En la mayoría de los países occidentales la gente no quiere hablar de “religión” (excepto en los momentos difíciles o excepcionales de la vida): esta palabra ha desarrollado connotaciones de obligatoriedad y, en muchas ocasiones, de tradición anticuada. Mucha gente declara no pertenecer a ninguna religión, incluso cuando creen “en algo”. Pero el vocablo de moda es “espiritualidad”, una palabra que ha acabado haciendo referencia a un número incontable de realidades muy diversas, que van desde la relación que se establece con Dios hasta el sentido que uno le puede dar a la vida o a “las cosas”, incluyendo el retiro del mundo, la búsqueda de la paz interior, la superación de las trampas que nos pone esta sociedad consumista, o incluso el buceo voluntario y deliberado en el mundo de las emociones. Los orígenes judeocristianos, sobre los que se asienta la cultura occidental, se han desvanecido en la idea de que la espiritualidad cubre hoy casi todo lo que pensamos que puede “dar un soplo de vida” o “dar sentido” a nuestra existencia.
En la confusión de un mundo de referencias como estas, nuestra conciencia debe hacer un esfuerzo para definir por sí sola su propia espiritualidad, sus cualidades específicas, sus exigencias y sus instrumentos, sin otorgarse con ello el derecho de juzgar a los demás; evitando sucumbirse a las modas, confundir las categorías de la experiencia y conformarse con la espiritualidad superficial de algunos discursos. Debemos llevar a cabo un verdadero “trabajo interior”, conscientes de que si perdemos la fuente, acabaremos, inevitablemente, perdiendo el camino. Esta serie de artículos (Espiritualidad y emoción) será nuestro reconocimiento de la importancia de esta labor personal. Aquí es donde empieza todo, pero también es donde todo se puede acabar.
Las modas y las necesidades
Nuestra sociedad consumista nos ofrece una casa, comida, confort, y tiempo libre. Y todos sabemos lo importantes que se hacen estas ofrendas cuando se quiere llevar una vida digna y equilibrada. Nuestro enfoque no trata de rechazar los regalos de las sociedades industrializadas sino de saber cómo administrarlos para que no den lugar a aquel sentimiento de inquietud, falta de paz o armonía o, sencillamente, de falta de felicidad. La sensación de “necesidad” en esta situación es, sin duda, el sentimiento que más se comparte. Tiene varias causas, pero parece que se puede resumir en la doble realidad de necesidad de tiempo y necesidad de diálogo. Los ritmos de vida han alcanzado una situación tal que tenemos la sensación de estar padeciendo un ahogo constante. Se nos asfixia, arrastra y se termina exterminando en nosotros la fuente de energía vital silenciándonos en un mundo en el que, simplemente, funcionamos. El hábito y la rutina refuerzan en nosotros ese sentimiento de malestar a diario, se trata de un sentimiento que puede tomar distintas tonalidades pero suele coincidir con los momentos en los que parece que nos falta emoción, afecto, amor, intimidad y de forma más general, humanidad. ¿Con quién hablamos realmente? ¿Quién es el que de verdad nos entiende? ¿Cuántas personas nos aman en realidad? ¿Quién puede responder a estas preguntas?
Las sociedades desarrolladas parece que sólo nos ofrecen dos opciones para superar este malestar: sumergirse en los sentimientos y emociones más intensos, que aunque no siempre sean reales o profundos sí que nos regalan la ilusión de que existimos; o bien entrar en una especie de exilio, que ya sea durante una hora o una vida, nos aleja del mundo para vivir a un nivel íntimo, en una introspección y meditación psicológica o mística, escuchando nuestra alma, nuestro ser y/o nuestros sentimientos. Aunque muchos se hayan convertido en expertos en la primera opción, la gente que habla de la “espiritualidad” como algo distinto de religión, suele tomar esta segunda. Consiste en distanciarse y retirase de la vida diaria y de sus ritmos vertiginosos, tomándose su tiempo y dando sentido a las cosas. La secularización de las sociedades ha dado lugar al aumento de este fenómeno, y la gente tiene una gran necesidad de permanecer encallada en los niveles más íntimos y privados, lejos del barullo de la vida pública.
Esta espiritualidad del retiro se percibe hoy en día como una necesidad y muchas veces toma la misma forma que tiene ese mismo “consumismo” tan mal considerado. Pues hay gente que practica formas de yoga muy exóticas sin haberlas estudiado o entendido, otros se involucran en variedades azucaradas de Budismo adaptadas a “su necesidad de descanso”, y otros optan por tipos de Sufismo poco exigentes que, en vez de ayudarles a encontrarse a sí mismos mediante el esfuerzo, les ayudan a escapar de sí mismos sin contemplar los obstáculos que esta opción conlleva para acceder a nuestro verdadero ser. Se sugieren algunas técnicas básicamente psicológicas, que pueden llegar a tratamientos psicoanalíticos, para ayudar a la gente a vivir más “hacia el interior”, a desarrollar “la inteligencia emocional”, o a "alcanzar el autocontrol". La vida espiritual se confunde a menudo con habilidades que permiten encontrar el equilibrio entre vivir fuera de las emociones y deseos personales y desarrollar los medios para controlarlos.
De hecho, estas prácticas se asocian (aunque esta asociación suele establecerse de forma muy superficial) con enseñanzas espirituales auténticas como lo pueden ser el Budismo. Enseñanzas que están construidas, por el contrario, sobre un trabajo disciplinado y riguroso, sobre el control de los deseos, y sobre la censura del “Yo”, que se convierte en el objeto de este proyecto espiritual. El misticismo islámico comparte la naturaleza exigente de ese trabajo profundo del “Yo” en el que se centran estas tradiciones del lejano oriente. Pero actualmente somos testigos de la difusión de un curioso entendimiento del Sufismo, cuya característica principal es sobre todo aquella que tiene que ver con la iniciativa individual y privada, pero que está falta, casi por completo, de métodos de iniciación estrictos para aproximarse y conocer al Trascendental (marifat Al·lâh). Se hace énfasis en el recuerdo de Al·lâh (dikr), en retirarse, en el abandono del mundo, y, sobre todo, en una práctica casi invisible y muy escasa. Más serio aún es ver que en la mente de algunos, seguir el Sufismo (“otro Islam”, un Islam que se considera “iluminado”) significa llevar a cabo menos prácticas y ritual, aunque la tradición exija a los que se inician (murids) ejercicios espirituales muy rigurosos. La primera opción reduce la práctica sin medidas, mientras que esta última no puede hacer mas que dejar de aumentarlas. Por lo que es realmente importante que “el viajero” sea consciente de la llamada a través de sus esfuerzos (ÿihâd al-nafs) y pruebas (ibtilâ).
En realidad, la espiritualidad musulmana no tiene nada en común con estas tendencias y modas, y tampoco se puede reducir a un simple ejercicio para controlar las emociones. Requiere conciencia, disciplina, y un esfuerzo constante (ÿihâd), porque es la expresión de la vuelta a uno mismo, que debería conllevar una liberación. Hoy en día, y desde las entrañas de la cultura occidental, este ejercicio se convierte en un examen.
Artículos relacionados:
Espiritualidad y emoción: autoliberación
Espiritualidad y emoción: el rezo de la mente
Artículos relacionados:
Espiritualidad y emoción: autoliberación
Espiritualidad y emoción: el rezo de la mente
No hay comentarios:
Publicar un comentario