Las nuevas generaciones se encuentran aturdidas por la información tan divergente sobre sus ideales y pertenencias que reciben a diario, tanto a través de sus familiares como por los medios de comunicación.
De este modo el Islam se entiende como una tradición que engloba muchos aspectos culturales que no tienen nada que ver, en su origen, con sus enseñanzas. La “paquistanización”, si se nos permite el neologismo, de muchos musulmanes sería un ejemplo de este fenómeno. Un ejemplo porque parece que la indumentaria y la onomástica “islámicas” y de más símbolos culturales, prevalecen sobre otros valores que tienen más que ver con la esencia del pensamiento islámico. Nos olvidamos de que lo esencial es invisible para los ojos. Lo más peligroso de estos fenómenos es que se convierten en un soporte “oficial” y legítimo de discriminaciones evidentes al hacer vida fuera de casa, dentro de un contexto que no comparte esos mismos valores. De esta manera, los musulmanes se tienen que enfrentar a las imágenes que moran en el imaginario colectivo europeo, independientemente de los derechos que las constituciones contemplen para ellos. Pues se incurre con indeseada frecuencia, en el error de juzgar a las personas únicamente por su aspecto sin llegar siquiera a escuchar y valorar sus ideas.
Da la impresión (trasladándonos a la propia comunidad islámica) de que ser musulmán no es compatible con el sentir europeo o universal y que para ser un buen musulmán, tenemos que ser muy severos y poco permisivos respecto de la aplicación de al-usûl (principios fundamentales) independientemente del contexto en el que esta aplicación tenga lugar. Esta aproximación a las fuentes hace difícil la compenetración entre vida europea y un respecto concienzudo a las creencias y valores que compartimos dentro del marco religioso. ¿Acaso los valores que el Islam defiende no son conciliables con los occidentales?
Algunos musulmanes, actuando —o mejor dicho, reaccionando— bajo el efecto de la cultura permisiva occidental más que a la luz de una comprensión profunda de la ciencia islámica, presentan el marco jurídico islámico como si ya estuviera fijado, o como si todo lo que contiene fuera totalmente inamovible, dado que procede de Dios y nuestros ulemas precedentes ya han formulado todo lo que debemos saber y seguir. Tal actitud revela una profunda falta de conocimiento y, sobre todo, tiende a definir lo que es el Islam, no en sí mismo, sino por oposición a lo que no es, esto es, «la civilización occidental». Si esta última progresa, innova, tiene la libertad como estandarte, lógicamente, razonablemente y por oposición, el Islam no lo hace. Este tipo de posicionamiento no encuentra ninguna justificación en las fuentes islámicas fundamentales.
Tomar esta última alternativa supondría que estamos viviendo en un sitio, sin estar del todo en él. Hay muchas manifestaciones de esta realidad, un ejemplo sería la vida comunitaria: siendo una forma instintiva de protección de la identidad de los países en que se ha nacido, una prueba de esto es que no están faltas de símbolos culturales autóctonos de esos países. Este acercamiento es peligroso porque entiende que el Islam es lo que se vivía allí, en otro contexto geográfico y quizás temporal. Se tiende a la reducción de su mensaje a lo meramente cultural. Este sentimiento está tan acentuado que cualquier adaptación amenaza la identidad musulmana, olvidándonos de que esa adaptación o puesta al lugar (parafraseando la expresión), es necesaria para vivir en un contexto secularizado, sin que eso suponga abandonar las fuentes. Simplificaciones absurdas que pueden hacer que la religión pierda su valor universal que une a todas las personas, cualesquiera que sean sus culturas y tradiciones bajo la Shahâda (que engloba el cómo ser musulmán) de “no hay dioses, ha Al·lâh y Muhammad es su profeta.”
Dejar claro que no defendemos ningún tipo de discriminación cultural, respetamos las culturas paquistaníes, las argelinas,… la distinción que queremos marcar es que no se puede vivir en España, Suecia o Argentina como se vivía en esos u otros países y que cambiar o adaptar ciertos símbolos no supone cambiar en lo más mínimo el mensaje del profeta Muhammad, que la paz y las bendiciones de Allah sean con él.
Caer en ese error hace que seamos superficiales, que perdamos argumentos para las nuevas generaciones y transmitamos un mensaje poco conciliador entre la IDEA en su conjunto y su aplicación en el terreno pragmático. Nuestra cultura, enmarcada en occidente, está formada por valores e ideas heterogéneos que no tienen porqué chocarse sino que pueden coexistir si se plantea un cambio de perspectiva. En la mayoría de las veces, estar aquí ofrece una serie de derechos de los que careceríamos en otro lugar y todo dependerá del prisma con el que se quiera ver: la obligatoriedad de la educación en Occidente corresponde a la incitación al saber en el Islam, por lo que los valores occidentales están apremiando un valor de nuestra religión de forma implícita. Este sería un solo ejemplo de todas las posibilidades que se pueden aprovechar sin llegar a amenazar nuestra identidad.
La tarea que nos compete es llegar a considerar las diferentes pertenencias como hechos que esculpen una identidad enriquecida en base a las múltiples perspectivas que se puedan tomar al valorar un asunto. Esto puede ayudar a que nos tomemos el tema de nuestras múltiples identidades como una baraka que nos ayuda a prosperar tanto en el terreno espiritual como en el social o colectivo.
Cuando preguntan, se puede caer en el error de dar una explicación acudiendo a toda una serie de reglas y prohibiciones, cuya totalidad pretende explicar la religión islámica pero en el marco de una relación de protección frente al contexto, percibido como demasiado permisivo y, por tanto, hostil. Esta actitud nos puede convertir en portadores de un conocimiento islámico bastante “modesto” que va encaminado a no perder las tradiciones, porque por lo general, quien responde no ha nacido en Europa o no comparte todos sus valores porque no se siente de aquí. Esto suele hacerse sin realizar la necesaria distinción entre los aspectos tradicionales y los religiosos.
De este modo el Islam se entiende como una tradición que engloba muchos aspectos culturales que no tienen nada que ver, en su origen, con sus enseñanzas. La “paquistanización”, si se nos permite el neologismo, de muchos musulmanes sería un ejemplo de este fenómeno. Un ejemplo porque parece que la indumentaria y la onomástica “islámicas” y de más símbolos culturales, prevalecen sobre otros valores que tienen más que ver con la esencia del pensamiento islámico. Nos olvidamos de que lo esencial es invisible para los ojos. Lo más peligroso de estos fenómenos es que se convierten en un soporte “oficial” y legítimo de discriminaciones evidentes al hacer vida fuera de casa, dentro de un contexto que no comparte esos mismos valores. De esta manera, los musulmanes se tienen que enfrentar a las imágenes que moran en el imaginario colectivo europeo, independientemente de los derechos que las constituciones contemplen para ellos. Pues se incurre con indeseada frecuencia, en el error de juzgar a las personas únicamente por su aspecto sin llegar siquiera a escuchar y valorar sus ideas.
Da la impresión (trasladándonos a la propia comunidad islámica) de que ser musulmán no es compatible con el sentir europeo o universal y que para ser un buen musulmán, tenemos que ser muy severos y poco permisivos respecto de la aplicación de al-usûl (principios fundamentales) independientemente del contexto en el que esta aplicación tenga lugar. Esta aproximación a las fuentes hace difícil la compenetración entre vida europea y un respecto concienzudo a las creencias y valores que compartimos dentro del marco religioso. ¿Acaso los valores que el Islam defiende no son conciliables con los occidentales?
Algunos musulmanes, actuando —o mejor dicho, reaccionando— bajo el efecto de la cultura permisiva occidental más que a la luz de una comprensión profunda de la ciencia islámica, presentan el marco jurídico islámico como si ya estuviera fijado, o como si todo lo que contiene fuera totalmente inamovible, dado que procede de Dios y nuestros ulemas precedentes ya han formulado todo lo que debemos saber y seguir. Tal actitud revela una profunda falta de conocimiento y, sobre todo, tiende a definir lo que es el Islam, no en sí mismo, sino por oposición a lo que no es, esto es, «la civilización occidental». Si esta última progresa, innova, tiene la libertad como estandarte, lógicamente, razonablemente y por oposición, el Islam no lo hace. Este tipo de posicionamiento no encuentra ninguna justificación en las fuentes islámicas fundamentales.
Tomar esta última alternativa supondría que estamos viviendo en un sitio, sin estar del todo en él. Hay muchas manifestaciones de esta realidad, un ejemplo sería la vida comunitaria: siendo una forma instintiva de protección de la identidad de los países en que se ha nacido, una prueba de esto es que no están faltas de símbolos culturales autóctonos de esos países. Este acercamiento es peligroso porque entiende que el Islam es lo que se vivía allí, en otro contexto geográfico y quizás temporal. Se tiende a la reducción de su mensaje a lo meramente cultural. Este sentimiento está tan acentuado que cualquier adaptación amenaza la identidad musulmana, olvidándonos de que esa adaptación o puesta al lugar (parafraseando la expresión), es necesaria para vivir en un contexto secularizado, sin que eso suponga abandonar las fuentes. Simplificaciones absurdas que pueden hacer que la religión pierda su valor universal que une a todas las personas, cualesquiera que sean sus culturas y tradiciones bajo la Shahâda (que engloba el cómo ser musulmán) de “no hay dioses, ha Al·lâh y Muhammad es su profeta.”
Dejar claro que no defendemos ningún tipo de discriminación cultural, respetamos las culturas paquistaníes, las argelinas,… la distinción que queremos marcar es que no se puede vivir en España, Suecia o Argentina como se vivía en esos u otros países y que cambiar o adaptar ciertos símbolos no supone cambiar en lo más mínimo el mensaje del profeta Muhammad, que la paz y las bendiciones de Allah sean con él.
Caer en ese error hace que seamos superficiales, que perdamos argumentos para las nuevas generaciones y transmitamos un mensaje poco conciliador entre la IDEA en su conjunto y su aplicación en el terreno pragmático. Nuestra cultura, enmarcada en occidente, está formada por valores e ideas heterogéneos que no tienen porqué chocarse sino que pueden coexistir si se plantea un cambio de perspectiva. En la mayoría de las veces, estar aquí ofrece una serie de derechos de los que careceríamos en otro lugar y todo dependerá del prisma con el que se quiera ver: la obligatoriedad de la educación en Occidente corresponde a la incitación al saber en el Islam, por lo que los valores occidentales están apremiando un valor de nuestra religión de forma implícita. Este sería un solo ejemplo de todas las posibilidades que se pueden aprovechar sin llegar a amenazar nuestra identidad.
La tarea que nos compete es llegar a considerar las diferentes pertenencias como hechos que esculpen una identidad enriquecida en base a las múltiples perspectivas que se puedan tomar al valorar un asunto. Esto puede ayudar a que nos tomemos el tema de nuestras múltiples identidades como una baraka que nos ayuda a prosperar tanto en el terreno espiritual como en el social o colectivo.