sábado, 1 de diciembre de 2012

¿Educar para liberar?

La educación debería, en un estado ideal de cosas, facilitar nuestra búsqueda individual de significado. Ayudándonos a dar significado a nuestra presencia en el aquí y el ahora.  
Pero la inseguridad que muestran los niños y adultos a la hora de participar en la sociedad, aun habiendo recibido más información que generaciones anteriores, nos induce a pensar que no se ha enfatizado, en su educación, la utilidad de la reflexión. No se educa en valores sino en progreso, buscando siempre la productividad que vayamos a obtener de esa inversión en su enseñanza.

De ahí que la sociedad se obsesione con los resultados de su sistema educativo y no por el viaje mismo y lo que se aprende en él.

Muchas veces, los padres, intentando potenciar las capacidades de sus hijos, terminan mimándoles o relajándoles; quieren que sean personas realizadas pero se olvidan de los valores que les deben inculcar para hacer que disfruten del camino de la enseñanza, de su vida.

Así, vemos a padres que enseñan a hijos de 3 ó 4 años de edad palabras como "malo" en oposición a "bueno", "normal" en oposición a "rara", etc. Y una de las cosas más peligrosas de estas posturas es que ellos creen que lo hacen para evitar sufrimiento a su descendencia, sin darse cuenta de que al hacerlo, les están privando de experimentar la vida tan y como es, derivando en la inseguridad posterior a la hora de ser adultos.

La educación se lleva a cabo en casa y a la escuela vamos a adquirir conocimientos. Este hecho no inhibe al profesor de sus valores, ya que éstos acaban manifestando en su comportamiento con el alumnado.

Es también muy importante el que las juventudes vean una aplicación práctica de las enseñanzas en su vida diaria. Cuando ven que lo que se les enseña tiene sentido, pueden valorar más lo que se les está ofreciendo y se van a enfrentar a los estudios con más entusiasmo.

Vivimos en una sociedad donde los valores (al no ser objetos materiales) se quedan en un segundo plano (de estar en alguno). El problema es, una vez más, "multifactorial", y necesita de objetivos muy claros para que podamos afrontar la decadencia de la enseñanza con firmeza. El conocimiento debería liberarnos. Pero ¿cómo lo va a hacer si está diseñado por un sistema que pretende seguir oprimiéndonos?

¿Cómo vamos a poner remedio, de manera eficaz, al etiquetado que tiene lugar cuando nos encontramos con nuestros semejantes y pretender mantener un encuentro productivo con ellos y para ellos?

En nuestras sociedades occidentales se están confundiendo valores que no tienen que ver necesariamente con la libertad.

Se pretende aplicar un concepto de libertad que deja mucho que desear porque, en muchas ocasiones, no atiende a los valores personales de cada uno, a la moral, ni a la psicología individual de cada persona. Parece que todos nos debemos regir por las mismas modas, costumbres,… mundo globalizado que conlleva una aplicación casi automática de los valores “que venden” sin atender a las elecciones personales que cada uno de nosotros pueda tener.

No nos podemos dar por satisfechos con la complacencia y el individualismo que resultan de la vagueza y/o de la ignorancia: debemos pedir a nuestro Ser que haga el esfuerzo de llegar más allá de sí mismo, para encontrarnos con el Otro y lograr descentrarnos en un intento final para alcanzar un entendimiento íntimo del otro que ha de ser tanto intelectual como respetuoso. ¿Dónde se nos enseña la empatía?
Tal vez le podamos poner solución a la problemática de la libertad abriendo todos la mente. No nos podemos seguir dando por satisfechos con lemas tales como “opresión oriental”, “libertad occidental”,… sino que tendremos, una vez más, que recuperar el matiz que tienen los asuntos. Ningún tema es simplificable hasta estos límites y menos, cuando atañe, como ocurre en este caso, a las ciencias humanas.

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