domingo, 27 de febrero de 2011

Situación de los musulmanes occidentales: Contribución

Puede que la contribución sea la mejor forma de cerrar esta serie de publicaciones (Situación de los musulmanes occidentales). Porque a los musulmanes se les ha pedido tantas veces que se adaptaran, que se integraran, incluso que se incorporaran al sistema, que algunos han llegado a perder la idea de que podrían aportar algo en sus sociedades. Sin lugar a duda, las distintas sociedades han llevado a los musulmanes a releer sus Fuentes, a despertar sus mentes, y a revitalizar su imaginación. Pero también debemos decir que su sola presencia supone un enriquecimiento, y nosotros nos esforzamos por recordar esto en Occidente.

Sería injusto no considerar el esfuerzo que realizan los musulmanes occidentales, siendo devotos de la fe en Dios, de la espiritualidad y de los valores de la vida: la justicia y la solidaridad humana. Esta gente no puede sino hacer el bien para las sociedades.  Haciendo de los ideales que portan valores para sus sociedades. Sociedades donde la tentación consumista parece tener prioridad respecto de cualquier otra consideración. La occidental tiene a su lado a mujeres y hombres que realizan cinco oraciones al día, que se comprometen a fomentar los valores de la educación, a controlar su consumo llegando al límite de ayunar un mes al año, de evitar el alcohol y sus excesos, y a desarrollar lazos familiares y comunitarios, todo ello contra viento y marea. Esta presencia es un testimonio y un enriquecimiento, y lo es tanto para los creyentes como para los humanistas, ateos, y personas de buena voluntad con quienes viven. Y francamente requiere que la expresemos y reconozcamos.



A un nivel más global, esta presencia musulmana en el corazón de las sociedades occidentales, está haciendo que los ciudadanos europeos y americanos empiecen a vivir el hecho del pluralismo que tanto dicen defender en teoría. Las sociedades norteñas han dejado de ser homogéneas, porque la población se compone ahora de individuos que tienen historias, religiones y culturas muy divergentes. Debemos tener estas realidades en cuenta, no sólo a nivel de discusiones simples sobre las intenciones buenas y tolerantes. Sino también a un nivel más profundo: en nuestros planes de estudio de geografía e historia, cuando tratan, por ejemplo, la formación y orígenes de las naciones, la riqueza y civilización de los países de origen y las relaciones que se han mantenido con ellos (basadas, a veces, en colaboración igualitaria y otras en el colonialismo, la esclavitud y, con frecuencia, en la explotación económica.) Todo esto debería tenerse en cuenta de ahora en adelante, si realmente queremos construir las sociedades pluralistas que reclamamos con nuestros votos.

La presencia musulmana es en sí un recordatorio para que las mentes de quienes la portan permanezcan consistentes. Los inmigrantes que llegaron a Europa o América fueron los exiliados económicos y/o políticos: tanto los veteranos como los nuevos, cargan con los estigmas de una pobreza feroz o con los estragos de la dictadura, y en algunos casos con ambas cosas. Las musulmanes y musulmanes que participan más activamente también deberían llevar un mensaje humanitario para sus conciudadanos: no podemos alabar la democracia para nosotros y permitir, con nuestro silencio, que nuestros gobiernos traten con los dictadores más siniestros. Los líderes políticos no pueden cambiar su postura por la revuelta de un pueblo contra sus dictadores, al cambiarla, harían patente una hipocresía política, que opera en función de sus intereses. No podemos querer la paz y denunciar la violencia y al mismo tiempo, permanecer pasivas ante el temible y mortífero terror del sistema económico, responsable de la muerte de cuarenta mil personas al día… No podemos. Si las musulmanas y musulmanes, nutridos con su fe, vestidos con sus valores, y animados por su conciencia en la justicia, pudieran hacer posible para sus conciudadanos tener acceso a una espiritualidad vivaz y activa, una ética de solidaridad exigente, que viene desde el sentido real de la diferencia y la concienciación del alma que llama a una igualdad política y económica. ¡Su presencia sería un enriquecimiento y un regalo para los demás! Desafiará, puede que incluso disturba, y en todo hay beneficio. Como se ha expresado en las palabras de un intelectual estadounidense: “No quiero que respetes mis diferencias, quiero que te incomoden.” Este es realmente el significado de nuestra frase: “normalizar nuestra presencia sin trivializarla.” La normalización sólo puede ser viable de respetarse la condición de no hacerse nunca “trivial,” esto es, seguir siendo testigos en todas las circunstancias del significado de la vida, los valores, la justicia... y cuando las consciencias estén a punto de descuidarse y renunciar, murmurarles, incomodarlas, perturbarlas. Pues siempre podremos sacar lecciones positivas de ese perturbador molestar.

sábado, 26 de febrero de 2011

Situación de los musulmanes occidentales: Objetivos generales

Los musulmanes tienen el deber de despertar su fe y su intelecto para proponer soluciones racionales y plantar cara a los desafíos que enfrentan, y lo tienen que hacer entre el idealismo de la forma con que entendemos los principios y las dificultades de la vida diaria en occidente. También necesitamos que la mayoría de los musulmanes entiendan las enseñanzas del Islam, teniendo en cuenta su universalidad y flexibilidad y la capacidad de su adaptación espaciotemporal. Sin duda, este debería ser el primer objetivo en las comunidades de los musulmanes occidentales: diseminar un entendimiento del universo de referencia islámico, teniendo como referencias prioritarias a su propio criterio (una vez se hayan puesto a trabajarlo), a los doctores de enseñanza (ulamâ'), los intelectuales, y los líderes de las organizaciones. El entusiasmo al que nos hemos referido en entradas anteriores, es uno de los valores más importantes de la presencia musulmana en occidente y posibilitaría que este trabajo fuera eficaz. Se está trabajando en un número creciente de organizaciones e instituciones islámicas, pero es necesario organizar este trabajo para que sea efectivo. Debe surgir un programa de índole universitaria en todos los países occidentales, tiene que ser fiel a la tradición islámica, y estar acorde con las comunidades que viven en Europa y América, sin salirse de las realidades de sus respectivos entornos.

Hoy en día, ya es posible establecer un programa educativo islámico dentro de las varias comunidades que existen. Este programa tiene que ser exigente y abierto, respetuoso con las tradiciones y progresivo. Un “Islam reformista” que sigue la tradición profética a la que nos hemos referido y que nos manda releerla dentro de las contingencias de la historia. Debe establecer un diálogo intracomunitario, ser rápido y profundo y contar con todos los partícipes que lo deseen, y son muchos. A nivel local, ya es posible entablar un diálogo interno y fructífero, evitando tres áreas que son fuentes inevitables de división: la prominencia histórica de una línea de pensamiento por encima de las demás, y, ante todo, el liderazgo y el dinero. La forma más sabia de empezar un diálogo es concentrándose en la enseñanza y en un número limitado de proyectos compartidos, colaborando y consiguiendo, como mínimo, un reconocimiento mutuo: el reconocimiento del derecho de los demás de existir, alejándonos de los gastados mecanismos de exclusión que suelen acompañarnos en el desarrollo de estos proyectos. En algunos casos, esta colaboración ha llevado a un cambio en la dirección que tomaba la participación de las distintas partes (dentro de la misma comunidad), estimulando la complementariedad saludable en vez de una competición insidiosa.

Esta endógena dinámica necesita tiempo y paciencia porque sigue, como es natural, el ritmo lento que las mentalidades necesitan para cambiar. Pues lo que el programa necesita del desarrollo de una auto-imagen serena, confiada y afianzada. Por eso es necesario construir el futuro sobre la base de los valores de la naturaleza más inclusiva que nos sea posible, y de su dinámica inherente, divulgando un programa de educación adaptado, sin dejar de articular, de manera clara y audible, el discurso que expresa la necesidad de entrar de lleno a formar parte de la ciudadanía. La aparición de una nueva concienciación, educada a la manera islámica y enraizada en una ciudadanía activa, que engloba tanto a hombres como a mujeres, llevará al desarrollo natural de un discurso islámico cada vez más detallado. Discurso, cuyo objetivo será hablar claro para que se entienda, no para complacer y ser tolerados. Entre tanto, los musulmanes deben exigir algo más que tolerancia. Se tolera a un individuo cuando se le ignora. El propósito principal que tenemos es lograr el respeto: sólo se respeta verdaderamente al resto al verles y tener un intercambio basado en el desarrollo de un mejor entendimiento. Nuestras diferencias, cuando se conocen y admiten, deberían reunirnos. Y por eso los musulmanes occidentales deben normalizar su presencia sin llegar a trivializarla. En todas las áreas de la vida, cuando intentan encontrar soluciones que les harían posible vivir con fidelidad a sus principios, pueden mostrarles al resto de sus conciudadanos que a lo mejor hay otras maneras, y que en cualquier caso, uno debe buscar sin renunciar, seguir e intentarlo con todo sus fuerzas, para construir el ser y luchar por el ideal. En el fondo de la interacción, los musulmanes se encontrarán con la dimensión universal de su mensaje e intentarán dar fe de ello al resto. Hay que dar prioridad a este abrir de mentes y corazones: ser uno mismo no en oposición al otro sino junto a él, con ella, haciendo frente a nuestras diferencias, permaneciendo muy próximos, y no en las aisladas esquinas de nuestros guetos intelectuales y sociales.

Los musulmanes exigirán un auto-conocimiento que será cualquier cosa menos una gastada y nerviosa manifestación de insuficiencias. Lo harán con una fe afianzada, una educación firme, y un diálogo activo tanto dentro como fuera de sus comunidades. El espíritu crítico, y a veces auto-crítico, que nacerá de este proceso multidimensional les permitirá afirmarse como gente que conoce lo que guarda (un mensaje universal), que posee el sentido del propósito de la vida (viajar a través de ella guardando fidelidad a la Fuente), que son conscientes de su responsabilidad (ser fiel al pacto inicial: as-shahada), y, finalmente, que procuran hacer de sus vidas un símbolo, un regalo, un enriquecimiento. Este es el significado de dar testimonio.

viernes, 25 de febrero de 2011

Situación de los musulmanes occidentales: Carencias

No podemos dejar de darnos cuenta de que las comunidades islámicas son muy diversas y están muy diversificadas y que se les dispara con muchas corrientes de conciencia identitaria; corrientes que están ligadas frecuentemente, a algo más que la religión que comparten. No habría nada que decir de esto si sólo se tratara de diversidad y riqueza. Pero en la práctica, este caleidoscopio es la expresión de una animosidad diversificada, más que de una diversidad homogenizada. Se dan casos de rechazo y separación basados en el origen y en las clases sociales. Las comunidades de los musulmanes occidentales no han tenido éxito en superar algunas barreras que frenan el crecimiento en una semblanza de unidad (y no lo decimos en el sentido de falta uniformidad). Algunos inmigrantes llegaron a occidente creyendo en la ideología de una escuela de pensamiento determinada, una que estaría en algún momento en confrontación con otra escuela. A menudo, se limitaban a importar sus lejanas disputas a Europa y América. Estamos siendo testigos de conflictos entre tendencias ideológicas, y muchas veces no conocemos el origen y significado de éstas. Un desfile de organizaciones superpuestas, rechazos mutuos, disputas sobre la representación de los musulmanes, entre otras. No existe diálogo intracomunitario entre las tendencias de pensamiento y entre las organizaciones nacionales y locales. Las personas se ignorar unas a otras, según van diciendo que “todos somos hermanos.”

Tenemos que añadir a esta triste realidad otros dos tipos de separación que no operan con menos frecuencia ni son menos serios. Aunque uno haya deseado que, en el nuevo territorio occidental, los musulmanes tuvieran éxito a la hora de superar sus diferencias de origen, es evidente que la norma sigue siendo la de la segregación étnica. Era de esperar, por supuesto, que las primeras generaciones formarían organizaciones con gente de su mismo origen e idioma; pero es menos normal notar que, tras décadas, hay mezquitas de marroquíes, otras para argelinos, para paquistaníes, para africanos occidentales, para afroamericanos, para árabes de oriente medio,… y a veces en la misma calle. Uno incluso se encuentra que en España, Francia, Suiza, Gran Bretaña y en los Estados Unidos, los conversos que no han encontrado sitio en estas comunidades, forman pequeñas mezquitas para sí. Mezquitas que, aunque estén en su propio país, han terminado haciendo de ellos extranjeros en su propia tierra. Ésta es una tendencia sorprendente y una disfunción seria. 
 
Por otro lado, debemos tener en cuenta que hay cismas frecuentes entre las clases sociales. Los musulmanes acomodados establecen cada vez menos contactos con los menos adinerados o sus francamente pobres correligionarios. Por lo que vemos que emergen dos tipos de pertenencias: una está relacionada al sofisticadísimo discurso que sale de las universidades y de los líderes de organizaciones que poseen “casa propia” – una especie de Islam de clase media –; y de costado tenemos otra, con la que la primera muchas veces no establece ningún contacto, que tiene predilecciones más fuertes hacia el reclamo y recurre más a la lealtad compartida por los musulmanes a la hora de desarrollar movimientos de solidaridad social y de mostrar un espíritu de movilización. Al hacerlo se enfrentan, muchas veces, a los sistemas políticos y sociales. Este cisma ya existe en todos los países occidentales, con más o menos brusquedad dependiendo de las circunstancias sociales. En los Estados Unidos está claro que la grieta es más evidente entre los llamados musulmanes de segunda clase que no han entendido la “sabiduría del mensaje del Islam.” La respuesta de algunos es que hay una gran diferencia entre la “sabiduría”, el “compromiso” y la “resignación” que muestran algunos musulmanes. Sin negar la relevancia de estas discusiones, debemos decir que hay una división real en el corazón de las comunidades islámicas y que se debería encontrar la forma de manejarla.

Otra carencia patente es la mentalidad de aislamiento que agobia a los musulmanes en occidente, bien porque ésta es la forma en que el sistema anglosajón trata a sus ciudadanos, o por una inclinación natural a protegerse del ambiente que se percibe peligroso. Una vez más, esta actitud pudo haberse considerado normal durante los primeros años de presencia musulmana aquí, sin embargo es un obstáculo importante cuando se quiere mejorar el nivel de vida de la comunidad. Confundiendo la “comunidad de la fe” con un retiro comunal, llegando al comunitarismo: algunos musulmanes viven enteramente en los márgenes de la sociedad y no interactúan nunca con ella. En occidente y fuera de él, sólo se identifican a sí mismos en términos de diferencia, alteridad, e incluso confrontación. Aunque los discursos puedan tender hacia la expresión de una concienciación profunda de la urgente necesidad de dejar de hablar de este tipo de posturas, aún es verdad que en la práctica, y puede que más en la psicología y “sentimiento” de los musulmanes, un número significante de ellos está alimentando este aislamiento reaccionario. El “gueto” es tanto social como intelectual, y las evidencias de este espinoso problema ya pueden verse en esa especie de “educación islámica” que se les ocurre a los musulmanes en occidente. La mentalidad de gueto es una de las motivaciones que estimulan la emergencia por recurrir a algunas instituciones educativas privadas. Instituciones que venden sus ventajas particulares basándose en que son diferentes, sin considerar, ni importarles mucho el ser originales.

La consecuencia de este tipo de postura de aislamiento es la aparición de una “concienciación minoritaria” que entra en juego a varios niveles y a veces, de formas contradictorias. Ni que decir tiene, y ateniéndonos únicamente al número de adeptos en occidente, que los musulmanes son minoría en varios países. Pero esto no significa que tengan que referirse a este carácter y comportamiento “minoritarios” en las áreas en las que actúan como ciudadanos. Lo que en realidad sucede es que los musulmanes siguen considerándose una minoría y siguen a la defensiva, tanto a nivel social como político. Es como si la personalidad del musulmán occidental tuviera que formarse sólo en torno a su concienciación minoritaria, y vemos resultados claros en lo que sigue: desarrollo de discursos y exigencias sociopolíticas que casi nunca expresan el sentido de la verdadera pertenencia a una ciudadanía compartida, ni a la universalidad de los valores. Pues se reducen a declaraciones de distinción, llegando a la extravagancia, a la protección y a la acción en reacción. Esta mentalidad tiene efectos perversos y contradictorios: las reclamaciones minoritarias, que se expresaron con tanto poder y fuerza exigiendo derechos religiosos, parecen haber tenido exactamente el efecto contrario cuando se trata de temas civiles y sensibilidades nacionales. Por la sencilla razón de que los musulmanes se perciben a sí mismos como minoría estigmatizada, la gente no puede expresarse o revelarse por miedo a suscitar sospechas sobre su lealtad y legalidad. Exigir la aplicación de derechos igualitarios para todos o cuestionar los gobiernos por sus alianzas con dictadores o sobre temas de seguridad política; como debió haber sucedido tras las atrocidades del 11 de septiembre en Estados Unidos y las represalias “naturales” contra el pueblo de Afganistán. Hay que plantear un discurso crítico y autónomo en medio de la confusión. Muy pocos musulmanes occidentales son capaces de tomar una postura intelectual consciente. Una postura que reconozca que uno está hablando desde casa, con causas y valores fundamentales que se han de respetar.

Tendremos que terminar esta incompleta lista de carencias con una última dificultad con la que nos encontramos a menudo, o demasiado a menudo, en las comunidades musulmanes de las sociedades occidentales. Cualquiera que intente estudiar las formas con que los musulmanes afrontan los discursos que se les ofrecen, descubrirá que la emoción es el medio principal de atracción. Discursos que tocan el corazón, que invocan una supuesta unidad comunal, que relatan con frecuencia una idealizada historia de la civilización islámica, que “demuestran” la grandeza del Islam a través de una crítica rutinaria a occidente… consiguiendo transportar los corazones y mentes de las personas durante algo más de una hora. La verdad queda salvaguardada: nosotros tenemos razón, y la otra parte no. Hay una falta de autocrítica patente y para muchos musulmanes, “criticar a los musulmanes es criticar el Islam”, o incluso “jugar al juego del enemigo – occidente.” Esta emotividad a flor de piel ha causado una división en las comunidades islámicas, tanto en occidente como en oriente. Se ha perdido la facultad de respuesta crítica y esa conciencia en la tradición profética de: “Ayuda a tu hermano tanto cuando es injusto como cuando es víctima de injusticias.” Uno de los compañeros le preguntó: “Mensajero de Al·lâh, entiendo que tenga que ayudar a alguien cuando es víctima de una injusticia, pero ¿cómo debo ayudarle cuando está siendo injusto?” El profeta respondió: “Impídele ser injusto, así es como le puedes ayudar.” Es un requerimiento observar las acciones de los hermanos en la fe, de manera crítica y constructiva; la autocrítica nos sirve, guarda los intereses y sobre todo, la dignidad de quienes la utilizan sin intención de complacerse a sí mismos y sin exageración. Lo que falta en las comunidades musulmanes de occidente es esta conciencia crítica y autocrítica y la osadía para expresarla.

La suma total de estas carencias explica el porqué de las dificultades que encuentra el discurso islámico para expresarse y escucharse con claridad. Se ha avanzado bastante, pero queda mucho por hacer. Algunos objetivos inmediatos surgen de esta exposición, pero más difícil es establecer iniciativas claras con las que se alcanzarán estos objetivos. Intentaremos presentar algo de esto en la próxima sección.

jueves, 17 de febrero de 2011

La noción de shahada

La noción de shahâda o testimonio, adquiere dos formas distintas en el Islam. La primera concierne al testimonio que todo musulmán debe pronunciar ante Dios y ante la humanidad, y a través del que establece su identidad: “No hay dios, hay Al·lâh y Muhammad, saaws, es uno de Sus enviados”. La segunda está ligada a la responsabilidad de los musulmanes, de acuerdo con los mandatos del Corán, “para que seáis testigos de los hombres. (Corán: 2/143). En la idea de shahâda se aúnan los elementos fundamentales de la fe musulmana: una reminiscencia clara del núcleo de nuestra identidad a través de la fe en la Unicidad de Dios (Tauhîd) y en Su última revelación al profeta Muhammad y una conciencia elevada que nos da la responsabilidad de recordarles a los demás la existencia del Creador, de la espiritualidad y de la ética.

Esta doble función de la shahâda se expresa con más exactitud en los seis puntos que enumeramos aquí. Los tres primeros tienen que ver con la identidad misma de los musulmanes; y los últimos tres, con su rol en la sociedad.

1. Al pronunciar la shahâda, los musulmanes le están dando base a su identidad: son  musulmanes, creen en Dios, en Sus profetas, en los ángeles, en los Libros revelados, en el destino y en el día del juicio. Creen que las enseñanzas del Islam proceden de una Revelación y que son miembros de una comunidad islámica (Umma).

2. La shahâda está íntimamente ligada al rito y a la práctica religiosa, siendo la primera de los cinco pilares del Islam. La verdad es que no tendría sentido desarrollar estos ritos y prácticas sin ella. También es importante el hecho de ser capaz (y de tener el derecho) de rezar, pagar la zakat, ayunar, y llevar a cabo el peregrinaje. Hay referencias claras a esto en el Corán: “que creen en lo oculto, hacen la azalá y dan limosna de lo que les hemos proveído. (Corán: 2/3).

3. Esto significa, en un sentido más amplio, que los musulmanes deben, o al menos debería permitírseles, respetar los mandatos y regulaciones de su religión y actuar respetando lo que es legítimo e ilegítimo en el Islam. No debería obligárseles a actuar en contra de los mandatos de su conciencia, porque sería en una “negación de su identidad”.

4. Pronunciar la shahâda es actuar ante Dios respetando Su creación, porque al-imân (la fe) es una amâna (compromiso). Las relaciones entre los seres humanos se basan en el respeto, la confianza, y sobre todo, en la fidelidad absoluta en los pactos, contratos, y tratados. Tanto los tácitos como a los que se haya llegado de forma explícita. El Corán es claro “¡Cumplid todo compromiso, porque se pedirá cuenta de él!” (Corán: 17/34), y los creyentes son quienes “respetan los depósitos que se les confían y las promesas que hacen” (Corán: 23/8).

5. Como creyentes que conviven con otros hombres y mujeres, los musulmanes deben dar testimonio del significado de la shahâda ante los demás. Deben presentar el Islam, explicar el contenido de su fe y su enseñanza general. Son testigos, shuhadâ', en todas las sociedades, y por supuesto en los ambientes no musulmanes. Esto es lo que engloba la idea de ad·d`awa.

6. Esta shahâda no es sólo verbal, los musulmanes son individuos que creen y, como resultado, actúan en consecuencia. “Los que creen y hacen el bien” dice el Corán una y otra vez, insistiendo en el hecho de que la shahâda tiene consecuencias inevitables en el comportamiento de los musulmanes, sin importar la sociedad en que se encuentren. Profesar la shahâda significa participar en la sociedad en todas las áreas donde se sienta o presuma una necesidad: desempleo, marginación, delincuencia… También significa participar en el proceso que pueda llevar a una reforma positiva, ya sea de las instituciones, de los sistemas legales, económicos, sociales o políticos. Con el objetivo de aportar más justicia y una participación real, pues “Al·lâh prescribe la justicia” (Corán: 16/90). Esta es una de las manifestaciones más concretas del “testimonio”.
 

Por lo tanto, en nuestra opinión, el concepto de shahâda parece la forma más apropiada para expresar la concepción que unifica la identidad y función de la persona a la luz de las enseñanzas del Islam. También se adapta a nuestra situación actual, porque permite que se expresen tanto la identidad como la responsabilidad social de los musulmanes, porque relaciona ambos ejes.


También es conveniente estudiar su relevancia en relación al estado actual del mundo y a la configuración geopolítica del planeta. Parece difícil desmarcarse del resto en un mundo donde experimentamos una globalización multidimensional. Los musulmanes deben encontrar compañeros comprometidos que hagan una selección de lo que nos ofrece la cultura predominante, promocionando las contribuciones positivas de esta y resistiéndose a lo destructivo de sus productos, tanto a nivel humano, como ecológico. A un nivel más general, supone trabajar por la promoción de un pluralismo religioso y cultural a escala internacional.


La noción de shahada protege y salvaguarda los rasgos esenciales de la identidad musulmana, entendida en sí misma y para con la sociedad: reclama la relación permanente con Dios (al-rabbaniyya) y expresa la obligación de los musulmanes de vivir entre la gente y ser testigos del contenido del mensaje del Islam ante toda la humanidad, tanto con su acción como con su palabra.

En este estado de cosas, conviene plantearse y reflexionar a nivel personal y colectivo, sobre dónde estamos y las dimensiones que le damos a esta noción tan esencial para nuestra acción y participación en las sociedades de las que somos parte ineludible.