viernes, 30 de noviembre de 2012

Conscientemente inconscientes


Dice Roger Garody: “Decir Dios es decir que la vida tiene sentido”.

Surge aquí un punto: la relación a desarrollar del ser humano con lo divino se presenta tanto como una necesidad como una dificultad.

Vemos que nos distraen la forma en que nos absorben las permeabilidades que colindan y aquello que identificamos como “realidad”. Terminamos cayendo en la negligencia y descuido (gafla) perdiendo el sentido que tienen las cosas y entreteniéndonos en su mundanal presencia. “[y se le dirá:] “¡En verdad, has vivido desatento a este [Día del Juicio]; pero ahora te hemos quitado el velo, y hoy tu vista es penetrante!” (Corán: 50/22).

El Corán nos propone, como ejemplo de esta gafla la historia de los faraones quienes mandaban construir pirámides en conmemoración a vida de la muerte. Ordenaban erigir semejantes monumentos conmemorando su grandeza y exaltando sus nombres pero cayendo en la condecoración de su finitud y la de todo humano.

Cada uno de nosotros tiene su pequeña pirámide y es un pequeño faraón. Innumerables ejemplos nos atrapan en la inconsciencia entreteniéndonos del recuerdo, en un mundo que sólo busca lo transitorio (dinero, reputación, poder, salud, ¡vida perecedera!...) En este mundo se nos entretiene y entrena en el olvido. Tenemos que olvidar para no sufrir, se nos dice. ¿Pero qué hacemos con el sufrimiento de quienes olvidan? Personas que aun entreteniéndose y olvidando se encuentran en la más absoluta penuria moral careciendo de sentido y significado.

La toma de conciencia en esta vida mundanal en la que no experimentamos la trascendencia se presenta como una necesidad cuando perseguimos abandonar esa gafla que siempre va escoltada de una indigente pérdida del sentido de nuestras realidades.

Pero ¿Cómo podemos llevar a cabo la tan deseada toma de consciencia?

El primer punto tendrá que ser el de reconocer el estado en el que nos encontramos. Nunca podemos estar parados aunque parezca que no hemos tomado ningún camino. Pues se pueden distinguir tres estados:
 
-El de quien dice no necesitar caminar hacia ningún sitio, marchando hacia atrás con semejante pensamiento y habituándose a cierta indiferencia.
-El de quien piensa estar retenida en las casualidades de la realidad y no avanza debido a este entretenimiento.
-El de quien indaga y explora tras percatarse de la inconsciencia en la que nos sumerge el mundo. Estas personas se dan cuenta de las formas de entretenimiento que hay en el mundo, de los artefactos de drogadicción que nos colindan y llevan a cabo un profundo trabajo de consciencia y actuación. Ya que la mera conscienciación no afecta a la realidad.

En un mundo como el que vivimos nos convertimos en el primer peligro para nosotros mismos. “¡OH VOSOTROS que habéis llegado a creer! ¡Sed conscientes de Dios; y que cada ser humano mire bien lo que adelanta para el mañana! Y [una vez más]: Sed conscientes de Dios, pues Dios es plenamente consciente de lo que hacéis; y no seáis como aquellos que se olvidan de Dios, y entonces Él les hace olvidarse de [lo que es bueno para] sí mismos: [pues] son ellos, precisamente, los realmente depravados. (Corán: 59/18-20) Esta aleya nos invita a la toma de consciencia. Tenemos que estar atentos a las distintas inclinaciones sociales, personales... que nos desnaturalizan, a las emociones colectivas que inhiben muchas veces nuestra capacidad de actuar.

En la sociedad occidental se nos está encerrando en el juego de la inconsciencia: una dinámica de individualismo, egoísmo y olvido. Oyes decir: "Eres feliz cuando consigues olvidar". El mensaje del Islam clama todo lo contrario "Eres feliz si te acuerdas" (si eres consciente de tu realidad, de Él).

El ejercicio más inmediato para conservar explícitamente este recuerdo es mediante Assalât. Cinco momentos al día en los que tratamos de privarnos de las incontingencias de la duniyâ (mundo de la distracción) para reflexionar sobre nuestro estado y sobre dónde nos encontramos, en realidad, respecto del ideal que tenemos de nosotros mismos.

"La meta de la ética del profeta Muhammad es la adquisición de la taqua, la máxima sensibilidad al actuar, la completa adecuación entre lo que te demanda el instante y nuestro modo de estar. La tradicicón islámica entiende que cada uno de los profetas que han venido a la Humanidad ha encarnado plenamente un maqâm, un modo conceto de ubicarse en la realidad. El maqâm de Muhammad es la taqua. Por eso se ha llamado al Profeta imâm al-muttaqîn (el imâm de los que tienen taqua), porque el Islâm aspira a lo contrario del descontrol que es lo que caracteriza la ÿâhiliyya (la inmadurez). Y si la médula de nuestro dîn es la taqua, la cobertura ósea que la recubre (y sin la que dicha médula se secaría) es la `ibâda. [...] Sin práctica no hay Islâm; el Islâm no es un sentimiento: es el modo en que se vertebra el barro que somos". (A. Aya. El Islâm no es lo que crees. Pág. 168.)
 
Identificar a Allâh con el sentido de la vida es ser conscientes de Su presencia en las realidades más ordinarias de nuestras vidas diarias. Podemos elegir vivir a través de esta presencia o ignorarla perdiendo todo significado. Es así como se puede entender la sentencia de Roger Garaudy. Allâh es lo que da base y sentido a la realidad.

Te pido, en la intimidad de mi rukû` (postración), que abras mis sentidos a Tu recuerdo y hagas que sepa prolongarlo a las demás lapsos de tiempo con que cuente en esta vida finita.

jueves, 22 de noviembre de 2012

El otro que hay en mí

La presencia del otro me habla, le habla a mi intelecto, a mi corazón, y a mis emociones: por lo que tengo que tomarme un tiempo para escuchar cómo le percibo. El viaje hacia el interior y el encuentro con el otro es la lección básica de todas las espiritualidades y religiones. Es una forma de dirigir la atención del humano a su conducta y comportamiento,  y de hacerle examinar las causas de sus acciones y de sus restricciones. Las enseñanzas del Hinduismo hacen gran énfasis en las disposiciones internas que otorgan equilibrio a la “buena vida”. Tenemos que comprehender tanto las prescripciones morales que se aplican, en el uso, a todos; como aquellas que son más específicas de las etapas y de los distintos estados de la evolución moral (vandasharandharma), e identificar sus causas internas, que son tanto colectivas (dharma) como individuales (karma). Conforme todo el mundo, ya sea hindú o no, comparte con los demás un Ser interno (atman) que existe más allá de la impresión de su ego, cada karma da aliento a una disposición moral que es tanto única y personal como psicológica (swabhava) que el intelecto del individuo debe aprehender y entender si quiere reformar y mejorarse a sí mismo. Es esa búsqueda, esa reforma y liberación interna lo que posibilitará el dirigirse hacia el otro, tras el esfuerzo necesario por trascender el ego y la liberación interna del Ser. Debemos controlarnos a nosotros mismos y trascender las disposiciones ciegas del ego para poder asir el principio de causalidad universal: la diferencia que hay entre las carreteras, caminos, mentes y colores se podría entender, entonces, desde el interior gracias a la disposición del corazón y de la mente según dominan las ilusiones y la ceguera potencial de las emociones. 

La parábola de los hombres ciegos y el elefante, que también encontramos en la tradición budista, revela esta misma verdad: cada ciego piensa, al tocar algunas partes del elefante, que puede describir todo el animal y que tiene posesión de toda la verdad. Una interpretación superficial nos puede llevar a pensar que la importancia de esta parábola tiene que ver con que nos enseña que nadie tiene posesión de toda la verdad y que las formas de llegar a esta pueden ser muchas. Pero también nos enseña algo más: los hombres están ciegos, o han sido cegados, y el problema de su relación con la Verdad y la diversidad tiene que ver con su ceguera interna. Sólo mediante una introspección elemental pueden esperar llegar a la verdad esencial sobre el elefante y sobre sus puntos de vista. Lo importante no es lo que es el otro, o lo que el otro me cuenta, sino lo que, a mí, no me deja de ver, escuchar, entender, para finalmente reconocer al otro como lo que es. Lo que importa es lo que el otro desvela de mis problemas, mi sordera y de mi ceguera. El encuentro y reconocimiento del otro no es el resultado de un enfoque intelectual, sino de una iniciación hacia el Ser interior, o una introspección o viaje hacia el ser que debería permitirme reconciliar y armonizar las dimensiones de mi persona: mi conciencia con mi corazón, mi mente con mis emociones. Más importante es darse cuenta de que mi negación del otro desvela la ceguera que guardo dentro: a la periferia del “ego” el otro es una amenaza accidental; pero en medio de la búsqueda, el otro es una necesidad positiva. 

Esta fue la intuición de Sócrates en sus enseñanzas sobre la moderación. Controlar el ego y sus pasiones es un ejercicio, a medida que las filosofías nos puedan ir llevando por el camino de la verdad. Tratándose de una búsqueda de paz interior que puede, por sí sola y a largo plazo, conllevar la paz social y política. En realidad, según Sócrates, son los filósofos quienes deberían encargarse de los asuntos de la polis: para que cuando los ciudadanos alcancen los quince años, su búsqueda esté bien encaminada y para que sus intenciones en lo secreto del alma y de los peligros de las pasiones internas, les capaciten para participar en la vida pública con toda serenidad. Platón desarrolla en La república parte de sus reflexiones sobre el yo interior, y no es una coincidencia que nos encontremos con que Aristóteles introduzca términos como la purificación o catarsis y no lo hace sólo en La poética sino también en su obra La política. El arte y las actuaciones públicas teatrales y musicales son instrumentos colectivos o espejos sociales que nos vuelven a reflejar hacia nosotros mismos, hacia nuestra introspección y hacia los imperativos morales para trascender las pasiones ciegas y los miedos y emociones insanos. La catarsis aristotélica es un anti-populismo: nos enseña y llama para que cultivemos actitudes que son todo lo contrario a aquellas que inducen los discursos populistas que nos están minando. El primero nos remite a nosotros mismos—de manera profunda y exigente—para que logremos el saber que necesitamos para abrirnos al otro en la sabiduría; la última nos ofrece esa imagen superficial y aterradora de los demás para enrollarnos en nosotros mismos de una manera cerrada y egoísta. 



Todas las enseñanzas morales tienen sentido precisamente porque exigen que trabajemos en nosotros mismos, sobre nuestro comportamiento, nuestros sentimientos, nuestras emociones y miedos. Desde el Hinduismo hasta el pensamiento monoteísta, pasando por Sócrates, Platón y Aristóteles, el mensaje común es que todos estamos, natural y potencialmente, inclinados a rechazar al otro, y a ser intolerantes y racistas. Abandonados a nuestros propios emblemas y nuestras emociones rudas, podemos ser sordos, ciegos, dogmáticos, cerrados y xenófobos: pues no nacemos con una mente abierta, respetuosa y plural. La alcanzamos mediante el esfuerzo personal, la educación, el autocontrol y el conocimiento. Al-îmân significa confianza, conocimiento, justicia, un estado de paz y equilibrio y de estar a gusto con nosotros mismos. La búsqueda de esa paz interior se considera una de las condiciones previas para establecer una relación serena con el otro y con la diferencia. El mensaje universal que encontramos en la máxima “Ama a tu vecino como te amas a ti mismo” es un ideal que revela tres dimensiones: el primero es que es una cuestión de amor, o una disposición del corazón. Segundo, el amor al otro significa prestar especial atención al amor por uno mismo (“como a ti mismo”) que debe sentirse y profundizarse como una invitación a mirar hacia fuera y no como una prisión; y por último, amarnos a nosotros mismos y alcanzar la paz interior es una precondición implícita para poder amar y dar la bienvenida al otro hacia la paz de nuestros corazones. Se trata de una historia de amor. Y también de una historia de conciencia y exigencias: se trata de conocernos a nosotros mismos, reconocer nuestras tentaciones naturales más tenebrosas y seguir en la búsqueda de las aspiraciones más nobles de nuestros corazones. El precio que hay que pagar por un encuentro sereno y respetuoso con el otro es el compromiso que adquirimos para el encuentro con el yo. El Corán demuestra que Dios desea una pluralidad universal (hemos hecho de vosotros pueblos y tribus), y recuerda el significado por excelencia a la hora de controlarlo y manejarlo: "Realmente, el más noble de vosotros ante Dios es aquel que es más profundamente consciente de Él." (Corán 49:13). Este es el mensaje universal de todas las filosofías, tradiciones espirituales y religiones. Nos llaman para que examinemos nuestra conciencia, para trabajar sobre nuestros seres, y no olvidar nunca la necesidad de confianza y amor, la confianza en uno mismo, de uno mismo, y de los demás.


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miércoles, 21 de noviembre de 2012

Democracias sangrientas

Fue en el 2006 cuando el mundo autorizó que los territorios ocupados eligieran a sus gobernantes reconociendo dicha elección como justa y transparente. Pero la victoria política de Hamas sumió a los palestinos en guerras y agresiones justificadas con la tan sonada y gastada melodía de “guerra contra el terrorismo”. El maltrecho pueblo eligió a los “belicosos” y al hacerlo se convertían todos en “terroristas” dando acceso libre a Israel a sus territorios. A nadie le puede pasar inadvertido que este es justo el motivo para que se permitieran aquellas elecciones. Utilizan la elección democrática de un pueblo como excusa o evasiva a la hora de responder a los reproches de quienes se atreven a cuestionar.

Los medios de comunicación nos dicen que Israel se está defendiendo de las agresiones que recibe por parte de los palestinos. ¡Gran mentira! Se está repitiendo el mismo escenario de 2008, con los medios de comunicación expeliendo la propaganda cínica del gobierno israelí. Durante semanas y meses, aviones pilotados estuvieron planeando sobre Gaza, aterrorizando a la población y atacando objetivos concretos. El liderazgo palestino no reaccionó ante la provocación hasta que se produjo la muerte de un niño. Se lanzó un cohete, antes de un acuerdo sobre los términos de una tregua entre ambas partes y un día antes del asesinato del líder de Hamas, Ahmed Jabari. Y entre tanto, Israel ataca, mata y provoca en silencio y se presenta en los medios como la víctima que debe defenderse. El escenario es el mismo que en 2008, que le costó la vida a cerca de 1.500 palestinos. Personas que se convierten en meros daños colaterales autorizados a nivel internacional. 

La guerra que masacra a los palestinos por enésima vez tiene lugar en momentos en los ciudadanos de las democracias internacionales experimentan cierto desapego de esos ideales que nos han nutrido durante décadas afianzándonos en la libertad, derechos y demás papeletas electorales. Los individuos de este y oeste, norte y sur comienzan a descubrir la falacia en que se les ha educado para que defendieran acérrimamente un sistema que ahora los masacra.

Nuestras democracias matan. Matan a nuestros vecinos más cercanos, como podemos ver en los telediarios. Y matan a los que se defienden, como sucede en Palestina.

Nuestras democracias están exterminando nuestra capacidad de razonamiento al inculcarnos estilos de vida parejos a sus intereses. Están aniquilando nuestra creatividad a la hora de sentar las bases para un sistema más justo, más humano, más igualitario. Nos están limitando a meros consumidores: consumimos desde galletas y perfumes, hasta ideales o religiones… hemos dejado de operar sobre nuestras elecciones y nos hemos convencido de que la única solución viable al pésimo estado del mundo es entrar en el mismo sistema que ha generado semejantes desórdenes.

Da la sensación de que en la mente del hombre ilustrado, tal y como se considera el ciudadano occidental, la sangre y carne de los oprimidos tiene menos valor que la de quien oprime. Todos en sincronía defendiendo y condenando a los de siempre dando ejemplo con ello de lo instruidos que estamos por el sistema.

Las ideas de hombre de bien, o ideales del justo medio parecen haber servido sólo como utopías de Rousseau, Goldsmith y Compte pero no encuentran terreno de aplicación en nuestra atropellada carrera hacia ninguna parte.