viernes, 20 de julio de 2012

Ad`iya (invocaciones) desde la Sunna 1

¡Allâhumma!, pido Tu compasión, para guiar a mi corazón, arreglar mis asuntos, subsanar mi desengaño, corregir mi negligencia. Para que eleves con ella mi testimonio. Para multiplicar mis buenas obras,  devolverme la armonía (ajada) y que me protejas con ella de todo mal.

¡Allâh!, Te pido un îmân y una certeza tras los que no contemple ingratitud y solicito Tu clemencia para poder alcanzar el privilegio de Tu Generosidad, tanto en la vida terrenal como en la eterna. Allâh te ruego un destino exitoso, el disfrute de una morada semejante a la de los mártires, la vida de los dichosos y victoria sobre Tus enemigos. Allâh, dejo caer sobre Ti mi necesidad cuando mi consideración disminuye y mi esfuerzo se debilita y Te pido que me protejas del tormento del fuego, del clamor que emerge desde la desolación y de la prueba de las tumbas, de la misma manera que concedes asilo a quien se halla en la perdición de los mares. Allâh, deseo aquello que mi discernimiento no alcanza y mi intención no capta y que es un bien prometido a alguna de tus criaturas o un bien que das a alguno de tus siervos, y Te lo pido amparada por Tu Misericordia, ¡Tú, El Más Misericordioso, Gozoso de todo poder y honra! El constante en Sus relaciones y El que guía los asuntos, imploro Tu protección el día de Tu encuentro y desembocar en Tu jardín el día de la inmortalidad junto a quienes aproximes a Ti,  testigos de Tu Presencia, quienes se prosternaron y arrodillaron. Los que cumplían sus promesas, pues Tú eres quien tiene compasión y se apiada de nosotros. Eres Quien procede de igual manera que dispone. ¡Allâhumma!, haz que estemos bien guiados y que guiemos hacia Tu Guía, en vez de ser de los extraviados que inducen al error. Haz que seamos fuente de firmeza para quienes están próximos a Ti y que nos revelemos en contra de quienes Te son hostiles. ¡Allâhumma! esta es nuestra súplica y a Ti corresponde la réplica. Este es el esfuerzo que a Ti encomendamos. ¡Allâhumma!, concede luz a mi corazón, luz a mi tumba, luz a mis manos. Dispón luz por detrás y por delante de mí, luz a mi derecha y a mi izquierda, luz por encima y por debajo de mí. Otorga luz a mi reflexión, a mi percepción y a mi sentimiento. Concede luz a mi ser, a mi tez, sangre y armazón. ¡Allâhumma! amplía para mí esa luz, fórmala y concédemela.

Es Glorificado Quien se envuelve en el poder y lo transmite. Es Glorificado Quien se reviste de generosidad y se muestra Generoso. Es Glorificado Quien es el Único a quien se puede enaltecer. Alabado sea el Dueño de la superioridad y de la prosperidad. Glorificado sea el Poseedor de la gloria y la magnificencia. Glorificado sea Quien detenta todo Poder y Gloria.  

Narrado por al-imâm Tarmidzi (3419) y Muhammad Ben Nâser al-Tarbâni (Awsat 3296) y al-Bîhqi a través de Ibn ‘Abbâs, que Allâh esté complacido con ambos.

sábado, 14 de julio de 2012

Reflexiones sobre el mes de Ramadán

El mes de Ramadán está a la vuelta de la esquina, y con él, las musulmanas y los musulmanes del mundo se inscriben en una de las mejores y más bellas escuelas de la vida. El mes de ayuno es una escuela de îmân, de espiritualidad, de conciencia; un mes de generosidad, de solidaridad, de justicia, de dignidad y unidad. Es el mes en el que debe darse la introspección más profunda a nivel personal pero entre los demás, y coincide con la mayor contribución de los musulmanes a la humanidad. El mes de Ramadân supone el ayuno más extendido del mundo, y sin embargo, sus enseñanzas se reducen al mínimo, hasta llegar al abandono (a través de la aplicación literal de normas que pasan por alto su objetivo final). No es de extrañar entonces que debamos volver a este tema, como vuelve el mes del ayuno cada año. Pues debemos repetir, ensayar y profundizar aún más nuestra comprensión de lo que nos enseñar este ayuno, esta escuela de cercanía de lo divino, de humanidad y dignidad. El ayuno es la búsqueda individual de lo divino y pide a cada uno de nosotros mirar más allá de sí mismo: Ramadân es, en esencia, un mes de espiritualidad humanista.

Durante los días de ayuno se nos llama a abstenernos de comer, beber y responder a nuestros instintos, para volver hacia adentro, a nuestro corazón y al sentido de nuestras vidas. Ayunar significa observar la sinceridad, para examinar nuestras deficiencias, contradicciones y fracasos, y dejar de ocultar lo que somos, para empezar a centrar nuestros esfuerzos en la búsqueda de nosotros mismos, de significado y de las prioridades de nuestras vidas. Más allá de la comida, el ayuno nos obliga a examinarnos a nosotros mismos, reconocer nuestras limitaciones con humildad, encarar nuestro ser (nafs)  con una reforma ambiciosa. Es un mes de renovación para hacer un balance crítico de nuestras vidas, de nuestras necesidades, de nuestros olvidos y de nuestras esperanzas. Tenemos que tener tiempo para nosotros mismos, para cuidarnos, meditar, contemplar, simplemente para reflexionar y amar. Desde esta perspectiva, el mes de Ramadân es la mejor expresión posible de la lucha contra el consumismo: ser y no sólo poseer, para liberarnos de las dependencias que nuestras sociedades, basadas en el consumo, estimulan y amplían tanto al Norte como al Sur. Al invitarnos a dominar nuestros instintos, el ayuno cuestiona la noción moderna de libertad. ¿Qué significa ser libre? ¿Cómo vamos a encontrar el camino hacia una libertad más profunda, yendo más allá de lo que anhelamos? Todo un mes, año tras año, para seguir siendo humano, para convertirse en un ser humano ante Dios y entre los hombres. Un verdadero ayuno, que contradice las apariencias.

La tradición del ayuno fue prescrita, como nos revela el Corán, por todas las tradiciones religiosas anteriores al Islam. Es una práctica que compartimos con todas las espiritualidades y religiones, y como tal, lleva la marca de la familia humana y de su fraternidad. Ayunar es participar en la historia de estas religiones, en una historia que posee un significado, que tiene sus propias demandas y que está conformada por rumbos y por objetivos finales. Una unidad de descendencia espiritual, de trascender de lo estrictamente humano, une a todos los sistemas de creencias, a todas las religiones. El Islam se sitúa en el sentido de unicidad de Dios (Tauhîd), para reconocerla en la diversidad humana, en virtud de cómo esta se vivió y vive. Entre los musulmanes las distintas formas de romper el ayuno, de las comidas, de la gestión que se hace de la noche,... son muy diversas. A pesar de que el tiempo y el ritmo de los ayunantes sean similares. Lo que evoca una unidad de significado, y una diversidad en la práctica. El mes de Ramadân trae consigo esta enseñanza fundamental, y recuerda a los propios musulmanes, con independencia de la escuela que siguen, que comparten el mismo camino y que deben aprender a conocerse y a respetarse entre sí. De la misma manera que lo deben hacer con otras tradiciones, ya que el propio Corán ordena el "conocerse".

Este mes que llega es un mes de dignidad. La Revelación nos recuerda que el ser humano es una criatura de nobleza y dignidad. "Hemos dado la dignidad a los hijos de Adán (la humanidad)." El ayuno está prescrito Sólo para ellos, con plena conciencia, sólo se les pide a ellos ascender a la altura de su noble objetivo. Debemos llevar a cabo el ayuno manteniéndonos en el espíritu de la búsqueda de proximidad a lo Único, de la igualdad y la nobleza entre los compañeros, mujeres y hombres por igual, y en solidaridad con los oprimidos. El eje de esta vida redescubierta por tanto es el que sigue: volver a nuestros corazones, reformar a la luz de lo esencial, y celebrar la vida en la solidaridad, para experimentar la privación y rechazar una pobreza impuesta y degradante. Nuestra tarea es el auto-dominio con nosotros mismos, debemos elevarnos, romper nuestros lazos, ser libres e independientes, por encima de las necesidades superficiales, siendo lo mejor para ocupar nuestras mentes con la Verdad, cerca de las necesidades de los pobres y los necesitados. El mes de Ramadân es, pues, un lugar para el exilio de la ilusión y de la moda, y una peregrinación profunda en uno mismo, peregrinación hacia el sentido, peregrinación en los demás. Para liberarnos de nosotros mismos, y servir al mismo tiempo a todos los recluidos por la pobreza, la injusticia o la ignorancia.

Los musulmanes pasan treinta días en compañía de este mes de luz. ¡Si tan sólo ensancharan la amplitud de sus ojos, sus corazones, y de su ser para recibir la luz y poder ofrecerla como el mayor regalo de su tradición espiritual a sus hermanas y hermanos en la humanidad! Han de ejercer el autocontrol y dar, meditar y llorar, rezar y amar, y todo ello al compás del Corán. En verdad que ayunar es orar, orar es amar.

Artículo relacionado:

¡Gobiérnese ayunando señor gobernador!

lunes, 9 de julio de 2012

Multiculturalismo, identidad e islamofobia




Cuando hablemos de modelos culturales existentes en una sociedad lo tenemos que empezar a hacer desde nuestra responsabilidad individual que es la que forja nuestro "estar" plural en un espacio determinado. Por tanto no podemos seguir hablando de integración, marginación, fracasos… sin más, sino que habremos de ver cuál es nuestra contribución personal a una forma de estar en concreto.

La mayoría de los musulmanes velan por evitar "la contaminación" que parece acechar a sus hijos en un ambiente categorizado de "no islámico" y por tanto hostil e inculcan a estos nuevos musulmanes un frágil sentimiento de alteridad al desarrollar una vivencia desdoblada (musulmán por un lado y español por otro). Dejando de llevar a cabo, de este modo, el trabajo del ser que se requiere cuando se pretende vivir plenamente todas nuestras pertenencias. De no hacer esto, no podremos contribuir como ciudadanos en base a un código moral que insta, además, a esta contribución y a vivir entre la gente.

La consecuencia, y tal vez causa, de esto es el rechazo por parte del resto de la sociedad que se limita a pedir a las familias que se integren en un sistema que no satisface si quiera sus propias exigencias: a la vista de todos está el más que ostentoso fracaso de la educación, economía, banca… que delata la necesidad de recurrir a otros mecanismos y de buscar otras soluciones a un creciente malestar en la sociedad.

Aquí es notable el esfuerzo que llevan a cabo los musulmanes por mantener una espiritualidad tan vivaz como les sea posible, preocupándose por su fe en Dios, por la espiritualidad y por valores sociales tales como la educación, las relaciones interpersonales, etc. Es notable y también es una alternativa al estado que atravesamos: podemos defender nuestros valores haciendo que cobren sentido en el momento actual y no por mera repetición de unos esquemas e ideas que no tienen el alcance social pretendido por las mismas, limitándose con semejante comportamiento a reincidir en el recóndito error del que nos advierte el Corán en más de una ocasión: "¡No!, seguiremos [sólo] lo que hemos hallado que creían y hacían nuestros antepasados." (Corán: 2/170). Dejando, al hacerlo, de adaptar (que no cambiar) los preceptos de nuestra moralidad a nuevas exigencias: pues podemos presentar nuestro ayuno en Ramadán como una forma de resistencia a la aparentemente imperiosa necesidad de consumir, manteniendo los lazos familiares y sociales, buscando alternativas a la bancarrota moral reinante en la sociedad, preocupándose por la educación… y todo ello anclados en un código moral que nos exige el desarrollo de soluciones que estén acorde y satisfagan las necesidades de nuestro tiempo y lugar: el ejercicio del iÿtihâd.

Es desde esta concepción desde donde habría que entender la islamofobia. Nuestros conciudadanos no pueden guardar aprensión a todo un credo únicamente porque algunos de sus vecinos musulmanes ¡no saben saludarles en su idioma! Hay toda una campaña de desprestigio de los musulmanes no en cuanto a personas sino como portadores de una moralidad que ha de cuestionar para acabar infiltrándose en todas las áreas de la vida. Pues tienen que plantear soluciones a las brechas sociales que padecemos, al fracaso del

sistema financiero, y toda una serie de discrepancias que amenazan un régimen añejo que ya tiene que empezar a dar pie a soluciones más plausibles para la situación social que atravesamos.

Es desde aquí de donde tenemos que emprender nuestra vivencia del Islam y no como una reiteración desnuda de preceptos, dogmas, restricciones y prohibiciones. Trabajando codo con codo, mujeres y hombres por un futuro en el que nos arraigamos con las personas, para el bienestar de éstas y el nuestro. La utopía serviría, aunque no tenga lugar, para tirar de nosotros.

viernes, 30 de marzo de 2012

Anclados en el trastorno de nuestras evidencias

En ocasiones hablamos de lo racistas que son algunos vecinos, compañeros de clase, conciudadanos... De todas las veces en las que algunos se cruzan con gente conocida sin que ésta responda al habitual saludo que tanto parece costar. Pues al saludarles siguen configurando la misma cara de asco e impotencia y refunfuñan maldiciones cuyos orígenes desconocían tanto "los odiadores" como "los odiados".

Las personas que denuncian habitualmente este tipo de trato desconocen el universo mental que puede inspirar la palabra "islam" o "musulmán". Según la tradición heredada, se trata de un ser que se suele excluir. Aunque en ocasiones sea envidiado, la actitud más recurrente respecto de su persona es la del combate. El musulmán o moro (ya sea morisco, turco o marroquí) alimenta desde hace siglos leyendas y fantasías. Es el blanco de las batallas—la mayoría de las veces imaginarias—del imaginario colectivo. Estas ideas obedecen, claro está, a un conjunto de circunstancia históricas que ni el moro ni su "odiador oficial" conocen. Y es un hecho que Manuel García Morente expone con acertada nitidez:

"Desde la invasión árabe el horizonte de la vida española está dominado, en efecto, por la contraposición entre el cristiano y el moro [...] lo ajeno es a la vez musulmán y extranjero. Lo propio es, pues, a la vez, cristiano y español. [...] Todavía hoy, en nuestros campos andaluces se llama moro al niño no bautizado [...] Pero amigo o enemigo, maestro o discípulo, el moro es siempre el otro—aunque convive o colabora en una misma comarca o ciudad—y es el otro en los dos sentidos inseparables de la otra religión y de la otra nacionalidad".

Por otro lado nos encontramos con un planteamiento semejante por parte de los musulmanes. Según éste todos los que no conforman ese "nosotros" o muslim se reducen convirtiéndose en meros "nesrâni" o “nsâra” (aborrecidos hermanos de la otra banda) creando otro Otro que veta a la verdadera persona que se halla tanto detrás del primero como del segundo.

Por ello, y por más informaciones con las que se siga minando la conciencia colectiva, nos damos por satisfechos con estas visiones sesgadas de una realidad cambiante en la que podremos contribuir de forma asertiva si sabemos superar las fronteras para vivir en las lindes de estas dictaduras mentales. Esto conlleva ser apátridas cuya esencia, aunque suene a oxímoron, sea la contribución como esencia de nuestra ciudadanía. Y que lo avale el sentido de una dignidad compartida y nuestros valores compartidos. Reconciliándonos con nuestra propia historia y  Ser para poder ser sujetos en la acción y no meros objetos de percepción.

Tener confianza en una, (o) misma, (o) es la forma más segura de aprender a confiar en los demás para acabar con el reconocimiento de su lugar como sujetos y hermanos de una misma humanidad. Deberemos darnos la opción de descubrir ideas más allá de las que reducen la “pertenencia” a ser miembros de una comunidad de fe o a la supuesta supremacía de cualquier ideología o ceguera colectiva. Quedándonos anclados en el trastorno de nuestras evidencias.

viernes, 24 de febrero de 2012

Examen de conciencia


Extinguimos nuestra responsabilidad cuando tomamos la tarea de señalar de manera inequívoca a los responsables de nuestra situación y establecer la tarea de combatir a “esos” nuestros opresores que saben y conocen que tenemos razón y que nos envidian por ello. Curiosa forma de proyectar nuestras dudas y miedos dejando de lado el examen de conciencia que se presenta necesario ante cualquier tipo de actos.

Era lo que elaboraba mentalmente cuando me crucé con ella. Una mujer que vive de las rentas otorgadas por esa razón moral de la que parece disfrutar por siempre por el mero hecho de haber salido "victoriosa" de alguna conversación en algún momento.

Argüía, conforme mutaba una y otra vez de tema, y aun falta de toda coherencia, lo bueno que será para mí (¡Sí utilizó un asertivo futuro!) viajar al extranjero. Un lugar mejor que la tierra de conejos en que nos hayamos ya que el Mr. Marshall de turno de aquel sitio parecía pagar a los recién llegados incluso por tirar de la cadena.

Opté por callarme ya que no se le acababan “los argumentos” a través de los que despreciaba y repudiaba a las personas con las que vivía. Pero conforme ella voceaba yo pensaba en la pertinencia o falta de ésta a la hora de ofrecer versiones de la realidad que cuestionaran semejantes posturas. Me acordé de la opinión de una persona que admiro y que siempre me decía y dice: “Habrás de decir tu opinión aunque no llegue tal y como la planteas a la otra persona”. Nos tenemos que responsabilizar de lo que pensamos y es esa misma responsabilidad la que se exige a sí misma y a quienes la portamos, el ser transmitida cuando y donde sea pertinente.

Lo más significativo del encuentro no es la mujer en sí. Pues el peligro de semejantes posturas radica en que esa señora –con su familia– repite tanto las mismas ideas y las lleva tan a cabo que termina convirtiéndose en paradigma de comportamiento para los indecisos que no cuestionan los quehaceres de sus padres sino que los intentar calcar.
¿Dónde queda nuestra contribución entonces?

Por lo que hablé. Hablé ante el afirmativo movimiento de cabeza de la señora que me indicaba que al final sólo se quedaría con el color de la prenda que me tocaba conjuntar ese día. Pero no forma parte de la responsabilidad del que habla lo que el que le escucha entienda. De ahí que me diera igual. Necesitaba hablar y decir al mundo lo que intuía que sabía pero que ocultaba adrede para seguir en ese descansado retiro mental.

Hablé de la improvisación a la hora de afrontar los problemas cuando nos damos cuenta de la situación y queremos reconocer la realidad traspasando el ideal que nos satisface.

Hablé de esa herramienta mimética por antonomasia: la que nos lleva a seguir un rumbo fijado con antelación sin preguntar por el destino o por las razones para la elección del mismo.

Hablé de la falta de autenticidad que se manifiesta en unos actos y temas consentidos por todas las conversaciones (prestaciones con las que agasaja el aparato social a los que no son nosotros; modelo del coche del hijo; dinero que gana; casa en que vive; trabajo del marido; marido de la hija; querida del marido de la amiga;…). Cuando este tipo de conversaciones se mantienen además en sitios que nos recuerdan que debemos mantenernos  conscientes de nuestros actos. Que nuestra consciencia de Él no la certifican los orgullosos encuentros que se mantienen de vez en cuando justificados por la pertenencia a un sistema de valores sólo visible en las combinaciones fijas de palabras que apadrinamos y decimos o en tapujos físicos que siguen dando un atisbo de significado a seres sin principio ni final. Seres abrazados en la misma incertidumbre.

En los encuentros con estas personas y sus semejantes, escuchaba cómo sorbían todos del cuenco de su propia suficiencia contentados entre tanto con el estado en que se encontraba.

Pero al mismo tiempo, veía cómo ansiaban comportarse como ese "otro” cuya existencia les adolecía. Ahora, al carecer de los medios y de la madurez social a la hora de imitar ciertos comportamientos catalogados a priori como característicos de aquéllos caían en el copiado de quienes consideraban enemigos en su aspecto más superficial y aparente. Convirtiéndose por sí solos y a sí mismos en una mediocre caricatura de eas personas que no les entienden.

Tenemos que contemplar siempre el escrutinio y la reexaminación de una conciencia consciente que no quede satisfecha con la articulación de ese discurso añejo y autosuficiente protagonizado casi siempre, por la jactancia de quienes lo articulan.

Si no lo hacemos, seguiremos teniendo para siempre a individuos en pleno proceso de formación, ambiguos, dicótomos y desprovistos de carácter que superponen lo viajo a nuestras nuevas realidades sin equilibrio. Buscan refugio en el “alma islámica” a través de un proceso de “islamización” para descansar esa necesaria  mente crítica. Y ¿qué necesidad habrá entonces de cuestionar la música (catalogada como anâshîd) o los canales de televisión una vez se ha establecido para siempre jamás que respetan la moral islámica? ¿Por qué nos contentamos con la posesión de una moral que no llega a tener un alcance pragmático para derivar en la necesaria ética? Desembocamos así en  la fabricación de ese mismo universo crematístico en el que moral y progreso material y técnico se confunden hasta converger en una agitación de evidencias distorsionadas. Olvidando que eso es exactamente lo que criticamos en “los otros”.