domingo, 31 de octubre de 2010

Retos comunes para vivir juntos: Recuperar el matiz y la complejidad

Introducción

Para poder asentar axiomas de diálogo efectivo entre las distintas propensiones, tenemos que asumir una serie de retos comunes con el fin de lograr una coexistencia que no esté compuesta por una paz en la separación, sino formada por un vivir juntos en la participación.

Hoy en día ya no se trata de saber cuál es, o será, el lugar de los musulmanes en Europa. La cuestión que nos interesa en este momento es la de saber cuál será su aportación a sus respectivas sociedades. Cuando hablamos de identidad musulmana (concepto aislado de los revestimientos culturales que le suelen acompañar) podemos mencionar varios ejes: fe, espiritualidad, educación y participación. Estas referencias como otros elementos importantes nutren y acompañan a los musulmanes allá donde vivan. En conjunto, forman la cuestión del sentido y de la preocupación por los valores.

Los musulmanes están lejos de ser los únicos en plantearse estas cuestiones fundamentales. Los hombres y las mujeres de fe y de conciencia, los humanistas en general, están preocupados por el futuro de nuestras sociedades; que están cada vez más orientadas hacia la productividad, el rendimiento y el afán de consumo.
Los retos son numerosos, considerables, complejos y comunes, y hay que aprender a planteárselos en su conjunto. Los publicaremos en cuatro partes y aquí nos disponemos a publicar la primera.

Recuperar el matiz y la complejidad

Acceder a la complejidad es saber escuchar a una mujer o a un hombre y estar atentos a sus expectativas, heridas, preocupaciones o dudas. Nuestra concepción del mundo quizás sea simple, nuestros principios quizás sean limpios, pero la vida es complicada… Complicada como cada corazón y la inteligencia de cada cual. Lo sabe bien quien está atento y es respetuoso consigo mismo y para con los demás. Es asombroso que lo que sabemos de forma natural en nuestras relaciones afectivas y cotidianas se evapore y desaparezca cuando el otro pertenece a otra religión, otra cultura u otra historia. En este caso es la información concisa, rápida, tajante y casi definitiva lo que da cuerpo a nuestra relación: como si tratara de comprender profundamente a los amigos y únicamente informarse superficialmente de las relaciones de los demás. Se da a los unos, por amistad y amor, lo que se les niega a los otros, por indiferencia y prejuicios, aun cuando se preconiza el diálogo. La evidencia de lo que se sabe sobre el otro no nace del tiempo que se ha empleado para escucharlo y comprenderlo, sino que procede de la frecuencia con la que se ha repetido una información determinada. La velocidad y la era de las tecnologías de la información y comunicaciones han hecho que las evidencias, nuestras evidencias, hayan cambiado de naturaleza.

Es imprescindible recuperar el sentido del estudio y de la comprensión en profundidad, que accedamos juntos a una mejor percepción de la complejidad sobre la que se organizan las referencias y la vida de los demás. Escuchar, aprender a comprender o aceptar simplemente que, a veces, no se comprende, son otras tantas vías que conducen o bien al pensamiento profundo y matizado o al pensamiento silencioso y sin juicio.

Nuestros enemigos actuales son la caricatura y el prejuicio: la ausencia de información nos constituía ayer como simples ignorantes de algunas culturas, realidades o acontecimientos; hoy la información caricaturesca, superficial, incluso la desinformación, nos proporcionan la ilusión del conocimiento. Ahora bien, la ilusión de hoy es mucho más peligrosa que la ignorancia de ayer: es la madre de la suficiencia, de los juicios definitivos y de las dictaduras intelectuales. El movimiento va en los dos sentidos: por una parte, tener el deseo de evitar las simplificaciones, y por otra, ofrecer al otro un acceso a la complejidad de su ser y de sus referencias. Ese nos parece que es el reto del diálogo de una sociedad culturalmente plural.


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