Mis estudios teóricos y jurídicos, así como el trabajo de campo que he llevado a cabo durante los últimos veinte años, me han ayudado a desarrollar, a enriquecer mi reflexión y a explorar numerosas pistas nuevas. En un sentido teórico, he llegado a la conclusión de que los musulmanes no deberían limitarse a reflexionar en los campos del derecho y la jurisprudencia islámica (al-fiqh). Llevamos ciento cincuenta años hablando de un razonamiento crítico autónomo (iÿtihâd), lo que debería ayudarnos a afrontar los retos contemporáneos, pero a pesar de la evolución a la que sin duda hemos asistido, aún nos quedan crisis y obstáculos por superar. Creo que deberíamos reconsiderar las categorizaciones y metodologías originales remontándonos a las fuentes y fundamentos del derecho y de la jurisprudencia (usûl al-fiqh). Esto es lo que llamo “una reforma radical” que puede llevarnos a la sofocante reforma de la adaptación creativa de la transformación. El reto es muy importante y el proceso que deberá conducirnos a esos desarrollos requerirá tiempo y deberá superar críticas y rechazos desde posturas diametralmente opuestas. Los temas, sin embargo, ya están planteados, lo único que hace falta, tanto a mi juicio como al de otros estudiosos e intelectuales musulmanes, es emprender un debate a fondo.
Siempre he querido llevar a cabo simultáneamente esta reflexión teológico-jurídica, intelectual y académica de un modo paralelo a mi compromiso con la sociedad civil, tanto en occidente como en el tercer mundo y, obviamente, también en el seno de las sociedades y de las comunidades musulmanas. Durante veinte años he tenido ocasión de visitar la práctica totalidad de los países europeos, los Estados Unidos, Canadá, Rusia, Australia y Nueva Zelanda y un número considerable de países africanos, asiáticos y árabes. Nunca he dejado de estar en contacto con los ciudadanos de toda orientación y credo religioso, para escuchar, analizar y tratar de comprender. No he tardado en darme cuenta, en el caso de las comunidades musulmanas, tanto de occidente como del resto del mundo, que los problemas se hallaban ligados tanto a la espiritualidad y a la psicología, como a las realidad estrictamente religiosas, sociales o políticas.
Así es, a lo largo de los años he acabado elaborando un enfoque y un discurso al que denominaba la teoría “de las cuatro Ces.” Se trataba de establecer las prioridades y de abrir perspectivas sencillas y clarificadoras para la comprensión del papel que desempeñaban los actores musulmanes. Pero, durante una visita a África que realicé con ocasión del Coloquio Internacional de los Musulmanes dentro del Espacio Francófono (CIMIF) celebrado en Uagadugu (Burkinafaso agosto 2006), dos participantes me propusieron añadir otras dos “ces.” Y, como tenían razón, mi enfoque gira hoy en día en torno a las seis “ces” en las que, a mi juicio, deberían asentarse los cimientos para el establecimiento de las prioridades y las estrategias que se han de seguir.
Lo que los musulmanes necesitan más urgentemente es confianza. La crisis de identidad es profunda y resulta indispensable, en consecuencia, desarrollar a través de la educación, un mejor conocimiento de uno mismo y de su historia, para forjar una conciencia y una inteligencia confiada y serena, segura de sí misma y simultáneamente respetuosa con el otro. Porque de lo que, en última instancia, se trata es de conjugar la confianza en uno mismo con la confianza en el otro. Y este trabajo debe ir acompañado de una constante y rigurosa coherencia ya que, no debemos idealizar los propios valores y mensajes perdiendo de vista las contradicciones, disfunciones y traiciones que afectan a las sociedades y a las comunidades musulmanas. El espíritu crítico, la lealtad crítica y la racionalidad activa no son sólo los mejores amigos de una espiritualidad profunda, sino también condiciones imprescindibles para el desarrollo y la renovación. Estén donde estén e independientemente de la región del mundo en que habiten, los musulmanes deberían ser testigos (shuhadâ) de la riqueza y el potencial positivo de su mensaje. Y para ello, deben contribuir al bienestar de todos, sea cual sea su religión, su estatus y su origen porque, en este sentido, el pobre, el enfermo y el oprimido no tienen religión. La contribución de los ciudadanos de confesión musulmana debe ser una respuesta positiva al discurso obsoleto que no deja de girar en torno a la “integración.” Es importante que las/los musulmanas/es reencuentren, en todos los dominios de la inteligencia y de la actividad (tanto en los campos de la ciencia como del arte, la cultura, la sociedad, la política, la economía, la ecología, la ética, etc.), la energía de la creatividad y el gusto por el trabajo y el riesgo. Tenemos que liberar las inteligencias y los talentos y ofrecer a las mujeres y hombres espacios de expresión, experimentación, crítica y renovación. No hay que olvidar que numerosos conciudadanos (e incluso correligionarios) albergan temores, no comprenden y quieren saber más: la comunicación es esencial. La elección de términos, la definición de conceptos, la capacidad de descentrar la empatía intelectual y cultural son importantes para tener en cuenta no sólo el contexto desde el que se habla, sino también la situación de quien escucha (es decir, sus temores, su historia y sus referencias). Pero también debemos señalar que el hecho de ser coherente y crítico con uno mismo no implica perdonar las incoherencias e hipocresías ajenas. Independientemente de la cuestión discutida (es decir, independientemente de que se trate del poder, del gobierno o de las leyes, como las que acabaron institucionalizando el Apartheid en Sudáfrica), es fundamental salvaguardar el derecho y el deber de la contestación y negarnos a traicionar nuestros principios, aunque esa traición se produzca en el seno de nuestro gobierno, de nuestra tradición o hasta de nuestra propia familia. No hay que callarse frente a la hipocresía con la que los estados occidentales contemplan la represión china del pueblo tibetano (al que llevo defendiendo más de veinticinco años), ni asistir impasibles al silencio de la comunidad internacional mientras los palestinos padecen la colonización y represión de los sucesivos gobiernos israelíes.
Las seis “ces” (confianza, coherencia, contribución, creatividad, comunicación y contestación) proporcionan un marco de referencia claro y por encima de todo, establecen ciertas prioridades. La educación, el conocimiento de uno mismo, el espíritu crítico y la creatividad son los ámbitos que más atención requieren. Las mujeres y los hombres musulmanes atraviesan una crisis de confianza tanto psicológica como intelectual. Sólo podrán comunicarse con el entorno que los rodea llevando a cabo un trabajo sobre sí mismos, sin dejarse llevar por la pasión ni responder, como tan a menudo ocurre, de un modo estrictamente defensivo. Estas son las condiciones indispensables para elaborar estrategias de respuestas y resistencia a la dictadura, al dominio y a la discriminación, que no sean puntuales y confusas, sino que se asienten en un visión clara y establezcan etapas y prioridades de acción. Urge que, en el curso de esta maduración, los musulmanes no dejen el campo libre a las voces más radicales que monopolizan los medios y la atención general. Junto a sus conciudadanos, y para ellos, deben hacer escuchar su voz, la voz de la confianza, de la ponderación y de la razón crítica: siendo ellos mismos, negándose a ser “árabes de servicio” o “musulmanes de servicio” y transmitiendo un discurso sereno, matizado y crítico en momentos de crisis y tensión sin abandonar, por ello, la denuncia firme y contestataria cada vez que las mujeres y los hombres, musulmanes o no, traicionen los valores universales de dignidad, libertad y justicia.
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