Cuando hablemos de modelos culturales existentes en una sociedad lo tenemos que empezar a hacer desde nuestra responsabilidad individual que es la que forja nuestro "estar" plural en un espacio determinado. Por tanto no podemos seguir hablando de integración, marginación, fracasos… sin más, sino que habremos de ver cuál es nuestra contribución personal a una forma de estar en concreto.
La mayoría de los musulmanes velan por evitar "la contaminación" que parece acechar a sus hijos en un ambiente categorizado de "no islámico" y por tanto hostil e inculcan a estos nuevos musulmanes un frágil sentimiento de alteridad al desarrollar una vivencia desdoblada (musulmán por un lado y español por otro). Dejando de llevar a cabo, de este modo, el trabajo del ser que se requiere cuando se pretende vivir plenamente todas nuestras pertenencias. De no hacer esto, no podremos contribuir como ciudadanos en base a un código moral que insta, además, a esta contribución y a vivir entre la gente.
La consecuencia, y tal vez causa, de esto es el rechazo por parte del resto de la sociedad que se limita a pedir a las familias que se integren en un sistema que no satisface si quiera sus propias exigencias: a la vista de todos está el más que ostentoso fracaso de la educación, economía, banca… que delata la necesidad de recurrir a otros mecanismos y de buscar otras soluciones a un creciente malestar en la sociedad.
Aquí es notable el esfuerzo que llevan a cabo los musulmanes por mantener una espiritualidad tan vivaz como les sea posible, preocupándose por su fe en Dios, por la espiritualidad y por valores sociales tales como la educación, las relaciones interpersonales, etc. Es notable y también es una alternativa al estado que atravesamos: podemos defender nuestros valores haciendo que cobren sentido en el momento actual y no por mera repetición de unos esquemas e ideas que no tienen el alcance social pretendido por las mismas, limitándose con semejante comportamiento a reincidir en el recóndito error del que nos advierte el Corán en más de una ocasión: "¡No!, seguiremos [sólo] lo que hemos hallado que creían y hacían nuestros antepasados." (Corán: 2/170). Dejando, al hacerlo, de adaptar (que no cambiar) los preceptos de nuestra moralidad a nuevas exigencias: pues podemos presentar nuestro ayuno en Ramadán como una forma de resistencia a la aparentemente imperiosa necesidad de consumir, manteniendo los lazos familiares y sociales, buscando alternativas a la bancarrota moral reinante en la sociedad, preocupándose por la educación… y todo ello anclados en un código moral que nos exige el desarrollo de soluciones que estén acorde y satisfagan las necesidades de nuestro tiempo y lugar: el ejercicio del iÿtihâd.
Es desde esta concepción desde donde habría que entender la islamofobia. Nuestros conciudadanos no pueden guardar aprensión a todo un credo únicamente porque algunos de sus vecinos musulmanes ¡no saben saludarles en su idioma! Hay toda una campaña de desprestigio de los musulmanes no en cuanto a personas sino como portadores de una moralidad que ha de cuestionar para acabar infiltrándose en todas las áreas de la vida. Pues tienen que plantear soluciones a las brechas sociales que padecemos, al fracaso del
sistema financiero, y toda una serie de discrepancias que amenazan un régimen añejo que ya tiene que empezar a dar pie a soluciones más plausibles para la situación social que atravesamos.
Es desde aquí de donde tenemos que emprender nuestra vivencia del Islam y no como una reiteración desnuda de preceptos, dogmas, restricciones y prohibiciones. Trabajando codo con codo, mujeres y hombres por un futuro en el que nos arraigamos con las personas, para el bienestar de éstas y el nuestro. La utopía serviría, aunque no tenga lugar, para tirar de nosotros.
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