La
educación debería, en un estado ideal de cosas, facilitar nuestra búsqueda
individual de significado. Ayudándonos a dar significado a nuestra presencia en el
aquí y el ahora.
Pero
la inseguridad que muestran los niños y adultos a la hora de participar en la
sociedad, aun habiendo recibido más información que generaciones anteriores, nos
induce a pensar que no se ha enfatizado, en su educación, la utilidad de la
reflexión. No se educa en valores sino en progreso, buscando siempre la
productividad que vayamos a obtener de esa inversión en su enseñanza.
De ahí que la sociedad se obsesione con los resultados de su sistema educativo y no por el viaje mismo y lo que se aprende en él.
Muchas
veces, los padres, intentando potenciar las capacidades de sus hijos, terminan
mimándoles o relajándoles; quieren que sean personas realizadas pero se olvidan
de los valores que les deben inculcar para hacer que disfruten del camino de la
enseñanza, de su vida.
Así,
vemos a padres que enseñan a hijos de 3 ó 4 años de edad palabras como "malo"
en oposición a "bueno", "normal" en oposición a "rara",
etc. Y una de las cosas más peligrosas de estas posturas es que ellos creen que
lo hacen para evitar sufrimiento a su descendencia, sin darse cuenta de que al
hacerlo, les están privando de experimentar la vida tan y como es, derivando en la inseguridad posterior a la hora de ser adultos.
La
educación se lleva a cabo en casa y a la escuela vamos a adquirir conocimientos. Este hecho no
inhibe al profesor de sus valores, ya que éstos acaban manifestando en su
comportamiento con el alumnado.
Es
también muy importante el que las juventudes vean una aplicación práctica de
las enseñanzas en su vida diaria. Cuando ven que lo que se les enseña tiene
sentido, pueden valorar más lo que se les está ofreciendo y se van a enfrentar
a los estudios con más entusiasmo.
Vivimos
en una sociedad donde los valores (al no ser objetos materiales) se quedan en
un segundo plano (de estar en alguno). El problema es, una vez más, "multifactorial",
y necesita de objetivos muy claros para que podamos afrontar la decadencia de la
enseñanza con firmeza. El conocimiento debería liberarnos. Pero ¿cómo lo va a
hacer si está diseñado por un sistema que pretende seguir oprimiéndonos?
¿Cómo
vamos a poner remedio, de manera eficaz, al etiquetado que tiene lugar cuando
nos encontramos con nuestros semejantes y pretender mantener un encuentro productivo con ellos y para ellos?
En nuestras sociedades occidentales se están confundiendo valores que no tienen que ver necesariamente con la libertad.
Se
pretende aplicar un concepto de libertad que deja mucho que desear porque, en
muchas ocasiones, no atiende a los valores personales de cada uno, a la moral,
ni a la psicología individual de cada persona. Parece que todos nos debemos
regir por las mismas modas, costumbres,… mundo globalizado que conlleva una
aplicación casi automática de los valores “que venden” sin atender a las
elecciones personales que cada uno de nosotros pueda tener.
No nos podemos dar por satisfechos con la complacencia y el individualismo que resultan de la vagueza y/o de la ignorancia: debemos pedir a nuestro Ser que haga el esfuerzo de llegar más allá de sí mismo, para encontrarnos con el Otro y lograr descentrarnos en un intento final para alcanzar un entendimiento íntimo del otro que ha de ser tanto intelectual como respetuoso. ¿Dónde se nos enseña la empatía?
Tal
vez le podamos poner solución a la problemática de la libertad abriendo todos
la mente. No nos podemos seguir dando por satisfechos con lemas tales como “opresión
oriental”, “libertad occidental”,… sino que tendremos, una vez más, que
recuperar el matiz que tienen los asuntos. Ningún tema es simplificable hasta
estos límites y menos, cuando atañe, como ocurre en este caso, a las ciencias humanas.
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