento, resulta muy preocupante para el porvenir de las sociedades democráticas occidentales. Es como si se hubiera cavada un foso entre las clases políticas y económicas, que deciden el destino de la nación, y una mayoría de la población se interesa más por sus problemas inmediatos y cotidianos y por una obsesión permanente por el fenómeno Gran Hermano, que parece acaparar toda la atención y el interés de los televidentes.
A fin de cuentas, esta actitud pasiva ante los problemas reales que pueda padecer una sociedad, es la misma en el caso de un gran número de musulmanes, pues consideran extrañas a las instituciones políticas y sociales. La mayor parte pecan de ignorancia en lo que concierne a las leyes o a las distintas instituciones o esferas de decisión del país en el que viven. Algunos de ellos ya son ciudadanos —o son residentes desde hace más de veinte años—, pero no conocen nada del marco constitucional general del país en el que viven pero nunca han pensado en una participación activa. Podemos contemplar los ejemplos del profeta Yusuf y Mohammad, que la paz y las bendiciones de Al·lah sean con ellos. El primero no sólo vivió en Egipto sino que le ofreció sus servicios a un rey politeísta (el Faraón del momento), de hecho fue el mayor responsable de la economía del país. El segundo, mensajero entre su pueblo, quiso permanecer el máximo tiempo posible en la Meca. Requirió y obtuvo el apoyo de politeístas, en particular el de su tío Abû Tâleb, quien nunca renegó de las antiguas creencias árabes. Estos ejemplos como otros tantos, les permiten a los musulmanes comprometerse en una sociedad con mayoría de población no musulmana. Y esa actitud debe ser impulsada en occidente. En otras palabras, hay que promover todas las formas de institución cívica entre los musulmanes; la instrucción versaría sobre el panorama legal y político, el funcionamiento de las instituciones, el significado de las diferentes consultas y el papel del ciudadano a los niveles local y nacional.
A la luz de sus fuentes islámicas, los dirigentes de las organizaciones musulmanas deben promover primero el compromiso social y político a nivel local con el fin de familiarizar a los jóvenes musulmanes con el compromiso sociopolítico en la proximidad. Trabajar con otras organizaciones locales, organizar sesiones de instrucción cívica para los musulmanes y los no musulmanes juntos, o reunirse con las autoridades locales son algunos de los medios que pueden encauzar un verdadero encuentro, basado en un sentimiento compartido de responsabilidad mutua. La consecuencia natural del proceso sería un compromiso más efectivo en el plano social.
La fe en el Islam está vinculada al principio de justicia, que, como hemos dicho, debe ser defendido bajo cualquier circunstancia. Si ser musulmán es actuar, entonces ser activo en las sociedades occidentales es un deber y una responsabilidad.
La participación musulmana es el medio más apropiado para desarrollar una mejor relación entre los musulmanes y los trabajadores sociales o las instituciones a las que están vinculados. Hasta el día de hoy los musulmanes tenían la costumbre de trabajar solos y de creer que, como era imposible contar con la sociedad en el ámbito de los asuntos religiosos, la situación sería la misma cuando se tratase de resolver los problemas sociales más amplios. Tal confusión, que mezcla la educación religiosa en occidente con el compromiso social, ha llevado a aislar a las organizaciones musulmanas a todos los niveles, desde la base hasta la esfera universitaria. De forma más grave, ese encierro ha privado a las asociaciones musulmanas de una valoración social más acertada. Pues las imágenes con las que se quedan conforman una anécdota caricaturesca, que en muchas ocasiones se lleva al extremo para acabar convirtiéndose en un tema de estado. Una mujer o un hombre, joven, adolescente o adulto, tiene necesidad de ser reconocido por sus iguales y una sociedad no valora más que a los que conoce, a los que reconoce.
El estado de ánimo que puede aconsejar el encierro ha de ser reformado de inmediato y como musulmanes debemos compartir preocupaciones comunes con el resto de las sociedades incidiendo sobre las cuestiones importantes que hemos presentado en publicaciones anteriores de este blog. Nuestra religión nos manda obrar para lograr más justicia. Más justicia para desembocar en una elevación espiritual (tazkiyat an-nafs) deseada por todos. Pero eso no significa que tengamos que preocuparnos únicamente por nosotros mismos sino colaborar con todos aquellos que se esfuerzan por transformar la sociedad a mejor, en nombre de la dignidad humana y del respeto.
Retos comunes para vivir juntos: La espiritualidad
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Concluimos con esto la serie de Retos comunes para vivir juntos, inspirada en la obra del profesor Tariq Ramadan El Islam minoritario.
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