domingo, 23 de enero de 2011

El Trascendental y Sus Nombres

El Islam comienza con el concepto de At-tawhid, y entenderlo es navegar en el sentido y significado de las múltiples dimensiones de este concepto.

At-tawhid expresa la Unicidad absoluta de Dios: El primer Principio, presente en el tiempo a lo largo de la historia. Él es el Más Alto (al-Ali), Él está por encima (al-Kabir, al-Wasee, al-Yamee), infinitamente Cercano (al-Qarib), más Cercano a todos nosotros de lo que lo está la vena yugular. Él es el Uno (al-Wahid), El Único (al-Ahad), el Absoluto (As-samad), la Justicia (al-Adl), la Verdad (al-Haq) y la Luz (An-nur).

Entender estas cualidades, que englobadas forman At-tawhid, prender el camino hacia un conocimiento de la esencia de los nombres de Al·lah (Asmae Allah Al-husna) nos conduce a plantear tres temas cuyo desarrollo desde la teología siempre se ha intentado evitar:

La absoluta Unicidad del Creador.
La imposibilidad de Su representación.
La veracidad de Su Palabra revelada en el Corán.

La creación, en su estado más natural es la expresión más inmediata del orden intencionado por el Transcendental. Aquí, en el universo de “las leyes de la naturaleza” y “las reglas del instinto” todo ya es en sí mismo eternamente “islámico”, esto es, sumiso y en paz con el Vivo (al-Hay), el Eterno (al-Qayyum), el que garantiza la vida (al-Muhyi) y trae la muerte (al-Mumit). La naturaleza se convierte en un libro con abundantes signos (ayât) de su enlace esencial con lo divino. Esta es una “fe natural”, una “fe de la naturaleza” porque la cantan las montañas y el desierto, el árbol y el pájaro: “¿No ves que glorifican a Al·lâh quienes están en los cielos y en la tierra, y las aves con las alas desplegadas? Cada uno sabe cómo orar y cómo glorificarle. Al·lâh sabe bien lo que hacen.” (Corán 24:41) “Le glorifican los siete cielos, la tierra y sus habitantes. No hay nada que no celebre Sus alabanzas, pero vosotros (los hombres) no comprendéis su glorificación. Él es benigno, indulgente.” (Corán 17:44).

El “Vosotros” se refiere aquí al ser humano, seres provistos de conciencia y libertad, pero que “no ven” y “no entienden” la glorificación que la creación, simplemente por ser lo que es, le dirige a Dios. Con la conciencia y la libertad se abre otra dimensión, una dimensión de fe, de naturaleza, de sumisión y de paz. Donde uno debe escuchar, oír, entender, buscar, empezar, resistir, reformar. Aquí debemos aprender a loar, aprender a rezar.

Los humanos son seres que albergan tanto el conocimiento como la ignorancia, la memoria y también el olvido. Tienen, a diferencia del resto de la creación, que vivir con dignidad, riesgo y libertad. El Trascendental pide a la conciencia de los humanos conocerle, les pide más concretamente, reconocerle. Les ha dado los medios que necesitan para satisfacer Sus demandas. Esta idea del ser inteligente se encuentra a sí misma; necesitamos hacer uso de la inteligencia para llegar a entender las cualidades que Dios quiso que supiéramos a través de Sus Nombres. Dios siempre habilita herramientas y signos que nos vamos encontrando a lo largo de nuestros caminos y que nos llevan a reconocerle.

El primer espacio donde tiene lugar esta búsqueda de reconocimiento en Dios es la creación en sí misma. Es el Libro. Y todos los elementos que forman parte de él, son signos que deberían recordarle a la conciencia humana que ahí hay una Existencia que va más allá de ellos y que está por encima de ellos. Las revelaciones llegaron para recordar el origen y fin del universo y la humanidad. El Corán, la última de estas revelaciones desde el punto de vista islámico, tiene como propósito principal el de recordar y dirigir. Tener en la memoria la presencia del Único, dirigir la inteligencia hacia Su conocimiento.

En el orden natural, los humanos, distintos del resto de las criaturas en su virtud de conciencia, inteligencia y libre albedrío; expresan necesidades acordes a su naturaleza y cualidades. La primera (naturaleza), la búsqueda más natural del humano es saber la fuente del poder y energía que dio vida al mundo: la búsqueda de lo divino. La primera lección que tenemos que sacar de la revelación es entender su propia necesidad. Entendemos básicamente de esto que podemos decir de Dios lo que Dios ha dicho de Sí Mismo. En otras palabras, tenemos que estar escuchando lo que Él le ha dicho y comunicado al género humano a lo largo de la historia sobre cómo reconocerle y aproximarse a Él. Con estos medios el Ser ha ofrecido Sus Nombres a la inteligencia humana para dirigirla hacia Su conocimiento, pero nunca hacia Su definición. “Nada es como Él, y Él es As-sami’ Al-Basir”. Todos los nombres de Dios, de los que hemos mencionado algunos, hacen posible tener acceso a Su trascendencia, Su cercanía, Su amabilidad, Su misericordia, pero se revelan todos en la insuficiencia humana, su dependencia, y en la “necesidad de Él”.

La segunda enseñaza de la revelación es invitar a los individuos a realizar un estudio profundo de sus propias vidas interiores. La búsqueda de Dios y el sentido de la “necesidad de Él” deben surgir del indefinible trabajo de mirarse que se nos requiere a cada uno de nosotros. El conocimiento de Dios nos lleva a un conocimiento de nosotros mismos, de la misma manera que el conocimiento de nosotros mismos nos lleva a Su conocimiento. Lo que se descubre a lo largo de las Revelaciones es una concepción profundamente armoniosa de lo que es el ser humano. Encontrar un orden en los mandatos divinos en las características humanas, y en el significado del esfuerzo que se lleva a cabo para atraer la armonía y la justicia que se le requieren al ser humano; todo ello toma forma con el paso de las páginas y el transcurrir del tiempo.

El encuentro con el Único, la “fe plena y natural” del universo creado, la “necesidad de Él” como esencia del ser humano, son, sugerimos los tres fundamentos del universo en el corazón de la civilización islámica. Desde nuestras observaciones del Trascendental y Sus Nombres, encontramos un concepto especial del género humano.

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