No podemos dejar de darnos cuenta de que las comunidades islámicas son muy diversas y están muy diversificadas y que se les dispara con muchas corrientes de conciencia identitaria; corrientes que están ligadas frecuentemente, a algo más que la religión que comparten. No habría nada que decir de esto si sólo se tratara de diversidad y riqueza. Pero en la práctica, este caleidoscopio es la expresión de una animosidad diversificada, más que de una diversidad homogenizada. Se dan casos de rechazo y separación basados en el origen y en las clases sociales. Las comunidades de los musulmanes occidentales no han tenido éxito en superar algunas barreras que frenan el crecimiento en una semblanza de unidad (y no lo decimos en el sentido de falta uniformidad). Algunos inmigrantes llegaron a occidente creyendo en la ideología de una escuela de pensamiento determinada, una que estaría en algún momento en confrontación con otra escuela. A menudo, se limitaban a importar sus lejanas disputas a Europa y América. Estamos siendo testigos de conflictos entre tendencias ideológicas, y muchas veces no conocemos el origen y significado de éstas. Un desfile de organizaciones superpuestas, rechazos mutuos, disputas sobre la representación de los musulmanes, entre otras. No existe diálogo intracomunitario entre las tendencias de pensamiento y entre las organizaciones nacionales y locales. Las personas se ignorar unas a otras, según van diciendo que “todos somos hermanos.”
Tenemos que añadir a esta triste realidad otros dos tipos de separación que no operan con menos frecuencia ni son menos serios. Aunque uno haya deseado que, en el nuevo territorio occidental, los musulmanes tuvieran éxito a la hora de superar sus diferencias de origen, es evidente que la norma sigue siendo la de la segregación étnica. Era de esperar, por supuesto, que las primeras generaciones formarían organizaciones con gente de su mismo origen e idioma; pero es menos normal notar que, tras décadas, hay mezquitas de marroquíes, otras para argelinos, para paquistaníes, para africanos occidentales, para afroamericanos, para árabes de oriente medio,… y a veces en la misma calle. Uno incluso se encuentra que en España, Francia, Suiza, Gran Bretaña y en los Estados Unidos, los conversos que no han encontrado sitio en estas comunidades, forman pequeñas mezquitas para sí. Mezquitas que, aunque estén en su propio país, han terminado haciendo de ellos extranjeros en su propia tierra. Ésta es una tendencia sorprendente y una disfunción seria.
Por otro lado, debemos tener en cuenta que hay cismas frecuentes entre las clases sociales. Los musulmanes acomodados establecen cada vez menos contactos con los menos adinerados o sus francamente pobres correligionarios. Por lo que vemos que emergen dos tipos de pertenencias: una está relacionada al sofisticadísimo discurso que sale de las universidades y de los líderes de organizaciones que poseen “casa propia” – una especie de Islam de clase media –; y de costado tenemos otra, con la que la primera muchas veces no establece ningún contacto, que tiene predilecciones más fuertes hacia el reclamo y recurre más a la lealtad compartida por los musulmanes a la hora de desarrollar movimientos de solidaridad social y de mostrar un espíritu de movilización. Al hacerlo se enfrentan, muchas veces, a los sistemas políticos y sociales. Este cisma ya existe en todos los países occidentales, con más o menos brusquedad dependiendo de las circunstancias sociales. En los Estados Unidos está claro que la grieta es más evidente entre los llamados musulmanes de segunda clase que no han entendido la “sabiduría del mensaje del Islam.” La respuesta de algunos es que hay una gran diferencia entre la “sabiduría”, el “compromiso” y la “resignación” que muestran algunos musulmanes. Sin negar la relevancia de estas discusiones, debemos decir que hay una división real en el corazón de las comunidades islámicas y que se debería encontrar la forma de manejarla.
Otra carencia patente es la mentalidad de aislamiento que agobia a los musulmanes en occidente, bien porque ésta es la forma en que el sistema anglosajón trata a sus ciudadanos, o por una inclinación natural a protegerse del ambiente que se percibe peligroso. Una vez más, esta actitud pudo haberse considerado normal durante los primeros años de presencia musulmana aquí, sin embargo es un obstáculo importante cuando se quiere mejorar el nivel de vida de la comunidad. Confundiendo la “comunidad de la fe” con un retiro comunal, llegando al comunitarismo: algunos musulmanes viven enteramente en los márgenes de la sociedad y no interactúan nunca con ella. En occidente y fuera de él, sólo se identifican a sí mismos en términos de diferencia, alteridad, e incluso confrontación. Aunque los discursos puedan tender hacia la expresión de una concienciación profunda de la urgente necesidad de dejar de hablar de este tipo de posturas, aún es verdad que en la práctica, y puede que más en la psicología y “sentimiento” de los musulmanes, un número significante de ellos está alimentando este aislamiento reaccionario. El “gueto” es tanto social como intelectual, y las evidencias de este espinoso problema ya pueden verse en esa especie de “educación islámica” que se les ocurre a los musulmanes en occidente. La mentalidad de gueto es una de las motivaciones que estimulan la emergencia por recurrir a algunas instituciones educativas privadas. Instituciones que venden sus ventajas particulares basándose en que son diferentes, sin considerar, ni importarles mucho el ser originales.
La consecuencia de este tipo de postura de aislamiento es la aparición de una “concienciación minoritaria” que entra en juego a varios niveles y a veces, de formas contradictorias. Ni que decir tiene, y ateniéndonos únicamente al número de adeptos en occidente, que los musulmanes son minoría en varios países. Pero esto no significa que tengan que referirse a este carácter y comportamiento “minoritarios” en las áreas en las que actúan como ciudadanos. Lo que en realidad sucede es que los musulmanes siguen considerándose una minoría y siguen a la defensiva, tanto a nivel social como político. Es como si la personalidad del musulmán occidental tuviera que formarse sólo en torno a su concienciación minoritaria, y vemos resultados claros en lo que sigue: desarrollo de discursos y exigencias sociopolíticas que casi nunca expresan el sentido de la verdadera pertenencia a una ciudadanía compartida, ni a la universalidad de los valores. Pues se reducen a declaraciones de distinción, llegando a la extravagancia, a la protección y a la acción en reacción. Esta mentalidad tiene efectos perversos y contradictorios: las reclamaciones minoritarias, que se expresaron con tanto poder y fuerza exigiendo derechos religiosos, parecen haber tenido exactamente el efecto contrario cuando se trata de temas civiles y sensibilidades nacionales. Por la sencilla razón de que los musulmanes se perciben a sí mismos como minoría estigmatizada, la gente no puede expresarse o revelarse por miedo a suscitar sospechas sobre su lealtad y legalidad. Exigir la aplicación de derechos igualitarios para todos o cuestionar los gobiernos por sus alianzas con dictadores o sobre temas de seguridad política; como debió haber sucedido tras las atrocidades del 11 de septiembre en Estados Unidos y las represalias “naturales” contra el pueblo de Afganistán. Hay que plantear un discurso crítico y autónomo en medio de la confusión. Muy pocos musulmanes occidentales son capaces de tomar una postura intelectual consciente. Una postura que reconozca que uno está hablando desde casa, con causas y valores fundamentales que se han de respetar.
Tendremos que terminar esta incompleta lista de carencias con una última dificultad con la que nos encontramos a menudo, o demasiado a menudo, en las comunidades musulmanes de las sociedades occidentales. Cualquiera que intente estudiar las formas con que los musulmanes afrontan los discursos que se les ofrecen, descubrirá que la emoción es el medio principal de atracción. Discursos que tocan el corazón, que invocan una supuesta unidad comunal, que relatan con frecuencia una idealizada historia de la civilización islámica, que “demuestran” la grandeza del Islam a través de una crítica rutinaria a occidente… consiguiendo transportar los corazones y mentes de las personas durante algo más de una hora. La verdad queda salvaguardada: nosotros tenemos razón, y la otra parte no. Hay una falta de autocrítica patente y para muchos musulmanes, “criticar a los musulmanes es criticar el Islam”, o incluso “jugar al juego del enemigo – occidente.” Esta emotividad a flor de piel ha causado una división en las comunidades islámicas, tanto en occidente como en oriente. Se ha perdido la facultad de respuesta crítica y esa conciencia en la tradición profética de: “Ayuda a tu hermano tanto cuando es injusto como cuando es víctima de injusticias.” Uno de los compañeros le preguntó: “Mensajero de Al·lâh, entiendo que tenga que ayudar a alguien cuando es víctima de una injusticia, pero ¿cómo debo ayudarle cuando está siendo injusto?” El profeta respondió: “Impídele ser injusto, así es como le puedes ayudar.” Es un requerimiento observar las acciones de los hermanos en la fe, de manera crítica y constructiva; la autocrítica nos sirve, guarda los intereses y sobre todo, la dignidad de quienes la utilizan sin intención de complacerse a sí mismos y sin exageración. Lo que falta en las comunidades musulmanes de occidente es esta conciencia crítica y autocrítica y la osadía para expresarla.
La suma total de estas carencias explica el porqué de las dificultades que encuentra el discurso islámico para expresarse y escucharse con claridad. Se ha avanzado bastante, pero queda mucho por hacer. Algunos objetivos inmediatos surgen de esta exposición, pero más difícil es establecer iniciativas claras con las que se alcanzarán estos objetivos. Intentaremos presentar algo de esto en la próxima sección.
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