La presencia del otro me habla, le habla a mi intelecto, a mi corazón, y a mis emociones: por lo que tengo que tomarme un tiempo para escuchar cómo le percibo. El viaje hacia el interior y el encuentro con el otro es la lección básica de todas las espiritualidades y religiones. Es una forma de dirigir la atención del humano a su conducta y comportamiento, y de hacerle examinar las causas de sus acciones y de sus restricciones. Las enseñanzas del Hinduismo hacen gran énfasis en las disposiciones internas que otorgan equilibrio a la “buena vida”. Tenemos que comprehender tanto las prescripciones morales que se aplican, en el uso, a todos; como aquellas que son más específicas de las etapas y de los distintos estados de la evolución moral (vandasharandharma), e identificar sus causas internas, que son tanto colectivas (dharma) como individuales (karma). Conforme todo el mundo, ya sea hindú o no, comparte con los demás un Ser interno (atman) que existe más allá de la impresión de su ego, cada karma da aliento a una disposición moral que es tanto única y personal como psicológica (swabhava) que el intelecto del individuo debe aprehender y entender si quiere reformar y mejorarse a sí mismo. Es esa búsqueda, esa reforma y liberación interna lo que posibilitará el dirigirse hacia el otro, tras el esfuerzo necesario por trascender el ego y la liberación interna del Ser. Debemos controlarnos a nosotros mismos y trascender las disposiciones ciegas del ego para poder asir el principio de causalidad universal: la diferencia que hay entre las carreteras, caminos, mentes y colores se podría entender, entonces, desde el interior gracias a la disposición del corazón y de la mente según dominan las ilusiones y la ceguera potencial de las emociones.
La parábola de los hombres ciegos y el elefante, que también encontramos en la tradición budista, revela esta misma verdad: cada ciego piensa, al tocar algunas partes del elefante, que puede describir todo el animal y que tiene posesión de toda la verdad. Una interpretación superficial nos puede llevar a pensar que la importancia de esta parábola tiene que ver con que nos enseña que nadie tiene posesión de toda la verdad y que las formas de llegar a esta pueden ser muchas. Pero también nos enseña algo más: los hombres están ciegos, o han sido cegados, y el problema de su relación con la Verdad y la diversidad tiene que ver con su ceguera interna. Sólo mediante una introspección elemental pueden esperar llegar a la verdad esencial sobre el elefante y sobre sus puntos de vista. Lo importante no es lo que es el otro, o lo que el otro me cuenta, sino lo que, a mí, no me deja de ver, escuchar, entender, para finalmente reconocer al otro como lo que es. Lo que importa es lo que el otro desvela de mis problemas, mi sordera y de mi ceguera. El encuentro y reconocimiento del otro no es el resultado de un enfoque intelectual, sino de una iniciación hacia el Ser interior, o una introspección o viaje hacia el ser que debería permitirme reconciliar y armonizar las dimensiones de mi persona: mi conciencia con mi corazón, mi mente con mis emociones. Más importante es darse cuenta de que mi negación del otro desvela la ceguera que guardo dentro: a la periferia del “ego” el otro es una amenaza accidental; pero en medio de la búsqueda, el otro es una necesidad positiva.
Esta fue la intuición de Sócrates en sus enseñanzas sobre la moderación. Controlar el ego y sus pasiones es un ejercicio, a medida que las filosofías nos puedan ir llevando por el camino de la verdad. Tratándose de una búsqueda de paz interior que puede, por sí sola y a largo plazo, conllevar la paz social y política. En realidad, según Sócrates, son los filósofos quienes deberían encargarse de los asuntos de la polis: para que cuando los ciudadanos alcancen los quince años, su búsqueda esté bien encaminada y para que sus intenciones en lo secreto del alma y de los peligros de las pasiones internas, les capaciten para participar en la vida pública con toda serenidad. Platón desarrolla en La república parte de sus reflexiones sobre el yo interior, y no es una coincidencia que nos encontremos con que Aristóteles introduzca términos como la purificación o catarsis y no lo hace sólo en La poética sino también en su obra La política. El arte y las actuaciones públicas teatrales y musicales son instrumentos colectivos o espejos sociales que nos vuelven a reflejar hacia nosotros mismos, hacia nuestra introspección y hacia los imperativos morales para trascender las pasiones ciegas y los miedos y emociones insanos. La catarsis aristotélica es un anti-populismo: nos enseña y llama para que cultivemos actitudes que son todo lo contrario a aquellas que inducen los discursos populistas que nos están minando. El primero nos remite a nosotros mismos—de manera profunda y exigente—para que logremos el saber que necesitamos para abrirnos al otro en la sabiduría; la última nos ofrece esa imagen superficial y aterradora de los demás para enrollarnos en nosotros mismos de una manera cerrada y egoísta.
Todas las enseñanzas morales tienen sentido precisamente porque exigen que trabajemos en nosotros mismos, sobre nuestro comportamiento, nuestros sentimientos, nuestras emociones y miedos. Desde el Hinduismo hasta el pensamiento monoteísta, pasando por Sócrates, Platón y Aristóteles, el mensaje común es que todos estamos, natural y potencialmente, inclinados a rechazar al otro, y a ser intolerantes y racistas. Abandonados a nuestros propios emblemas y nuestras emociones rudas, podemos ser sordos, ciegos, dogmáticos, cerrados y xenófobos: pues no nacemos con una mente abierta, respetuosa y plural. La alcanzamos mediante el esfuerzo personal, la educación, el autocontrol y el conocimiento. Al-îmân significa confianza, conocimiento, justicia, un estado de paz y equilibrio y de estar a gusto con nosotros mismos. La búsqueda de esa paz interior se considera una de las condiciones previas para establecer una relación serena con el otro y con la diferencia. El mensaje universal que encontramos en la máxima “Ama a tu vecino como te amas a ti mismo” es un ideal que revela tres dimensiones: el primero es que es una cuestión de amor, o una disposición del corazón. Segundo, el amor al otro significa prestar especial atención al amor por uno mismo (“como a ti mismo”) que debe sentirse y profundizarse como una invitación a mirar hacia fuera y no como una prisión; y por último, amarnos a nosotros mismos y alcanzar la paz interior es una precondición implícita para poder amar y dar la bienvenida al otro hacia la paz de nuestros corazones. Se trata de una historia de amor. Y también de una historia de conciencia y exigencias: se trata de conocernos a nosotros mismos, reconocer nuestras tentaciones naturales más tenebrosas y seguir en la búsqueda de las aspiraciones más nobles de nuestros corazones. El precio que hay que pagar por un encuentro sereno y respetuoso con el otro es el compromiso que adquirimos para el encuentro con el yo. El Corán demuestra que Dios desea una pluralidad universal (hemos hecho de vosotros pueblos y tribus), y recuerda el significado por excelencia a la hora de controlarlo y manejarlo: "Realmente, el más noble de vosotros ante Dios es aquel que es más profundamente consciente de Él." (Corán 49:13). Este es el mensaje universal de todas las filosofías, tradiciones espirituales y religiones. Nos llaman para que examinemos nuestra conciencia, para trabajar sobre nuestros seres, y no olvidar nunca la necesidad de confianza y amor, la confianza en uno mismo, de uno mismo, y de los demás.
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