viernes, 18 de marzo de 2011

Hacia una reforma de la educación: Las escuelas islámicas, ¿la panacea?

Muchos musulmanes creen que la única solución para conseguir una educación comprehensiva, es la creación de “escuelas islámicas” privadas, que estarían subvencionadas por el estado casi en su totalidad, parcialmente o sin ningún tipo de subvención; dependiendo de los sistemas en vigor en los diferentes países. La solución que baraja la gente que no está satisfecha con la atmósfera de las escuelas públicas, que consideran faltas de moral, parece ser la consideración de un sistema paralelo que integraría los fundamentos de la educación islámica y sus estándares morales con las asignaturas tradicionales obligatorias y seculares de los planes de estudio nacionales. Ha habido escuelas de este tipo desde hace más de veinte años en Gran Bretaña, Canadá, Estados Unidos, Suecia, y los Países Bajos, así como números más reducidos en otros países. ¿Cómo podemos evaluar estos experimentos, cuyos logros en lo relativo a los métodos y planes de estudio han experimentado una evolución considerable en los últimos años?

Aquí no tenemos la intención de oponernos a las escuelas islámicas, sino de observar lo que se ha conseguido con estas instituciones y lo que les falta. Ni que decir tiene que es positivo ofrecerles a los niños una enseñanza en la que sientan su identidad islámica a través de la vivencia de una formación conforme al ritmo de sus rezos diarios y a los eventos del calendario islámico (por ejemplo el ayuno en Ramadán y los festivos), mientras que se les sumerge en un programa escolar en el que su educación religiosa ---aprender el Corán, la Tradición y el árabe--- se integran obteniendo un efecto extremadamente positivo. En una escuela islámica, los niños aprenden lo esencial de su identidad musulmana y las prioridades de su educación a través de las relaciones que establecen con sus profesores y compañeros de clase, y también adquieren las herramientas que les ayudarán a tener éxito en otras disciplinas. A juzgar por los índices de rendimiento, la mayoría de las escuelas islámicas alcanzan resultados excelentes y están, a menudo, a la cabeza de las clasificaciones de los colegios a nivel regional y nacional.

Sin embargo, esto no constituye la imagen al completo. El primer comentario a esta realidad es que, tomando a la comunidad islámica que vive en occidente como un todo, estas escuelas acogen a un número limitado de niños, por lo que en este sentido no se pueden considerar como “la solución” para la educación en occidente. Tendremos que encontrar otros enfoques para el resto de los niños. También debemos señalar que en la mayoría de los casos (aquéllos en los que los colegios no son subvencionados por el estado), sólo los hijos de padres acaudalados pueden inscribirse debido a que la matrícula suele ser cara, y suele estar por encima de las limitadas becas que se conceden. Y más allá de estas realidades apreciables, debemos estudiar las motivaciones que han estado detrás de la creación de estas escuelas. En la mayoría de los casos, el propósito es el de proteger a los niños de un entorno malsano y hacerles vivir “entre musulmanes.” Estas motivaciones se dejan a menudo sentir en la forma en que se gestionan estas escuelas, ya que dirigen los programas y las actividades educativas sólo a nivel interno. El resultado es que se crean espacios “artificialmente islámicos” y cerrados dentro de Occidente, y éstos están completamente desconectados de la sociedad circundante. Nos consolamos al asegurar que esos programas están acorde a los requerimientos nacionales, pero lo que no es menos real es que estos jóvenes viven en una sociedad donde se hallan rodeados de adolescentes que no comparten su fe y con los que no se encuentran nunca. Esta escuela, propone una forma de vida, un espacio, y una realidad paralela que prácticamente no establece ninguna relación con la sociedad de la que es parte. Algunas escuelas islámicas están en occidente pero, a parte de las disciplinas obligatorias, viven en otra dimensión: mientras que no están completamente “aquí,” tampoco son completamente de “allí.” Y nos gustaría que nuestros hijos supieran quiénes son y dónde están…

Más aún, los contenidos de la enseñanza no están, a menudo, bien preparados, y muchos profesores no tienen bases pedagógicas: las prácticas en algunas disciplinas dejan mucho que desear. Hay profesores de árabe por ejemplo que no están formados siempre de la forma más adecuada.

Respecto a la llamada educación islámica, merece la pena plantearse algunas preguntas. Les damos realmente a los alumnos las herramientas que necesitan para vivir aquí, de forma piadosa, autosuficiente y siendo conscientes de sus responsabilidades; por el mero hecho de añadir disciplinas “islámicas” (como el aprendizaje del Corán y de las tradiciones) y la enseñaza al estilo clásico (por lo común como se hacía “allí”). La dispersión de enseñanzas islámicas, versículos que se aprenden de memoria, y el traspaso de valores de forma idealizada, no forjan necesariamente una personalidad de fe profunda, de conciencia despierta y de mentalidad activa y crítica. Se suelen citar los indicadores del rendimiento escolar como una forma de auto-complacencia: pero el “éxito” de una escuela islámica no se puede medir con el éxito de los resultados en los exámenes. De ser esta la medida, no habría lugar para invertir tanto esfuerzo en estos proyectos: pues sería suficiente acudir a “buenos” colegios públicos. La legitimidad de una escuela islámica debería evaluarse por su habilidad al responder a las exigencias de los objetivos globales a los que nos hemos referido en las publicaciones precedentes y al proveer de un programa escolar coherente con éstos. En la mayoría de los casos, seguimos estando lejos de haber alcanzado ni una mínima parte de estos objetivos, y algunas escuelas siguen empujando a los niños hacia el desarrollo de dos personalidades contradictorias –una dentro de la escuela que intenta proveerles de un ambiente feliz donde se le les inculcan las enseñanzas y comportamiento islámicos; y otra fuera de ella donde terminan perdidos al no saber cómo usar los referentes morales para constituir sus propias guías éticas, porque no se les ha enseñado a afrontar la vida en sociedad y a interactuar con los demás dentro de ésta. Al haberles transmitido una educación sólida en un entrono artificial, los estudiantes son extremadamente frágiles en la vida real: ¿cuántos jóvenes viven en la franja que queda entre los dos mundos?, ¿cuántos se sienten “mal” o “culpables” porque aunque hayan recibido mucha educación en la escuela, se sienten faltos de mérito al no saber cómo vivir su vida cotidiana de manera íntegra? ¿De quién es la culpa? Se les ha instruido en el ideal, pero se sienten mal educados y mal equipados para la vida real.
 
Aunque no hayamos encontrado una alternativa “islámica” a la crisis de los sistemas educativos occidentales, nos vemos obligados a mencionar algunos desarrollos e iniciativas interesantes: se han creado algunas escuelas islámicas (una pequeña minoría), en Gran Bretaña, Suecia y en los Estados Unidos, y se han hecho con un espíritu totalmente renovado. Están abiertas a profesores cualificados cualesquiera que sea su origen y pensadas como escuelas desde dentro de la sociedad, por lo que no les parece suficiente transmitir enseñanzas islámicas fosilizadas en un entorno protector y artificial. Están en contacto con el mundo exterior y, les hacen fácil a sus alumnos llegar a una asimilación del mundo que los rodea al interactuar con los niños de su edad y con sus conciudadanos, a través de actividades variadas en las que ponen en práctica sus enseñanzas éticas a través de actos visibles de solidaridad encallados en la sociedad en que viven. Sus programas han experimentado una evolución considerable y permiten una enseñanza contextualizada que marcha al paso de occidente. Estos desarrollos son extremadamente interesantes y nos permiten pensar que las escuelas islámicas serán capaces de presentar parte de la solución a los problemas de la educación en occidente. Y lo harán de evitar los errores que hemos mencionado y de alzar los criterios de apertura, de la contextualización, y de la interacción con la sociedad que nos rodea. Es un camino largo, porque las mentalidades aún tienen que pasar por una evolución exhaustiva: pues a menudo nos sentimos inclinados a rechazar algunos proyectos para establecer escuelas islámicas porque están demasiado lejos de ese espíritu aperturista y no están preparadas para reformar y fomentar el desarrollo en el campo de la educación, donde demasiados musulmanes se comportan de manera rígida y se esconden tras el copiado de modelos antiguos de manera consciente, para demostrar su fidelidad a los principios. Pero, como hemos visto, hay una gran diferencia entre los modelos históricos y los principios universales, y hoy todo indica que la imitación formalista de los modelos de una edad distinta de la que vivimos, es, de hecho, una traición hacia esos mismos principios. Esto tiene consecuencias muy serias en el área de la educación. La inversión de tiempo y de dinero que se necesita para establecer una escuela islámica es enorme, y como mucho acoge a pocos centenares de niños. ¿No se pueden utilizar estas sumas astronómicas para beneficiar a más niños? ¿No deberíamos ser más creativos al sugerir nuevas iniciativas? Como hemos dicho antes, en principio esto no persigue marcar una oposición a la idea de las escuelas islámicas, pero sería mejor no involucrarse en este tipo de proyectos si no se está seguro de que se vayan a respetar las condiciones que hemos mencionado. Y, en cualquier caso, la pregunta permanece: ¿qué hacemos con los otros niños?


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