Fue
en el 2006 cuando el mundo autorizó que los territorios ocupados
eligieran a sus gobernantes reconociendo dicha elección como justa y
transparente. Pero la victoria política de Hamas sumió a los palestinos en
guerras y agresiones justificadas con la tan sonada y gastada melodía de
“guerra contra el terrorismo”. El maltrecho pueblo eligió a los “belicosos” y al
hacerlo se convertían todos en “terroristas” dando acceso libre a Israel a sus
territorios. A nadie le puede pasar inadvertido que este es justo el motivo para
que se permitieran aquellas elecciones. Utilizan la elección democrática de un
pueblo como excusa o evasiva a la hora de responder a los reproches de quienes
se atreven a cuestionar.
Los
medios de comunicación nos dicen que Israel se está defendiendo de las
agresiones que recibe por parte de los palestinos. ¡Gran mentira! Se está repitiendo
el mismo escenario de 2008, con los medios de comunicación expeliendo la
propaganda cínica del gobierno israelí. Durante semanas y meses, aviones pilotados
estuvieron planeando sobre Gaza, aterrorizando a la población y atacando
objetivos concretos. El liderazgo palestino no reaccionó ante la provocación
hasta que se produjo la muerte de un niño. Se lanzó un cohete, antes de un
acuerdo sobre los términos de una tregua entre ambas partes y un día antes del asesinato
del líder de Hamas, Ahmed Jabari. Y entre tanto, Israel ataca, mata y provoca
en silencio y se presenta en los medios como la víctima que debe defenderse. El
escenario es el mismo que en 2008, que le costó la vida a cerca de 1.500
palestinos. Personas que se convierten en meros daños colaterales autorizados a nivel internacional.
La
guerra que masacra a los palestinos por enésima vez tiene lugar en momentos en
los ciudadanos de las democracias internacionales experimentan cierto desapego de esos
ideales que nos han nutrido durante décadas afianzándonos en la libertad, derechos
y demás papeletas electorales. Los individuos de este y oeste, norte y sur
comienzan a descubrir la falacia en que se les ha educado para que defendieran
acérrimamente un sistema que ahora los masacra.
Nuestras
democracias matan. Matan a nuestros vecinos más cercanos, como podemos ver en
los telediarios. Y matan a los que se defienden, como sucede en Palestina.
Nuestras
democracias están exterminando nuestra capacidad de razonamiento al inculcarnos
estilos de vida parejos a sus intereses. Están aniquilando nuestra creatividad
a la hora de sentar las bases para un sistema más justo, más humano, más
igualitario. Nos están limitando a meros consumidores: consumimos desde
galletas y perfumes, hasta ideales o religiones… hemos dejado de operar sobre
nuestras elecciones y nos hemos convencido de que la única solución viable al
pésimo estado del mundo es entrar en el mismo sistema que ha generado
semejantes desórdenes.
Da
la sensación de que en la mente del hombre ilustrado, tal y como se
considera el ciudadano occidental, la sangre y carne de los oprimidos tiene
menos valor que la de quien oprime. Todos en sincronía defendiendo y condenando
a los de siempre dando ejemplo con ello de lo instruidos que estamos por el
sistema.
Las
ideas de hombre de bien, o ideales del justo medio parecen haber servido sólo
como utopías de Rousseau, Goldsmith y Compte pero no encuentran terreno de
aplicación en nuestra atropellada carrera hacia ninguna parte.
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