Surge aquí un punto: la relación a desarrollar del ser humano con lo
divino se presenta tanto como una necesidad como una dificultad.
Vemos que nos distraen la
forma en que nos absorben las permeabilidades que colindan y aquello que
identificamos como “realidad”. Terminamos cayendo en la
negligencia y descuido (gafla) perdiendo el sentido que tienen las cosas
y entreteniéndonos en su mundanal presencia. “[y se le dirá:] “¡En verdad,
has vivido desatento a este [Día del Juicio]; pero ahora te hemos quitado el
velo, y hoy tu vista es penetrante!” (Corán: 50/22).
El
Corán nos propone, como ejemplo de esta gafla la historia de los faraones
quienes mandaban construir pirámides en conmemoración a vida de la muerte. Ordenaban
erigir semejantes monumentos conmemorando su grandeza y exaltando
sus nombres pero cayendo en la condecoración de su finitud y la de todo humano.
Cada
uno de nosotros tiene su pequeña pirámide y es un pequeño faraón. Innumerables
ejemplos nos atrapan en la inconsciencia entreteniéndonos del recuerdo, en un
mundo que sólo busca lo transitorio (dinero, reputación, poder, salud, ¡vida
perecedera!...) En este mundo se nos entretiene y entrena en el olvido. Tenemos
que olvidar para no sufrir, se nos dice. ¿Pero qué hacemos con el sufrimiento
de quienes olvidan? Personas que aun entreteniéndose y olvidando se encuentran
en la más absoluta penuria moral careciendo de sentido y significado.
La
toma de conciencia en esta vida mundanal en la que no experimentamos la
trascendencia se presenta como una necesidad cuando perseguimos abandonar esa gafla
que siempre va escoltada de una indigente pérdida del sentido de nuestras realidades.
Pero
¿Cómo podemos llevar a cabo la tan deseada toma de consciencia?
El
primer punto tendrá que ser el de reconocer el estado en el que nos
encontramos. Nunca podemos estar parados aunque parezca que no hemos tomado
ningún camino. Pues se pueden distinguir tres estados:
-El de quien dice no necesitar caminar hacia ningún sitio, marchando hacia atrás con semejante pensamiento y habituándose a cierta indiferencia.
-El de quien piensa estar retenida en las casualidades de la realidad y no avanza debido a este entretenimiento.
-El de quien indaga y explora tras percatarse de la inconsciencia en la que nos sumerge el mundo. Estas personas se dan cuenta de las formas de entretenimiento que hay en el mundo, de los artefactos de drogadicción que nos colindan y llevan a cabo un profundo trabajo de consciencia y actuación. Ya que la mera conscienciación no afecta a la realidad.
En un mundo como el que vivimos nos convertimos en el primer peligro para nosotros mismos. “¡OH VOSOTROS que habéis llegado a creer! ¡Sed conscientes de Dios; y que cada ser humano mire bien lo que adelanta para el mañana! Y [una vez más]: Sed conscientes de Dios, pues Dios es plenamente consciente de lo que hacéis; y no seáis como aquellos que se olvidan de Dios, y entonces Él les hace olvidarse de [lo que es bueno para] sí mismos: [pues] son ellos, precisamente, los realmente depravados. (Corán: 59/18-20) Esta aleya nos invita a la toma de consciencia. Tenemos
que estar atentos a las distintas inclinaciones sociales, personales... que nos desnaturalizan, a las emociones
colectivas que inhiben muchas veces nuestra capacidad de actuar.
En
la sociedad occidental se nos está encerrando en el juego de la inconsciencia:
una dinámica de individualismo, egoísmo y olvido. Oyes decir: "Eres feliz cuando consigues olvidar". El mensaje del Islam clama todo lo contrario
"Eres feliz si te acuerdas" (si eres consciente de tu realidad, de
Él).
El
ejercicio más inmediato para conservar explícitamente este recuerdo es
mediante Assalât. Cinco momentos al día en los que tratamos de privarnos de las
incontingencias de la duniyâ (mundo de la distracción) para reflexionar sobre nuestro estado y sobre dónde nos encontramos, en realidad, respecto del ideal que tenemos de nosotros mismos.
"La meta de la ética del profeta Muhammad es la adquisición de la taqua, la máxima sensibilidad al actuar, la completa adecuación entre lo que te demanda el instante y nuestro modo de estar. La tradicicón islámica entiende que cada uno de los profetas que han venido a la Humanidad ha encarnado plenamente un maqâm, un modo conceto de ubicarse en la realidad. El maqâm de Muhammad es la taqua. Por eso se ha llamado al Profeta imâm al-muttaqîn (el imâm de los que tienen taqua), porque el Islâm aspira a lo contrario del descontrol que es lo que caracteriza la ÿâhiliyya (la inmadurez). Y si la médula de nuestro dîn es la taqua, la cobertura ósea que la recubre (y sin la que dicha médula se secaría) es la `ibâda. [...] Sin práctica no hay Islâm; el Islâm no es un sentimiento: es el modo en que se vertebra el barro que somos". (A. Aya. El Islâm no es lo que crees. Pág. 168.)
Identificar a Allâh con el sentido de la vida es ser conscientes de Su presencia en las realidades más ordinarias de nuestras vidas diarias. Podemos elegir vivir a través de esta presencia o ignorarla perdiendo todo significado. Es así como se puede entender la sentencia de Roger Garaudy. Allâh es lo que da base y sentido a la realidad.
Te
pido, en la intimidad de mi rukû` (postración), que abras mis sentidos a
Tu recuerdo y hagas que sepa prolongarlo a las demás lapsos de tiempo con que
cuente en esta vida finita.
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