sábado, 31 de diciembre de 2011

Retornos inevitables

Es curioso que las cosas sigan en su mismo lugar aun sin haber habido nadie por aquí. Huele a azahar cerca de un precioso y empedernido naranjo que tiene historia propia. Bios, tal como lo llamaba mi padre, seguirá siendo testigo de nuestros limitados andares igual que lo fue cuando mi padre intentaba sacarle frutos infructuosamente.

Mi madre murió cuando yo era muy pequeña, por lo que guardo recuerdos nada vivaces de ella. La almohada que veneró mi padre anhelosamente, siempre me recordaba a ella y hacía que mi imaginación proyectara ilustraciones ficticias sobre un estar juntas inexistente.
Al llevar esa almohada siempre consigo, atraía la presencia de mi madre de tal forma que ésta nos acompañó y aconsejó a lo largo de nuestro recorrido juntos.

Tras su muerte, mi padre buscó en la jardinería un somnífero que nos hiciera la vida más llevadera. Tenía su destreza experimentando con esquejes, incluso con plantas exóticas. Siempre lo hacía bien humorado y se mostraba muy atento a no mostrar sus sentimientos y aflicciones en público. Mi tarea era crecer por lo que tenía que proveerme del mejor colchón para una estabilidad emocional rota ante una carencia que ni los adultos sabían superar.

Hasta que se trajo un naranjo. Lo compró donde el señor que le pasaba los esquejes como si se tratara de sustancias prohibidas. Llegó orgulloso a casa un día cualquiera de noviembre, gritando a viva voz que el lugar del naranjo estaba asignado y que comeríamos muchas naranjas el siguiente invierno.

Lo plantó pero por más que modificara la composición del sustrato un año o le echara más fertilizantes al siguiente, las flores de azahar con las naranjas consiguientes no aparecían por ninguna rama.

En uno de esos viajes que le conferían la ilusión del descanso, se había traído un instrumento para destilar las inexistentes flores y tener nuestra propia agua de azahar. Obviando que los sucesos no tienen que atenerse siempre a nuestro preveer sino que acaecen independientemente de lo que nosotros hayamos planeado. En este caso, como era de esperar, no hubo ni azahar ni naranjas aun habiéndose acumulado polvo en aquel artefacto.

Opté, dado lo exasperado que se presentaba mi padre con el paso de esos “años faltos de naranjas” por gastarle una broma colgando unas naranjas de plástico de algunas de las ramas del mismo árbol. Recuerdo lo risueña que fue su risa tanto como si hubiera tenido lugar ayer mismo. Como si él estuviera aquí ahora mismo.

Pero lo que empezó siendo una niñería mía acabó convirtiéndose en nuestra ceremonia anual de inicio de la temporada invernal. Tanto, que ahora puedo atisbar hilos que cuelgan retraídamente de algunas ramas, como si estuvieran avergonzados de ocupar el lugar que corresponde por fin, a las deseadas naranjas de mi padre.

Adornar a Bios era como una ceremonia de camuflaje emocional que perseguía encubrir la verdadera condición de éste. 

Pero llegó esa época en la que yo me tenía que marchar de casa para estudiar. En un principio desestimé cometer semejante parricidio, pero me di cuenta en seguida de que tenía que buscar mi propio destino, de que me hacía falta aire fresco, cierta renovación que no ansiara sólo el olor del azahar.

Me entusiasmaba también la idea de poder disponer de un proyecto propio, alejado de esa protección que me había regalado mi padre junto a un colchón de comodidad y a una existencia sin cuidado.

Me fui y al poco me llegó la confirmación de lo que había supuesto incluso antes de marcharme. Mi padre no aguantó más tal vez porque al no estar yo en casa, no tuviera que seguir fingiendo el estar bien para nadie, sino que hubo de sincerarse consigo mismo reconociendo la vacuidad de la casa después de mamá.



Llegué a contar con más conocimientos de los que portaba conmigo cuando salí de casa, había madurado... Pero conforme el tiempo pasaba, iba acrecentándose en mí ese sentimiento de carencia que ni siquiera había experimentado cuando me faltaron mis padres.

Echaba en falta cierta estampa hogareña que me regalara la esperanza de poderme reconocer en algo. Todos tenemos que emprender en algún momento nuestra búsqueda de significado. El ser humano es un ser “necesitado” que debe tomar decisiones. Y cuando se trata de decisiones existenciales, decidir no tomar ninguna sigue siendo una elección. Me decidí a volver a mi hogar, a la protección de esa coraza que albergaba las ilusiones rotas de mi padre. A un lugar donde cada rincón me contaría una historia.

Nunca nos bañamos dos veces en el mismo río’ remarcó Heráclito y así me sentí cuando puse la llave en la cerradura de nuestro vivido hogar. Sabía que no entraría al mismo.
Me sentía como el salmón que deja su dulce hogar, por los amplios océanos para el posterior ascenso por el angosto río que lo vio crecer. El río, como esta casa en la que ahora me encuentro, no es auto-suficiente. Necesitan ambos de ese viaje, de la mediación del océano. El origen no es suficiente en sí mismo. La casa de la que había salido no es la misma a la que he vuelto. En un orden espiritual, la casa de la que salgo revela un camino, un orden que me lleva a ella dejando ver su esencia y significado. Existe gracias al discernimiento de la consciencia que da y restaura su significado.

Pero lo más esmerado de esta vuelta es la sonrisa que esboza el árbol mostrándome sus naranjas. Nosotros lo habíamos adornado cautelosamente año tras año, regalándonos esa esperanza que tenía a la buena fragancia de meta.

El naranjo me enseñó que hay que pulir para poder ornamentar. Que todo añadido baladí no permanecerá, a menos que se haya merecido esa permanencia tras un largo viaje de conocimiento y realización personal. Que los frutos son el resultado de una contienda irremediable con el ego, de superación y de la aspiración a la fidelidad con Él primero, para poder tenerla con una misma después...

Todo esto me dice Bios ahora, y yo no puedo sino mostrarle mi aquiescencia.