El
mes de Ramadán está a la vuelta de la esquina, y con él, las musulmanas y los musulmanes del
mundo se inscriben en una de las mejores y más bellas escuelas de la vida. El
mes de ayuno es una escuela de îmân, de espiritualidad, de conciencia; un mes de generosidad, de solidaridad, de justicia, de dignidad y unidad. Es el mes en
el que debe darse la introspección más profunda a nivel personal pero entre los
demás, y coincide con la mayor contribución de los musulmanes a la humanidad. El
mes de Ramadân supone el ayuno más extendido del mundo, y sin embargo, sus
enseñanzas se reducen al mínimo, hasta llegar al abandono (a través
de la aplicación literal de normas que pasan por alto su objetivo final). No es
de extrañar entonces que debamos volver a este tema, como vuelve el mes del
ayuno cada año. Pues debemos repetir, ensayar y profundizar aún más nuestra
comprensión de lo que nos enseñar este ayuno, esta escuela de cercanía de lo
divino, de humanidad y dignidad. El ayuno es la búsqueda individual de lo
divino y pide a cada uno de nosotros mirar más allá de sí mismo: Ramadân
es, en esencia, un mes de espiritualidad humanista.
Durante
los días de ayuno se nos llama a abstenernos de comer, beber y responder a
nuestros instintos, para volver hacia adentro, a nuestro corazón y al sentido
de nuestras vidas. Ayunar significa observar la sinceridad, para examinar
nuestras deficiencias, contradicciones y fracasos, y dejar de ocultar lo que somos,
para empezar a centrar nuestros esfuerzos en la búsqueda de nosotros mismos, de
significado y de las prioridades de nuestras vidas. Más allá de la comida, el
ayuno nos obliga a examinarnos a nosotros mismos, reconocer nuestras
limitaciones con humildad, encarar nuestro ser (nafs) con una reforma ambiciosa. Es un mes de
renovación para hacer un balance crítico de nuestras vidas, de nuestras
necesidades, de nuestros olvidos y de nuestras esperanzas. Tenemos que tener
tiempo para nosotros mismos, para cuidarnos, meditar, contemplar, simplemente
para reflexionar y amar. Desde esta perspectiva, el mes de Ramadân es la mejor
expresión posible de la lucha contra el consumismo: ser y no sólo poseer, para
liberarnos de las dependencias que nuestras sociedades, basadas en el consumo, estimulan
y amplían tanto al Norte como al Sur. Al invitarnos a dominar nuestros
instintos, el ayuno cuestiona la noción moderna de libertad. ¿Qué significa ser
libre? ¿Cómo vamos a encontrar el camino hacia una libertad más profunda, yendo
más allá de lo que anhelamos? Todo un mes, año tras año, para seguir siendo humano,
para convertirse en un ser humano ante Dios y entre los hombres. Un verdadero
ayuno, que contradice las apariencias.
La
tradición del ayuno fue prescrita, como nos revela el Corán, por todas las
tradiciones religiosas anteriores al Islam. Es una práctica que compartimos con
todas las espiritualidades y religiones, y como tal, lleva la marca de la
familia humana y de su fraternidad. Ayunar es participar en la historia de
estas religiones, en una historia que posee un significado, que tiene sus propias
demandas y que está conformada por rumbos y por objetivos finales. Una unidad
de descendencia espiritual, de trascender de lo estrictamente humano, une a
todos los sistemas de creencias, a todas las religiones. El Islam se sitúa en
el sentido de unicidad de Dios (Tauhîd), para reconocerla en la diversidad
humana, en virtud de cómo esta se vivió y vive. Entre los musulmanes las distintas
formas de romper el ayuno, de las comidas, de la gestión que se hace de la
noche,... son muy diversas. A pesar de que el tiempo y el ritmo de los ayunantes sean similares. Lo que evoca una unidad de significado, y una
diversidad en la práctica. El mes de Ramadân trae consigo esta enseñanza
fundamental, y recuerda a los propios musulmanes, con independencia de la
escuela que siguen, que comparten el mismo camino y que deben aprender a
conocerse y a respetarse entre sí. De la misma manera que lo deben hacer con
otras tradiciones, ya que el propio Corán ordena el "conocerse".
Este
mes que llega es un mes de dignidad. La Revelación nos recuerda que el ser
humano es una criatura de nobleza y dignidad. "Hemos dado la dignidad a los
hijos de Adán (la humanidad)." El ayuno está prescrito Sólo para ellos,
con plena conciencia, sólo se les pide a ellos ascender a la altura de su noble
objetivo. Debemos
llevar a cabo el ayuno manteniéndonos en el espíritu de la búsqueda de
proximidad a lo Único, de la igualdad y la nobleza entre los compañeros,
mujeres y hombres por igual, y en solidaridad con los oprimidos. El eje de esta vida redescubierta por tanto es el que sigue: volver a nuestros
corazones, reformar a la luz de lo esencial, y celebrar la vida en la
solidaridad, para experimentar la privación y rechazar una pobreza impuesta y
degradante. Nuestra tarea es el auto-dominio con nosotros mismos, debemos elevarnos,
romper nuestros lazos, ser libres e independientes, por encima de las
necesidades superficiales, siendo lo mejor para ocupar nuestras mentes con la
Verdad, cerca de las necesidades de los pobres y los necesitados. El mes de
Ramadân es, pues, un lugar para el exilio de la ilusión y de la moda, y una
peregrinación profunda en uno mismo, peregrinación hacia el sentido, peregrinación
en los demás. Para liberarnos de nosotros mismos, y servir al mismo tiempo a
todos los recluidos por la pobreza, la injusticia o la ignorancia.
Los
musulmanes pasan treinta días en compañía de este mes de luz. ¡Si tan sólo ensancharan la amplitud de sus ojos, sus corazones, y de su ser para recibir la luz y poder
ofrecerla como el mayor regalo de su tradición espiritual a sus hermanas y
hermanos en la humanidad! Han de ejercer el
autocontrol y dar, meditar y llorar, rezar y amar, y todo ello al compás del Corán. En verdad que ayunar es
orar, orar es amar.
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